lunes, 14 de abril de 2008

BRAND , EL APASIONADO CAPITULO 22


Capitulo 22

El viento nórdico aullaba sobre los campos que ahora pertenecían a Lord Brand Risande anunciando la promesa de un invierno brutal. Como para probarlo, la primera helada se adhería al tejado del establo donde Brynna, Brand y Peter estaban arrodillados en el espeso heno esperando, como desafiando esa promesa, a que la vida emergiera de la yegua preñada.
—Se recostó a la caída del sol —les dijo Peter sin aliento, rastrillando el heno con los dedos para prepararle una almohada suave al potrillo.
—Tranquila, no te esfuerces tanto —la voz de Brand era baja, tranquilizadora, mientras se arrodillaba junto a la cabeza de la yegua y la acariciaba suavemente.
—Parece más agitada que las otras cuando dieron a luz —le informó Brynna a su esposo con la preocupación marcada en el semblante.
—No —susurró Brand con seguridad, sacudiendo la cabeza—, ella es fuerte. Estará bien —su mano nunca abandonó a la yegua, ni se alteró el tono con el que le hablaba—, me ha prometido que me dejaría montarla cuando llegue la primavera, y ninguna promesa se romperá jamás en Avarloch sonrió y levantó la mirada hacia su joven esposa por un momento, antes de regresar a la yegua castaña a la que acariciaba tan delicadamente.
Brynna observó a su esposo en la luz dorada de las velas. Estaba sereno, tranquilo, magnífico, y el efecto que tenía en su yegua era asombroso. Los movimientos ascendentes y descendentes del vientre hinchado de la yegua en realidad parecían seguir el ritmo gentil de su voz cuando la halagaba.
—Eres una buena yegua —le susurró—, la mejor que he visto en mi vida. Tus patas son poderosas y rápidas y tu voluntad de hierro no puede ser derrotada por el frío o el calor intenso o el tormento de la vida que debe llegar.
Brynna lo escuchaba sentada a su lado, tranquilizada por su calma, hechizada por los rizos negros que le caían sobre las cejas...
—¿Brynna?
Por la suave sonrisa en el rostro de su esposo, se dio cuenta de repente de que él la había llamado más de una vez.
—¿Has hecho esto antes, verdad?
—Sí, muchas veces.
—Bien, entonces debes colocarte en su parte trasera. Creo que necesitará ayuda. Pero no muy cerca de sus patas. Peter, quédate cerca.
De repente la yegua levantó la cabeza. Intentó ponerse de pie con las patas delanteras.
—¡Está dolorida, Brand! —gritó Brynna.
—Deja que tu potrillo llegue, bella dama —susurró el guerrero cerca de la oreja de la yegua—, no puedes detener la vida cuando decide venir. No importa cuánto luches, vendrá. Confía en mí— agregó en un suave murmullo—, sé lo que te digo.
La yegua pateó e intentó ponerse de pie nuevamente. Una poderosa pata trasera casi golpea a Brynna.
Brand maldijo en voz alta, su rostro se tornó de un enfermizo tono de blanco.
—¡Apártate de sus patas, Brynna! —gritó entre más maldiciones, calmando el macizo cuerpo de la yegua con suavidad. Luego, viendo que su esposa no habla sufrido ningún daño, volvió a hablarle a la yegua con amabilidad.
La muchacha vio la mancha blanca en la cabeza del potrillo que salía por entre las patas de la yegua.
—¡Brand, aquí viene!
La yegua tragó haciendo danzar los músculos de su cuello grueso mientras su lengua salía en busca de agua.
—Tiene sed, Bryn.
—En un momento.
Brand levantó gentilmente la cabeza de la yegua y la colocó en su falda. Le habló en voz tan baja que Brynna no podía oír lo que le decía. El animal se calmó de nuevo y el potrillo se deslizó hasta casi llegar a la falda de Brynna.
La yegua se puso de pie, olvidando al hombre que la había tranquilizado con tanta ternura y cuidado.
Acercando su cuerpo al de Brand, Brynna tomó la cara de su esposo entre las manos y lo besó apasionadamente.
—Cuando nazca nuestro bebé, te quiero allí conmigo.
