viernes, 8 de octubre de 2010

NO SOY SANTA - CAPITULO 9 - PAULA REED

CAPITULO 9



Mary Kate abrió los ojos enormemente los ojos cuando levantó al tapa del enorme baúl cuya cerradura . Nunca había visto tantas joyas ni tanto oro en toda su vida. Aquello no podía ser su dote,.
— Ese es su baúl? — preguntó Galeno, acercándose ella bajó rápidamente la tapa del baúl antes que el muchacho viese lo que contenía.
No. Pensé que era, pero me equivoqué . Podrías revisar ese otro, por favor? — Mary Kate señaló un baúl que estaba en un rincón de la bodega.
Galeno caminó con cuidado entre los cajones y barriles . Mary Kate aprovechó la oportunidad , abrió el baúl nuevamente y sacó de dentro de el un grande broche con piedras preciosas. Ni siquiera todo su dote tendría el valor de esa joya. Estaba cometiendo un robo, pero e broche no le pertenecía a Diego, ni siquiera a la corona de España. Todo lo que había en el baúl había sido robado por los piratas, ella pensó, intentando calmar su consciencia. Con un gesto rápido, puso el broche dentro de su ropa interior , dejándolo seguro entre sus pechos. En seguida fue al encuentro de Galeno.
— Debe ser este su baúl , no? — preguntó el muchachito sacando un vestido de lana.
— Si! Es ese. Sos un genio . Gracias, Galeno. Sos un buen muchacho. Sólo quiero tomar una cruz, después podemos subir. Sé que tienes que volver a tus obligaciones. — Ella palmeó levemente la cara del muchachito, haciéndolo ruborizar.
Cuando él a acompañó de vuelta a la cabina, Mary Kate se colgó del cuello la cadena con un crucifijo, ambos de oro, que había usado como pretexto para bajar a la bodega para revisar el baúl. La gruesa cadena y el crucifijo eran joyas finas, pero no lo suficientemente valiosas como para ser cambiadas por un pasaje a Irlanda . Para eso usaría el broche. Lo sacó de dentro de la pechera y lo prendió en la enagua. Ya había intentado convencer Galeno de llevarla a la ciudad, pero el muchachito había dicho que había recibido órdenes de su capitán de no dejar del barco. Pendejo. Sabía que por nada del mundo el chico desobedecería a su capitán.


Diego volvió con seis hombres quienes , junto con la tripulación, empezaron a descargar el barco. Mary Kate pensó en aprovechar todo ese alboroto para escapar sin ser notada, pero prefirió no arriesgarse.
Se encerró en su cabina, irritada, caminando impacientemente . Cuando se calmó, sacó del baúl tres vestidos de algodón. Eran demasiado livianos para el frió de Irlanda, pero no tenía alternativa. Sería imposible cargar ropas pesadas y vestir con faldas voluminosas. Cuanto menos equipaje llevase, mejor. No se olvidó de tomar el libro de contabilidad de pecados y el rosario. Enrolló todo en una capa lana , y dejó a un lado el bulto y la botella con lo que restaba de su amada loción de rosas. No tenía otra coa más pesada para lanzar lo suficientemente lejos como para distraer al vigía nocturno. Sólo esperaba que su plan funcionase y que la pérdida del perfume valiese la pena.
Finalmente, Mary Kate se acostó en la litera y miró el techo. Estaba agitada, nerviosa y llena de energía, pero tenía que descansar. Precisaría toda esa energía y mucho coraje para lo que planeaba hacer al caer de la noche. El puerto de Habana estaba lleno de barcos de todas partes del mundo y ella debía estar en uno de ellos antes del amanecer.


A Diego le dolían mucho la espalda y los hombros , pero sentía esa satisfacción gratificante de quien cumplió con un trabajo arduo . Cuando el Magdalena le perteneciese, ya no podría venderle la carga a los clientes de Luis. Eso sería desleal. Pero , si algunos de esos clientes prefiriesen negociar con él, sería tontería rechazarlos.
Diego respiró profundamente . Era reconfortante esa paz del deber cumplido. Sólo deseaba también estar tranquilo respecto a su pasajera inesperada, cuyo problema estaba siendo difícil de resolver. El sacerdote con quien había conversado en la catedral, le había aconsejado dejar a Mary Kate en Habana con el gobernador y que este se ocupase del rescate. Diego había intentado explicar por qué debía llevar a la muchacha con Juan, en Cartagena, pero el sacerdote se había mostrado irreductible. Había alegado que, si la familia de la muchacha ya había arreglado el casamiento con un hombre dae Jamaica, era allá donde ella debía ir. Y Jamaica quedaba muy cerca de Cuba.
Diego no sabría explicar por qué no le había agradado ni un poco la idea de dejar a María Catalina entre extraños para ser entregada a otro extraño. Y encima un extraño inglés. Consideraba imposible que un español decente no entendiese que Mary Kate tenía todos los motivos del mundo para odiar la situación en que estaba envuelta . En ese caso, él estaba despreciando el consejo del sacerdote, lo que, posiblemente, sería un pecado. Y, estando en pecado, quedaba vulnerable a las tentaciones.
El había mandado a servir la cena de Mary Kate en la cabina de ella, acompañado de un pedido de disculpas por no poder hacerle compañía, pues estaba muy ocupado. Una oportunidad menos de ser tentado. A la tarde siguiente, cuando cerrasen los últimos negocios, ellos partirían con destino a Cartagena. Allí se despediría de Mary Kate. Y también esperaba librarse de Santa Magdalena.
Por la mañana, antes de partir hacia la catedral, había dejado una orden más que expresa para que la santa se mantuviese fuera de su vida . En ese momento había sentido un escalofrío, nada más. Si ella le apareciese nuevamente, él no sería más tan sumiso.
Cuando Galeno se sentó a la mesa con su capitán, le contó que
había llevado a Mary Kate a la bodega del barco.
— La observé todo el tiempo , capitán, porque usted me había avisado que ella podría engañarme . Le aseguro que ella no se acercó al barril donde está su dote. Ella solamente tomó una cadena con una cruz del baúl donde estaban sus ropas de invierno.
— De qué tamaño era la cruz? — Diego quiso saber.
— Así, capitán. — Galeno mostró con los dedos un equivalente a unos cinco centímetros.
— Había piedras preciosas en esa cruz?
— No , capitán. Sólo oro.
— Una joya sencilla como esa no es suficiente para que Mary Kate pueda negociar un pasaje a Europa. Por qué ella tuvo ese deseo súbito de sacar la cruz del baúl?
— No lo sé — Galeno se encogió sus hombros delgados.
Diego dejó el tema de lado. Había cosas más importantes para ocupar su mente y medidas que tomar. Después de tantas semanas en el mar la tripulación estaba ansiosa por divertirse y Habana era una ciudad con muchas atracciones. Diego ofreció una generosa suma a quienes quisiesen quedarse en el barco como vigías y cuatro hombres aceptaron la oferta. Los otros fueron a la ciudad. Antes de retirarse a la cabina, Diego dio
una vuelta por la cubierta . Los vigías del primero turno estaban en sus puestos, y los otros dos, los del segundo turno , jugaban a las cartas.
Todo estaba tranquilo en el Magdalena.

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