lunes, 26 de mayo de 2008

CONVICTA - CAPITULO 1

Capítulo 1

«Yo soy la resurrección y al vida, dijo el Señor..."

Eran las 12 horas de un día de Junio de 1792. La multitud que llenaba la cubierta del Georgette oía al comandante recitar las palabras de la ceremonia fúnebre. El barco de la Compañía de las Indias Orientales había salido hacia diez días de Río de Janeiro camino a Ciudad del Cabo. Al salir de esa ciudad, giraría hacia el sur, en dirección al Antártico, y después hacia el este, siguiendo una ruta que muy pocos barcos antes que él habían seguido. Su destino era la colonia, establecida cuatro años antes, en la costa de Port Jackson, en Nueva Gales del Sur. Todavía casi no era conocida por su nombre : Sydney. El nombre que resonaba en las salas de tribunales y prisiones de Inglaterra era Botany Bay: la temida colonia penal de la cual era imposible escapar. El Georgette era un barco de transporte de condenados.
Los miembros de la tripulación se encontraban todos alineados en la cubierta. Descalzos y sucios, intentaban ostentar una expresión solemne, pero en sus rostros había indiferencia, pues la identidad de sus vestimentas de lona cosida no les decía nada.
Los oficiales y los aspirantes se encontraban en una fila por detrás del comandante. Las miradas estaban casi todas fijas en el horizonte, que se balanceaba regularmente con el movimiento del barco. Las palabras de la ceremonia caían en oídos desatentos; ya habían sido oídas infinidad de veces .
Por detrás de los oficiales, se encontraban un hombre y una mujer con sus dos hijos. Era el cuerpo de su criada de ellos el que yacía allí .
Los condenados y sus guardias armados formaban un grupo aparte en la cubierta. Había doscientos siete condenados a bordo del Georgette. Formaban una masa desigual de carga humana y se encontraban normalmente alojados en la oscuridad de la bodega. Pestañeaban constantemente bajo la claridad intensa, dado que hacia varias semanas que no veían casi nada mas que las paredes oscurecidas por los años y por la humedad . Eran hombres y mujeres con un aspecto salvaje; el cabello pegoteado, enmarañado con suciedad, caídos sobre sus frentes fruncidas, y sus ropas harapientas hacían que pareciera un espantapájaros. Se apoyaban en un pie, y luego en el otro, disfrutando el alivio de estirar las piernas y de llenar sus pulmones de aire puro.
“ Entregamos por lo tanto su cuerpo a la profundidad ...”
Todos estiraron sus cuellos cuando el cuerpo cubierto de una lona se deslizó a través de una de las portezuelas abiertas y cayó ruidosamente al mar. Se oyó un grito ahogado entre los condenados, y una criatura se tapó repentinamente el rostro con sus manos. Nadie le prestó atención, a no ser una mujer que se encontraba detrás de ella, quien le dio una palmadita afectuosa en el hombro.
El comandante recitó finalmente las últimas palabras de la ceremonia. Se sintió una cierta tensión entre los condenados al formarse en fila para ir nuevamente allá abajo.

Andrew Maclay, el segundo oficial del Georgette, los observaba. "Un banda de miserables", pensó él, "algunos tienen mucha suerte de haber escapado a la horca." Susurraban mientras se iban agrupando en torno a la escotilla, y un guardia le ordenó que se callasen. Andrew se volvió y se preparaba para dirigirse a los camarotes, pero fue detenido por la voz de una mujer que se elevaba de entre los condenados.
- Cuidado, vea lo que está por hacer. No vaya a ser que la criatura baje las escaleras con la cabeza!
- Tenga mas cuidado con su lengua, desgraciada... - La frase terminó con una chorrera de insultos.
Andrew dio media vuelta rápidamente, y las personas agrupadas en torno a la escotilla se apartaron cuando él se aproximó. El guardia apuntó con el pulgar hacia atrás, a la mujer que había gritado.