—Lo estaré —prometió él. Sus ojos recorrieron cada centímetro de su rostro y suspiró profundamente mientras el corazón le saltaba dentro del pecho.
Satisfechos de que la yegua y su potrillo estuvieran bien, Peter salió en silencio del establo.
Brynna acarició la boca de Brand con los dedos.
—¿Qué sucede, mi amor?
Él quería decirle... ¿decirle qué? ¿Que nunca quería estar sin ella? ¿Que sólo ver su rostro, su sonrisa, era suficiente como para querer dar la vida por ella? Ya había hecho eso una vez y había sido peor que sufrir una muerte lenta en el campo de batalla. No podía decirle que tenía miedo de tal muerte, más miedo que de la muerte misma, así que apartó la mirada y le sonrió al potrillo. La diminuta criatura intentó pararse sobre sus temblorosas patas, tan finas como las magras ramitas en el hogar central, mientras que su madre lo limpiaba hasta dejarlo de un castaño pulido.
—Es hermoso —anunció Brand jadeando.
—Es magnífico —acordó la joven en voz baja. Había escuchado la voz maravillada de su esposo y miró su perfil fuerte delineado contra la luz de las velas.
—¿Acaso un pequeño y débil potrillo puede asombrar tanto a un guerrero?
Por un momento Brand no le respondió, mareas de emoción rompían contra su corazón tanto tiempo olvidado. Luego atrajo a su esposa hacia sí y la abrazó.
—Es la vida, Brynna. Es la vida que extraño. Solía disfrutarla, saborear cada momento como el más refinado bocado —ella asintió comprensivamente; él inhaló como si el recuerdo fuera demasiado difícil de soportar—, y luego dejé que todo se escapara. Dejé que ella me quitara la vida y no sabía cómo recuperarla —le acarició el cabello con suavidad—. Ni siquiera sabía si quería recuperar la vida, Brynna... hasta que vi la luz en tus ojos. Hasta que te sostuve en mis brazos.
Las lágrimas esperaban en las pestañas de la joven, y cuando parpadeó, corrieron por sus mejillas y cayeron sobre los dedos de él.
—Te ayudaré a confiar de nuevo, Brand —le prometió—, y luego recuperaré tu corazón y te amaré hasta que ya no puedas soportarlo.
Él simplemente la miró durante un rato, disfrutando de que ella lo amara tanto, y luego la acercó y le lamió suavemente la boca.

—¿La vida también te vuelve amoroso? —sonrió su esposa.
Su única respuesta fue una sonrisa más ardiente que el fuego, antes de recostarla sobre el heno fresco.

El castillo estaba en silencio cuando regresaron caminando del establo, medio congelados. Un leve resplandor que se filtraba por la parte inferior de las puertas de la estancia atrajo la atención de Brand.
—Brynna —la tomó en sus brazos—, ve arriba y prepara un baño para los dos. Te voy a lavar con mucho esmero —le prometió con una sonrisa lujuriosa antes de besarla.
—¿No vienes conmigo?
—Estaré allí en un rato.
Brynna no quería irse sin él. Se preguntaba si no era Colette a la que quería ver antes de acostarse.
—Está bien —concedió, confiando en su promesa de fidelidad... si bien no de amor—, por favor, regresa conmigo enseguida.
Él asintió y observó su lento ascenso por las sinuosas escaleras. Esperó hasta que desapareció, antes de dirigirse a la estancia donde sabía que William lo esperaba.
—Cómo está la yegua? —preguntó el duque cuando Brand entró a la habitación tenuemente iluminada.
—Está bien, al igual que su potrillo. —Se desabrochó la capa y la lanzó sobre una silla cercana. Sus ojos azules brillaban contra la luz del hogar.
—¿Te quedaste despierto para esperarme, William?
El duque habló en voz baja.
— Si.
—¿Ella me ha engañado otra vez, entonces?
— Si, mi amigo.
—No tiene importancia —le aseguró Brand tranquilamente a su mejor amigo. Podía ver la preocupación en el rostro de William y el dolor que le causaba al duque normando contarle lo que había descubierto. Se sentó en una silla forrada en terciopelo con respaldo alto—. Dime. Terminemos con esto así puedo librar a Avarloch de ella y volver con mi esposa.
