lunes, 14 de abril de 2008

BRAND, EL APASIONADO - CAPITULO 24


Capitulo 24

Cuatro caballeros siguieron el tronar de los caballos de Brand, William y Lord Richard al bosque. Cabalgaban como guerreros dispuestos a la batalla, sus rostros reflejaban una denodada determinación, severos y poderosos, listos para aniquilar a sus enemigos con un solo movimiento de sus potentes espadas. Sólo la presencia de Caos y la ausencia de yelmos y armaduras revelaban que cabalgaban hacia una cacería y no a una batalla.
La decisión de esperar la protección de la noche y llevar sólo un perro había sido idea de William. Su mente bien entrenada y táctica razonó que Brynna había sido capturada por una sencilla razón, para hacer que Brand la siguiera. El rostro de Brand se mantuvo frío e indescifrable cuando el duque le explicó que creía que eran Colette de Marson y sus hombres los que habían herido a Dante y se habían llevado a Brynna.
—Planean asesinarte, inventar un cuento para Eduardo sobre tu traición, que él estaría más que feliz de creer si esta fantasía de ellos tuviera siquiera una remota oportunidad de realizarse.
—Voy a matarlos uno por uno —había prometido Brand con mortífera seguridad.
— si —asintió William, estaba de acuerdo con el plan. Luego prosiguió: —llevamos un perro para que nos ayude a encontrarlos, después lo mantenemos callado mientras nos acercamos.
Brand estuvo de acuerdo.
—Rescatamos a Brynna, luego masacramos al resto.
La noche descendió más temprano en el bosque sobre arboles de troncos pálidos que elevaban sus incontables y casi desnudas ramas al cielo. La escarcha colgaba de las hojas marchitas, pero Brand no sentía el frío bajo su capa negra. Impulsó a su caballo con fuerza y rapidez; la furia había encendido un fuego dentro de él que no sería extinguido hasta que todos los captores de Brynna estuvieran muertos. No dudaba de que la rescataría viva. No podía dudarlo, porque si lo hacía, lo único que le quedaría sería hundir su propia espada en el corazón después de matar a Colette.
No les llevó a los hombres mucho tiempo encontrar el campamento de Colette. Desde la distancia se podía ver el humo elevándose sobre la bóveda de los árboles.
—Idiotas —sonrió William salvajemente.
—Puede ser un truco —advirtió Lord Richard.
—Non —el duque normando sacudió la cabeza volviéndose hacia el padre de Brynna—. Tuvieron que prender una fogata. Está helando. Si no están allí, están congelados.
—Están allí —acordó Brand—. Caos nos guía —señaló al galgo que había salido corriendo en la dirección del humo, luego se detuvo a mirar impaciente a los jinetes que se demoraban.
Sin esperar a sus compañeros, Brand agitó las riendas y cabalgó con William y los demás que lo seguían de cerca.