- Está es la que causa problemas, sir - informó él.
La mujer había posado la mano en el brazo de la criatura cuyos sollozos habían irrumpido durante la ceremonia fúnebre. Poniéndose muy derecha, miró del guardia de Marina a Andrew, y en seguida estalló:
- Vio lo que sucedió. Él ... - ella apuntó para al guardia - casi que la sacó allá abajo.
El guarda hizo un movimiento agresivo con su mosquete en dirección a la mujer. Los condenados se aproximaron , esperando ansiosamente que Andrew diese la ord en para castigar. Andrew se enojó con los rostros ávidamente atentos, que no mostraban ninguna señal de compasión ni por su compañera ni por la criatura.
- Basta! Cállense... los dos! - Después, se dirigió a la mujer. - Ve inmediatamente allá abajo!
Ella lo miró durante unos instantes, después apresuró a la criatura a descender la escalera de la escotilla. El guardia comenzó nuevamente a apresurar a los condenados para que avanzasen.
Andrew se dirigió a su camarote. El incidente no había pasado de una pequeña cuestión disciplinaria, sin embargo la escena no salía de su mente. El modo como la joven se había lanzado en defensa de la criatura revelaba un espíritu determinado. Intentó recordar la fisionomía de ella, pero apenas conseguía recordar con nitidez el brillo airado de unos ojos extraordinarios.
S detuvo con la mano extendida en la manija de la puerta de la sala de oficiales, recordando que la voz de ella era la voz de una mujer culta.

ANDREW había aceptado la invitación del comandante Marshall para cenar con él después del servicio fúnebre, una variante de la rutina que venía a compensar una semana monótona en la sala de oficiales. Eran seis comensales: el comandante; Harding y Wilder, el primer y tercer oficiales; Brooks, el cirujano; James Ryder, un pasajero, y Maclay. Ryder era un próspero agricultor de East Anglia, bastante culto, que había decidido ahora, por alguna razón inexplicable, instalarse en Nueva Gales del Sur . Su bonita y frágil mujer También había sido invitada a cenar, pero había quedado cansada con la ceremonia en la cubierta y se había retirado a su camarote.
Era tarde y la comida todavía no había terminado. Habían comido bi en ; el vino era bueno y abundante.
Brooks, el cirujano, se dirigió a Ryder:
- Temo que la muerte de la criada va a causar un gran trastorno a su esposa, sir.
Ryder asintió con la cabeza .
- Teme bien . - Después, miró a el comandante e indagó : - Comandante Marshall, mi mujer deseaba saber si se encuentra alguna mujer llamada Sara Dane entre los condenados.
El comandante miró al primer oficial.
- Señor Harding, el nombre le dice algo ?
- Hay sesenta y siete condenadas a bordo del barco, sir. No consigo en este momento tener presente si esa mujer se encuentra o no entre ellas. - Harding se volvió hacia Ryder. - Tiene algún interés especial en esa mujer?

- Mi mujer, como sabe, es una mala marinera. Ha tenido que retirarse tantas veces al camarote que no sé qué será de mis hijos ahora con el fallecimiento de Martha Barratt.
Brooks intervino en un tono frío.
- Está pensando en esa condenada para tomar hacerse cargo de Ellen y Charles? No la conoce, verdad ?
- Sólo oí hablar de ella - respondió Ryder. - Antes de embarcarnos en Portsmouth, mi mujer recibió una carta de una amiga que vive en Rye. La señora hablaba de una tal Sara Dane que había sido criada por la familia de un párroco de allá... y que había sido condenada a deportación hace cerca de un año. Mi mujer tiene esperanzas de que esta joven se encuentre a bordo. Si así fuese , como tiene práctica en el servicio doméstico, puede probablemente ayudarla mucho durante el resto del viaje.