—¿Un trago, primero? —le ofreció levantando su copa.
Brand sacudió la cabeza. Enseguida, porque ya no podía esperar, dijo:
—¿Me mintió —fue una expresión de certeza.
El duque aspiró profundamente antes de comenzar.
— Si, mintió. No hay tal prometido, ni salvaje ni de ninguna otra clase. —Su maciza figura se delineaba contra las chispeantes llamas mientras se inclinaba hacia delante en la silla—. No hay modo de decir lo que te voy a decir de una manera sencilla, ni nadie que quisiera ahorrarte más dolor que yo— suspiró y miró dentro de su copa.
—Me temo que esta vez te ha traicionado peor que antes.
Brand permaneció en silencio, sus dedos golpeaban contra el brazo de la silla.
—Encontré a Lord de Marson donde esperaba encontrarlo, en Canterbury —continuó William—, estaba aterrorizado de verme, Brand. Temblaba, a decir verdad.
Los ojos de Brand ardían como el fuego mientras consideraba lo que William le contaba.
—¿Por qué te tendría miedo, William? Te conoce lo suficiente como para saber que no le harías daño, a no ser que...
La sonrisa del duque era inexpresiva.
—Eso es lo que le pregunté, pero su única respuesta fue que el rey Eduardo le había informado que yo había regresado a Normandía —los ojos del viejo guerrero se entrecerraron hasta que sólo se veían dos ranuras—. De todos modos, si sólo se hubiera sorprendido de verme, igualmente habría encendido mi curiosidad, ya que todo el mundo en Inglaterra, incluyendo a Lord de Marson, sabía que venía para aquí. Pero nadie sabía que no me había marchado cuando se fue el rey. Y dado que Eduardo no estaba aquí para verme partir, debe haberle informado a De Marson que había regresado a Normandía —Brand, inmóvil, no dijo ni una palabra, por lo cual William continuó algo intranquilo—. Tenía que preguntarme por qué el rey consideraría tan importante contactar a De Marson sobre mi paradero, ¿ NO? —No esperó la respuesta de Brand. — Pero él tenía miedo, Brand, tenía un miedo terrible cuando me vio, así que lo presioné aun más. Y como sospechaba, era por tu culpa que él me temía. Aparentemente Lady Colette estaba residiendo en el palacio del rey debido a un... incidente con un caballero local en Canterbury que era casado.
La voz del duque se perdió cuando Brand sonrió, pero los ojos de Brand le dijeron a William que apenas estaba disgustado con la mujer que alguna vez había sido su prometida.
—Hay más, amigo — le dijo lamentándose—, Colette fue enviada a Winchester para servir a la reina con la esperanza de mejorar su vida. Pero cuando Eduardo regresó, encontró un mejor uso para la muchacha. Tú no eres ningún favorito del rey, Brand —agregó atribulado, con un brillo plateado en los ojos más afilado que cualquier espada—, quiero que sepas que ya me he encargado de este asunto...
—Cuéntame, William.
William se llevó la copa a los labios, bebió de un trago la cerveza y luego se levante ya no soportando estar confinado a su silla un momento más.
—Hay una conspiración en tu contra, Brand. Del mismo modo que la hubo contra Richard, liderada por Eduardo y Harold y llevada a cabo por Colette con la bendición de su padre.
Sus ojos tan fogosos como el azufre miraban fijamente el fuego del hogar mientras Brand digería las palabras de William.
—Le prometieron tierras y casamiento con uno de los caballeros más ricos de Eduardo. Su tarea era venir aquí y alejarte de Brynna.
—¿Por qué?