Colette caminaba de un lado al otro alrededor del fuego como una bestia en celo, se retorcía las manos bajo la gruesa lana de su capa. Cada tanto el sonido de un animal corriendo por la maleza desviaba su atención de Brynna.
— Él ya tendría que estar aquí. Lo escuché decir que te amaba. ¿Por qué no ha venido?
Los ojos de Brynna buscaron entre los árboles intentando vislumbrar cualquier signo de movimiento.
—Escuché al bastardo decir que no ama a nadie —dijo Clyde con voz ronca ajustando la espada a su costado—. Tal vez no le importa si ella vive o muere. El fuego lo traerá directamente hasta nosotros si llega a venir, de todos modos.
—Déjalo encendido —Colette lo miró con rabia—, cuanto antes muera, más rápido podremos regresar con Eduardo.
Brynna cerró los ojos tratando de evitar que vieran sus lágrimas. Tal vez tenían razón. Tal vez ella no le importaba a Brand. Él había asegurado que nunca le importaría. Pero no podía evitar el recuerdo de sus ojos cuando la miraba, el brillo de su sonrisa genuina, el modo en que su mano se cerraba sobre la de ella, y las palabras que le había dicho la noche anterior. Vendría a buscarla. Vendría con su padre y con William. Y caerían directamente en la trampa de Colette. De repente se le cruzó una idea por la cabeza, sorteando el pánico que le apretaba una vez más el estómago... una manera de salvar a todos los hombres que amaba.
—Brand no vendrá a buscarme, Colette. Tú lo has destruido. Él no me ama. No puede amarme.
Colette se detuvo en su ir y venir y miró a Brynna con los ojos entrecerrados.
—Dijo que te amaba, yo misma lo escuché.
Brynna sacudió la cabeza.
—¿Sabes por qué vino William aquí? Para comunicarle a Brand la orden de que me tomara como esposa —respondió antes de que lo hiciera Colette—. Brand prefería comenzar otra batalla antes que casarse conmigo. Les dijo a William y a mi padre que nunca me amaría. —Las falsas lágrimas de Brynna ardieron en su piel y brillaron como la escarcha en sus mejillas. — Hice todo lo que pude, pero no logré que me amara. No vendrá, así que mejor me matas ahora mismo y te vas.
A unos metros de distancia, escondido detrás de unos densos arbustos de moras y grosellas, Brand escuchaba el testimonio de Brynna y un temblor atravesó su alma. Juró pasar el resto de su vida convenciendo a su esposa de que la amaba.
En la oscuridad Brand giró hacia William y asintió con la cabeza. El duque se colocó la capucha de su capa negra sobre la cabeza y salió de los arbustos arrastrándose en silencio, se mimetizaba con las sombras y los hombres de la partida de Colette. Pasó inadvertido cuando se sentó en un gran tronco cortado y comenzó a tallar una rama seca con la daga. Pronto otra figura tan oscura como la primera ingresó al pequeño claro como un fantasma, con la capa y la capucha firmemente ajustada contra el cuerpo para protegerse del frío.
—Esperaremos hasta el amanecer y luego la mataremos y regresaremos con el rey Eduardo —dijo Colette malhumorada, sabiendo que Brynna probablemente tuviera razón. Nada había resultado como lo había planeado de todos modos, y Clyde ciertamente tenía razón acerca de William. Los normandos atacarían Inglaterra si algo le pasaba al duque bastardo. Tal vez el rey igual la recompensaría. Le diría que Brand había asesinado a su esposa, y una vez que la noticia llegara a los nobles sajones, el resultado sería el mismo. Brand sería asesinado y el rey tendría sus tierras y ella las suyas.
Con un gruñido digno de un animal salvaje, Colette pateó tierra en el fuego. Las llamas danzaron reflejando sombras a lo largo de los gruesos troncos, sobre el suelo nevado, y sobre los hombres, cayo número se había triplicado.
Clyde se puso de pie ajustándose la capa alrededor de los hombros.
—Tengo frío y necesito el calor de una mujer —sus ojos se dirigieron hacia Brynna, con un párpado colgando sobre su pupila oscura. Sonrió—, la tomaré a ella, Colette, y si me interrumpes, te tomaré también a ti... antes de matarte.
—Puede que todavía él aparezca, Clyde —Colette lo miró con rabia—. ¿Por qué no esperas y lo obligas a observar?
—No, tengo frío ahora —dijo el caballero de la piel marcada aferrando a Brynna.
—Tengo el presentimiento de que entraré dentro de ti muy cómodamente —la mirada lujuriosa de Clyde con su explícita intención hizo temblar a Brynna, que cayó de rodillas, pero él dio un paso atrás con una mueca burlona—.Tal vez sólo te rompa en pedazos.
Detrás de él se elevó una sombra. William se echó la capa sobre los hombros. En menos de lo que le llevó inhalar, el duque de Normandía liberó su espada. Resplandeció a la luz de la luna por un instante y luego desapareció en la espalda de Clyde.
—Y tal vez no lo hagas —dijo William secamente mientras observaba al hombre caer.
El tiempo pareció detenerse mientras el duque levantaba su mirada de humo hacia Brynna; luego giró tan rápidamente que los pliegues de su capa se elevaron y chasquearon contra sus piernas.
—¡Colette! Mi querida ! —exclamó con ironía mientras el bosque cobraba vida a su alrededor—, qué placer verte de nuevo.
De repente las capuchas fueron echadas hacia atrás revelando rostros que Colette había visto en el castillo, incluyendo el de Lord Richard. Pasó un momento hasta que la sorpresa que inmovilizó a sus hombres se desvaneció de sus rostros, y en la luz de la fogata, Brynna observó los ojos de William que brillaban con la excitación de la batalla mientras chocaba el acero de las espadas.
El arma del. duque se hundía con destreza y sin esfuerzo en el vientre de los atacantes que se le acercaban. Antes de que su víctima cayera al suelo, William retiraba la espada, le limpiaba la sangre en la capa del hombre y la volvía a envainar con la misma rapidez con la que la había sacado. Estudió la pequeña batalla con una sonrisa satisfecha, luego se volvió hacia la joven.
—¿Estás bien? —sacó una daga de su bota izquierda y comenzó a cortar las cuerdas para liberarla.
—Sí —ella respiró profundamente. En el momento en que sus manos estuvieron libres echó los brazos alrededor de su cuello y se colgó de él.
— Si, la más bella de todas las mujeres —el tosco guerrero normando cerró los ojos contra el cabello cobrizo de Brynna. Había una ternura paternal en el peso aplastante de sus brazos al sostenerla, y tanto alivio en la profunda exhalación que escapó de su garganta que pareció más un gruñido que un suspiro—. Gracias a Dios que estás bien.
—¿Dante está vivo?
— Si, lo está. Cuando lo dejamos, tres de tus doncellas lo estaban atendiendo como huérfanas carentes de amor.
—¿Dónde está Brand? —preguntó Brynna cuando la soltó.
El duque se desató los lazos del cuello y con un movimiento de la muñeca echó a volar su capa alrededor de la joven. Señaló hacia una sombra que se movía como un borrón por la velocidad con la que luchaba.
— Está allí. Es el que maneja la espada que derrama más sangre. Mierda, pero si es un bastardo despiadado, ¿verdad? — William parecía escandalizado pero su sonrisa contaba una historia muy diferente sobre lo que pensaba de su amigo preferido.
Brynna miraba luchar a su esposo. La espada de Brand brillaba salvajemente al descender, cortando el aire y derramando sangre en todas direcciones. Si su furia no hubiera sido tan aterradora, habría sido hermoso de observar. Era tan seguro, tan rápido, tan letal mientras giraba balanceando su pesada espada en ambas manos. Sus ojos resplandecían en la oscuridad, despiadados en su destrucción, como una indomable pasión liberada. Y aunque ante un enemigo él era una pesadilla hecha realidad, para Brynna era admirable y magnífico.
—Yo lo entrené —dijo William con orgullo.
Detrás de su enorme figura, se sentía totalmente protegida de la lucha que tenía lugar a su alrededor y le lanzó al duque una rápida y sardónica mirada de reojo.
—¿Usted no tendría que estar peleando junto a él?
—¡Pero si ya no queda prácticamente nadie contra quien pelear! —arguyó William mostrándole con un gesto el pequeño campo de batalla.
Brynna señaló a Colette, que estaba a punto de montar en su caballo y huir. William sonrió con malicia y salió tras ella.
Sólo dos de los hombres de Colette quedaban vivos y Lord Richard los estaba despachando rápidamente cuando Brand bajó la espada y volvió sus ojos salvajes hacia su esposa. Instantáneamente su mirada se suavizó. Sus ojos la llamaban desde el otro lado de la hoguera. Sus hombros tensos se relajaron como si el solo verla lo hiciera humano otra vez.
"Hice todo lo que pude, pero no logré que me amara”.
Pero sí te amo, Brynna. Su corazón le gritaba.
Se hizo camino hasta ella sobre los cuerpos y las ramas, ansiando tomarla en sus brazos y decirle que significaba mas para él que la vida misma.
Estaba a centímetros de distancia cuando una figura saltó desde los árboles detrás de Brynna. El terror consumió completamente a Brand al ver el brazo que rodeó el cuello de su esposa. La daga al final del brazo brilló sobre su garganta. La espada de Brand se alzó como un trueno. Ambas manos sostenían la empuñadura paralela a sus hombros y a la altura de los ojos.
—Suéltala y no te cortaré en pedazos —le prometió Brand a su captor. Su voz era baja y más letal que cualquier arma forjada a fuego. La punta de su espada permanecía tan quieta que parecía ser una ilusión óptica.
El atacante de Brynna sacudió la cabeza mientras Lord Richard y los demás se acercaban lentamente detrás de Brand.
—Dame un caballo y tiempo para huir o la mataré en seguida —replicó su atacante.
Silencio. Brand estaba inmóvil. Sus ojos ardían como terribles llamaradas. No hubo una sonrisa ni brillante ni calculadora cuando habló, sólo una ira tan negra que cortaba el aire mismo al pasar por sus dientes apretados.
—Suéltala ahora.
Un temor salvaje cruzó el rostro de su atacante. Frunció el ceño, listo para matarla.
—Que así sea —presionó más fuerte la daga sobre el delicado cuello.
Brand sólo gruñó. Con la velocidad de un rayo que sobresaltó hasta a Lord Richard, su espada voló como una flecha lanzada directamente desde el arco. Cortó el aire silbando a un cabello de distancia del rostro de su esposa y atravesó la garganta del atacante con tal fuerza que lo clavó en el árbol ubicado a sus espaldas.
Cada fibra del cuerpo de Brynna se deshizo al volverse lentamente para ver lo cerca que el filo había pasado a su lado. Luego miró a su esposo y se desmayó.