Brooks volvió a intervenir:
- Condenada hace un año, dice el señor? Entonces, quedaré muy sorprendido si todavía no hubiese muerto. Las prisiones son inmundas, tienen treinta o cuarenta prisioneros en una celda en la que apenas caben diez. Cuando surge la fiebre tifoidea, los pobres diablos mueren como pajaritos.
Ninguno dijo nada en los minutos que siguieron ; el calor, la comida pesada y el vino abundante no eran propicios para grandes conversaciones. Después, Wilder, el tercer oficial, levantando las cejas con indiferencia, indagó :
- Señor Ryder, considera una buena idea poner una mujer de esas a cargo de su mujer y sus hijos?
Ryder pasó inmediatamente a la defensiva.
- Estoy convencido de que es una idea válida, Señor Wilder.
- Pero estas mujeres son criminales, sir - murmuró Wilder.
- Los criados que el gobernador Phillip pondrá a mi disposición en Nueva Gales del Sur También lo serán - respondió Ryder. – Por otro lado , mi mujer necesita a alguien que se ocupe de los niños. Comandante Marshall, me autoriza a indagar si esa mujer está a bordo?
- Oh, claro que si , Señor Ryder - respondió el comandante, ya medio embriagado, sin casi apartar la copa de vino de sus labios.
Entonces, Andrew comentó con bu en humor:
- Puede ser que hasta llegue a quedar satisfecho con la muchacha, Señor Ryder. No todos ellos son criminales perdidos, sabe. Tenemos cazadores furtivos y predicadores disidentes allá en bajo en la bodega. Yo no llamaría criminal a un hombre sólo porque predica otro modo de culto o porque roba una gallina o dos.
- Pero que imprudencia, Señor Maclay! - comentó Harding con
una sonrisa . - Qué importa un predicador bizarro por aquí y otro ladrón por allí ? Piense en centenas de ladrones y disidentes y en millares de cazadores furtivos, y la cosa ya cambia de color y de números. Si esas personas no fuesen castigadas, llegarían a pensar que son tan buenas como sus amos. Fue precisamente ese el sentimiento que provocó la Revolución Francesa.
Ryder asintió afirmativamente .
- A veces, las leyes son severas para con los pobres, pero ellos tienen que aprender que no pueden infringir la ley esperando no tener un castigo.
- No cree, Señor Ryder, que las leyes que permiten cercar terrenos comunitarios, obligando a los campesinos a abandonar la tierra y a ira trabajar a las fábricas, son los verdaderas culpables de la situación? Muchos de ellos que vivían felices y contentos y hace algún tiempo ya no consiguen ganarse la vida. Por eso, roban y cazan furtivamente - dijo Andrew, pensativo.
Harding lanzó una carcajada .
- Habla como un diputado reformista, Maclay!
Se oyeron algunas carcajadas, pero Andrew respondió cordialmente:
- Sólo me convierto en reformista cuando bebo bu en vino, mis señores.
- Bi en - dijo Wilder, arrastrando las palabras - realmente no se puede esperar mucho del punto de vista político reformista de un agricultor escocés transformado en marinero.
Andrew, no se sintió mínimamente tocado y se volvió hacia él.
- Pero eso no impide que tenga algo de razón al decir que no todos los hombres entre los condenados son criminales y no todas las mujeres son prostitutas. Creo que, si la Señora Ryder estuviese dispuesta a correr el riesgo con una de las mujeres, es probable que descubra a alguien que le sirva bien.
El comandante Marshall miró a los oficiales a su alrededor , sonriendo ligeramente.
- Bien , Señor Maclay parece estar determinado a defender a los condenados. en ese caso, creo que es la persona mas indicada para descubrir si esa tal mujer, Sara Dane, está o no a bordo. Y , en caso que no esté, estoy seguro que lo mejor será confiarle la elección de otra mujer.