—¡Piensa, hombre! —se acercó a Brand y se inclinó sobre su silla. Colocó una mano en el hombro de su amigo—. Eduardo sabe que esa puta rubia era tu debilidad. Esperaba que una vez que Colette llegara aquí, tú echarías a Brynna a los perros. Y ya que tú le habías dejado completamente en claro que tal vez lo harías de todos modos... —dejó que la idea se deslizara hacia Brand y con un gesto de su enorme mano, afirmó: —Su traición se extiende mucho más allá de lo que le hizo a Richard. A Eduardo no le importan un comino las alianzas como cree el Consejo . Los sajones nunca aceptarían que trajeras a una normanda a Avarloch. Amenazaron con recuperar Avarloch por la fuerza si no te casabas con Brynna, pero ¿echarla por una normanda...? La guerra sería inevitable, Brand. Y no se suponía que hubiera nadie aquí para ayudarte. Por eso Marson estaba tan aterrado de ver que yo seguía en Inglaterra —William se alejó de la silla de Brand con una sonrisa orgullosa y concluyente—. Muerto tú, Eduardo reclamaría Avarloch. Harold de Wessex le aseguró al rey su ayuda, si yo venía a luchar contra èl. Así que ya ves, el plan era casi infalible.
Brand permaneció paralizado en su silla, digiriendo todo lo que William le había dicho. Una conspiración para librarse de él... y Colette, dispuesta a verlo morir.
William exhaló un fuerte suspiro y regresó a la mesa a buscar más cerveza.
—He enviado mensajeros a Eduardo informándole que sé todo y que si una hebra de tu cabello es siquiera rozada, le cortaré la cabeza a su precioso Harold.
El único sonido en el gran salón venía de afuera. El viento aullaba y gemía golpeando contra las ventanas como si un frío ártico estuviera exigiendo entrar a Avarloch. Brand no parpadeó, ni miró a William mientras hablaba. Y cuando al ti n lo hizo, el duque imaginó que era su caballero preferido el que estaba demorando la tormenta invernal. Pero pronto... pronto la tormenta llegaría.
—Tráemela.

Brynna miraba fijamente los hilos de vapor que se elevaban de la tina frente a su cama. Cruzó los brazos contra el pecho y luego los destrozó esperando a Brand. Finalmente se palmeó los muslos y salió de la habitación.
Desde lo alto de las escaleras vio a William salir de la estancia. Parecía aun más atormentado que Brand cuando apenas llegó a Avarloch. El duque subió los escalones lentamente mirando a Brynna todo el tiempo. Le sonrió pero ella podía ver, aun en la penumbra, la consternación en sus ojos.
—¿Qué sucede, William? —le preguntó suavemente, sin desear en realidad una respuesta.
El tosco duque la complació y le llevó una tierna mano a la mejilla.
—Vete a la cama, bella Brynna. Él regresará contigo en un rato.
La joven asintió pero no se movió de su lugar mientras el duque transitaba el largo corredor hacia la alcoba de Colette. En silencio bajó las escaleras, caminando de puntillas hasta las puertas donde Brand esperaba del otro lado. Un frío helada le lamió la espalda al abrir levemente las puertas y la inundo con un presentimiento que le puso la piel de gallina. Brand estaba sentado frente al fuego observando las llamas que se reflejaban una y otra vez en sus ojos.
—¿Brand?
No le contestó. No se movía, excepto por los dedos que se aferraban y soltaban los brazos de su silla. En el silencio que se alargaba, Brynna observó a su esposo con una preocupación que se acrecentaba en su interior como la amarga hiel. Algo estaba terriblemente mal. ¿Qué novedades le había traído William que habían convertido los ojos de Brand en espadas en llamas, su boca en una delgada línea de odio y de furia?
—¿Mi amor? —susurró ella. Se acercó un paso hacia donde él estaba sentado.
La voz de William detrás de ella la sobresaltó y casi la hace tambalear.
—Regresa a la cama, Brynna.
Se dio vuelta para mirarlo. Él sostenía a Colette de un codo mientras ella se retorcía.
—¿Qué está sucediendo? —exigió.
—Por favor, Brynna —le ordenó William gentilmente—, vuelve a tu habitación.
—Ella se queda, Will — el sonido de la voz de Brand hizo que Brynna se diera vuelta hacia él. A pesar de su ira casi tangible, su tono era suave—. Cierra la puerta, William, por favor.
En el momento en que el duque liberó a Colette, ella corrió hacia Brand y cayó a sus pies.
—¡Lo que sea que te haya dicho de mí, no le creas, mi señor! —dijo en un lamento lacerante—, sabes que siempre me ha odiado.