Lo primero que advirtió Brynna cuando despertó fue el calor del cuerpo de Brand. Estaba recostada sobre su falda. Brand le acariciaba el cabello, como si fuera más preciosa para él que el aire que llevaba a sus pulmones. Ella abrió los ojos y él bajó la cabeza y le sonrió, y luego frunció el ceño.
—Discúlpame por asustarte. El filo de mi espada jamás te hubiera rozado —le susurró.
Alzando los dedos hacia su áspera mandíbula, Brynna dejó que su mirada recorriera el rostro de su esposo. Sus ojos le hablaban inundándola con la pasión que ella ansiaba. Con su perfecta mirada, él le revelaba su temor de perderla y su desbordante felicidad por tenerla. Le hablaba de una necesidad
masculina de protegerla, no porque le perteneciera, sino porque ya no podía vivir sin ella. Y en la serenidad del momento que pasó dulcemente entre ellos, los ojos de Brand le dijeron cuánto la amaba.
—Sé que nunca hubieras dejado que me hiciera daño, Brand —le dijo suavemente.
El remordimiento cruzó sus ojos.
—Pero te he hecho daño, Brynna. Nunca fue mi intención.
—Brand...
—No —la silenció inclinando su rostro hasta el suyo—, sólo bésame y deja que te dé mi corazón — trazó el contorno de su sonrisa con los labios—. Te amo, Brynna —sus labios eran la luz del sol y la oscuridad al mismo tiempo, una tierna caricia y un ansia primitiva al atraerla más y más profundamente hasta que ella sintió el latido de su corazón y lo tomó.

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