Andrew se ruborizó . La tarea de ir buscar a una mujer en aquel agujero hediondo de la bodega era ingrata. Los oficiales de la Compañía de Indias Orientales generalmente consideraban por debajo da su dignidad aceptar el contrato de transporte de condenados hasta Botany Bay. Andrew Maclay a veces se preguntaba si alguna vez volvería a ser transferido a un barco de curso regular con pasajeros normales.

***
Pasó una hora hasta que Andrew mandó a uno de los aspirantes a buscar el libro encuadernado con cuero que contenía la lista de las condenadas a bordo. Estaba ocupado en la sala de oficiales , con mapas y papeles desparramados encima de la mesa delante suyo , pero la orden del comandante no podía esperar mas.
Los otros dos ocupantes de la sala, Brooks y Wilder, se aproximaron a la mesa. Cuando Andrew abrió el libro con reticencia, Wilder dijo indolentemente:
- No consigo darme cuenta por qué es que Ryder quiere ir para allá. En cuanto a llevar a su mujer... Ella es una mujer muy bonita, como ustedes saben, y el muy imbécil se propone instalarla en el medio de un grupo de salvajes.
- Ryder probablemente va a hacer una fortuna para ella en Nueva Gales del Sur - observó Brooks.
- Una fortuna, dice él - Wilder tocó levemente el brazo de Andrew. - Qué se puede ganar en una colonia penal? No posee ninguna ventaja comercial , como la China o la India. Ni siquiera existiría si la guerra con América no hubiese impedido que el Gobierno continuase mandando allá a los condenados. Por lo que oí decir, Botany Bay no es mas que un conjunto de cabañas... nunca pasará de ser un depósito para el excedente de mugre humana que no entra en las prisiones inglesas.
Las cejas de Brooks se fueron levantando a medida que Wilder hablaba.
- Tu opinión es interesante, Wilder - dijo él. – Pero para mí es diferente. - Brooks, en su calidad de médico, había viajado hasta Port Jackson con la segunda tanda de condenados. Era un hombre calmo y casi nunca hablaba de sus viajes anteriores. - No se parece en nada a los otros sitios donde estuve - agregó, casi como si estuviese hablando con sus botones. - Todo aquello es un misterio... desolado pero alucinante.
El capitán Cook hizo por primera vez el mapa de la costa este
- Veintidós años. Sólo atracó una vez en Botany Bay. Pero cuando se trajo la primer tanda de condenados, el gobernador Phillip consideró que era imposible establecer una colonia en aquella bahía. Llevó su flota a la bahía de Port Jackson, unas pocas millas mas arriba . Qué bello puerto! Atracó y se instaló en un sitio al que llamó Sydney Cove.
- Y de dónde es que sacaste la idea de que Ryder va a conseguir hacer fortuna? - preguntó Wilder.
- Porque yo concuerdo con el gobernador Phillip - explicó Brooks. - él tiene grandes planes para su colonia penal.
- La tierra es fértil? - indagó Andrew.
Brooks vaciló .
- Por el momento , casi no extraen nada de ella, por eso están continuamente al borde de morir de hambre. Dependen de Inglaterra para las provisiones, y los condenados mueren de a docenas porque, si los barcos se atrasan, no tienen raciones suficientes para sobrevivir. Pero Phillip cree que la tierra llegará a producir cuando aprendan a lidiar con ese suelo y ese clima. Por el momento , parece que no hay un solo hombre entre ellos que sea realmente un agricultor experto, y los condenados no se preocupan por el futuro de ese país. Es por eso que creo que Ryder tiene allá una fortuna esperándolo , él tiene los conocimientos y el dinero para salir adelante - concluyó él seriamente.
Andrew volvió a concentrarse en el libro y pasó las páginas impacientemente.
- Sara Dane... Cómo es que consiguen distinguirlas unas de las otras? Ni siquiera sabemos que crímenes cometieron . El Gobierno mandó a esta gente a los confines de la Tierra sin papeles de ninguna especie.
- Tal vez estemos entregando a la delicada Señora Ryder en las manos de una asesina - se rió Wilder.