— Si —dijo Brand, tranquilo—, es un hombre de gran sabiduría y nunca fue tan imbécil como yo.
La vista de la cabellera pálida de Colette enredada alrededor de los pies de su esposo hizo rabiar a Brynna. Dio otro paso hacia adelante pero Brand la detuvo con la mirada.
—Todavía crees que soy un salvaje sin corazón, esposa?
—No, mi amor —Brynna se derritió ante el modo en que la miró. Su furia se desvaneció cuando sus ojos se encontraron.
—No soy un desalmado, Brynna —le dijo, como si intentara convencerla. Bajó la vista hacia la mujer echada a sus pies—, pero Colette de Marson ha conspirado contra mi vida. ¿No tendría que cortarle esa lengua mentirosa? Haré lo que tú digas. — Brynna no le contestó pero contuvo el aliento mientras los sollozos de Colette se hacían más fuertes. — Ella es el demonio que me ha poseído —su esposo seguía mirando a Colette—. ¿Debería matarla y terminar con todo?
—No —Brynna se tragó las lágrimas al ver la emoción que rugía dentro del hombre que amaba... la emoción que ardía como un fuego salvaje dentro de él. Aquí estaba su hombre sirena, regresando de la muerte—, la amaste una vez. Recuérdalo como un honor que le prodigaste a un corazón desagradecido y nada más, y luego otórgamelo a mí, Brand, porque yo lo cuidaré con mi vida. He visto cómo amas. Todas las riquezas del mundo no se le pueden comparar. Es un tesoro precioso por el que yo lucho. Y si alguna vez lo poseo, moriré anta de dejarlo ir.
Brand fijó los ojos en su esposa. La luz del hogar que danzaba en su mirada reflejaba algo tan tierno, tan abierto que hasta William lo vio y sofocó un tenso sollozo como si fueran sus propias emociones las que le estaban siendo arrancadas.
—No sabes lo que puede hacer de tu vida el entregar el corazón, Brynna —le dijo Brand suavemente.
Ella dio un paso hacia adelante.
—Confío en que tratarás a mi corazón con ternura, esposo,
Y luego, como impulsado por la inconmensurable fuerza del amor de Brynna, Brand se puso de pie y caminó alrededor de Colette que seguía arrodillada en el piso. Se acercó a su esposa en dos grandes pasos, tomó el rostro entre las manos y lo acercó hasta el suyo.
—Intenté luchar contra la que estaba sintiendo por ti, pero tú luchaste con más fuerza que yo. ¿Pides mi amor? —sus ojos la devoraron, su aliento estaba entrecortado de emoción—. En realidad es tuyo. En verdad te amo, Brynna; Si, con todo mi corazón te amo —se inclinó hasta ella y capturó su boca con la suya.
Detrás de ellos William dio un fuerte suspiro de alivio.
—La victoria al fin —esperó otro momento mientras su caballero preferido besaba a su amada antes de aclararse la garganta. Cuando Brand se apartó levemente de su esposa, el duque hizo una seña hacia Colette con el mentón—. ¿Qué se debe hacer con ella?
Todavía sosteniendo con fuerza a Brynna en el círculo de sus brazos, Brand se dio vuelta para mirar a Colette.
—Mi esposa te ha salvado la vida, pero quiero que salgas de Avarloch esta noche. Reúne a tus hombres y a tus caballos y que Dios decide tu destino
Colette se enderezó en el piso y lo miró fijamente, aturdida e incrédula.
—Pero está helando afuera...
Brand asintió.
—Como dije, que Dios decida. —Sin otra palabra ni mirada en su dirección, guió a Brynna a la salida de la estancia.
—Ven, ramera —ordenó William. Dando tres pasos gigantes hacia la mujer que lo miraba indignada con negro desprecio en sus ojos, la tomó del codo y la levantó del piso de un tirón.
—Mi padre te verá morir —espetó Colette venenosamente.
—Lo dudo —respondió con sarcasmo el duque normando mientras la arrastraba fuera de la sala—cuando lo dejé, estaba presentándose a su Creador —bajó los ojos plateados y agudos hacia ella—: verás, mi querida, yo no soy tan misericordioso como Lord Brand de Avarloch. O como su esposa.

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