- Aquí está ella - dijo Andrew. - Sara Dane... y no le fue imputado ningún castigo!
- Bien, allá vas, Maclay - dijo Wilder con buen humor . - Te Deseo felicidades y mucha buena suerte .

ANDREW mandó a llamar a un sargento para acompañarlo y descendió la escalera hacia la bodega, intentando prepararse para la desagradable tarea. El servicio prestado en la Marina lo había endurecido contra los escrúpulos y los prejuicios , pero aquello era diferente. Se trataba de carga humana transportada en l peores condiciones que el ganado que iba a bordo; en realidad , el ganado era tratado como algo valioso, mientras que con la muerte de un condenado nadie se conmovía. Nunca había oído una sola palabra de conmiseración para con los prisioneros de la boca de los oficiales. Sólo a él le importaban ellos; tenía la sensación de que había algo en el sufrimiento de ellos que lo afectaba personalmente.
Desde la bodega donde se encontraban los prisioneros le llegó una confusión de voces - las de las mujeres distintivas y agudas dos tonos por encima de las voces mas graves de los hombres. Sintió unas ganas desesperadas de volver hacia atrás y subir nuevamente las escaleras .
Detestaba la lucha por la supervivencia que se desarrollaba entre aquella gente; ya había visto exactamente lo mismo en las casas en ruinas de los suburbios de Londres y Edimburgo. Su padre, un abogado escocés exitoso en los tribunales ingleses, había vivido apenas el tiempo suficiente como para llevar a su hijo a odiar el Derecho como profesión y el tipo de coraje alocado que le permitía apostar la vida en un juego de cartas. Andrew apenas recordaba vagamente de su padre jugador; había sido criado por el hermano de su madre , quien poseía una pequeña propiedad cerca de Edimburgo. La única disciplina que Andrew había conocido en la vida había sido en la Marina y después de eso apenas las reglas mas blandas de la Compañía de las Indias Orientales. Había crecido con el horror a las ciudades llenas de personas y a todo lo que amenazase con restringir su libertad . Se enojaba a veces al pensar en la oscuridad de los alojamientos de los presos en el Georgette.
Allí abajo, la primer cosa que siempre se sentía era un olor nauseabundo: el olor de los cuerpos sucios, de la comida rancia y del agua verde y densa con cosas que flotaban en ella. Los alojamientos de los prisioneros, en los cuales hombres y mujeres estaban separados, habían sido improvisados con un tabique a todo lo largo del barco, con aberturas para los mosquetes de los guardias. Andrew avanzó reticentemente por la oscuridad casi total. Dos de los guardias estaban inclinados con los rostros pegados a los agujeros, pero cuando lo habían oído aproximarse, se pusieron firmes . Uno de ellos exhibió las llaves de la pesada puerta. Una confusión de gritos y de sonidos de lucha llegó hasta ellos a través de una hendija.
Andrew hizo un gesto irritado.
- Apúrese, hombre! Qué diablos está pasando allí dentro?
El guardia trabajó con la cerradura.
- Una pelea común y corriente , sir. Se pasan la vida haciendo eso.
- Y por qué es que no intenta impedirla?
EL hombre miró espantado a Andrew.
- Nada me agradaría menos que entrar allí, sir. Ellos me descuartizarían !
Andrew lo empujó a un lado, abrió violentamente la puerta y entró. El sargento lo siguió con reticencia. EN la semi oscuridad , consiguieron distinguir una masa de mujeres acostadas, sentadas y de pie .


El barullo era ensordecedor, y en el medio de la multitud habían cuatro mujeres rodando por el suelo , luchando furiosamente, mientras las otras las observaban con un interés malévolo. El combate era desesperadamente desigual; Andrew consiguió notar que una de las mujeres, que se encontraba completamente debajo de los cuerpos de las otras y que apenas se veía, luchaba sola.
- Silencio! - gritó él.
Las mujeres que rodaban en el suelo ni siquiera repararon en él, pero las otras reconocieron su presencia y los gritos acabaron. De repente, una de las luchadoras miró a su alrededor , fijó la mirada en él durante un segundo y le dio una sonrisa desdentado.
- Vean , muchachas, el joven y guapo oficial qu vino a visitarnos. Traigan el vino y pónganse su mejor ropa, o mejor , quítense la ropa.
EL comentario fue acogido con carcajadas estridentes.
Andrew se ruborizó .
- Silencio! - volvió a gritar. - Qué viene a ser esto?
Los últimos murmullos se desvanecieron . Lo Miraban fijamente, pareciendo conscientes de que estaban en ventaja numérica. él observaba el movimiento de sus andrajos cuando ellas se movían , con las manos sucias agarradas a los vestidos que ya casi no se podían considerar decentes. Los rostros, bajo la capa de grasa y muge, no se distinguían unos de los otros. Y los ojos eran todos semejantes: atentos y astutos. Hasta las que estaban acostadas enfermas habían levantado sus cabezas para verlo mejor. Las tres en el centro fueron liberando gradualmente a su víctima , quien se sentó agarrándose la cabeza.
- Todas ustedes saben cual es el castigo aplicado por pelearse - dijo él, mirando a las culpables. Hizo un gesto en dirección de aquella que imaginaba era la jefa. - Creo recordar que ya fuiste castigada. No es tiempo para que aprendas a obedecer órdenes ?
- Si, mi amor, pero yo ya soy carne demasiado vieja para aprender nuevas lenguas – le respondió ella con otra sonrisa .
En medio de las carcajadas que siguieron , él se volvió hacia el sargento.
- Quiero que me de los nombres de estas mujeres Señor Harding.
- Si, sir!
Se calmaron nuevamente al oír sus palabras. Antes Se habían mostrado hilarantes e insolentes; ahora parecían hostiles. Pero si ellas adivinasen por un segundo que él sentía compasión por ellas, siempre que él apareciese allí se manifestarían con chistes e insubordinaciones. Entonces, él preguntó en un tono firme:
- Hay alguien aquí llamado Sara Dane?
La víctima de las tres atacantes levantó la cabeza.
- Sara Dane soy yo .
Se puso de rodillas con esfuerzo, se levantó y comenzó a abrirse camino entre la multitud en dirección a Andrew, tropezando con un cuerpo postrado en el camino. Esto provocó un torrente de blasfemias e insultos como él jamas había oído , ni siquiera entre los hombres de la Marina. Pero la mujer que avanzaba en su dirección parecía indiferente a los insultos.
Era alta: tuvo que bajar la cabeza para evitar golpearse con las vigas bajas del techo. EN la oscuridad que los rodeaba, él no consiguió distinguir sus facciones, pero reconoció inmediatamente la voz: era la misma que había oído levantarse para protestar contra la manera como estaban tratando a una criatura después de la ceremonia fúnebre - La voz que lo había sorprendido .
- Y cómo es que te viste involucrada en esta pelea? - preguntó él bruscamente. - deberías ser azotada por esta insubordinación .
- Insubordinación? – ella apartó el cabello de su rostro para mirarlo de frente. – Llamas insubordinación al haber luchado por aquello que es mío?
- Qué era lo que ellas estaban intentando sacarte?
- Esto! - Ella sacó de entre sus ropa con un pañuelo sucio atado en las puntas. - Mis raciones !
Andrew sabía que los condenados vivían principalmente de carne de cerdo salada y galletas marineras infestadas de gorgojos. Brooks, quien trabajaba diariamente entre ellos, le había dicho que las raciones no eran ni siquiera suficientes para mantenerlos sanos, existía siempre el peligro de un brote de escorbuto. Y donde había hambre, las aves de rapiña sacaban lo que podían a la fuerza.
Se volvió hacia el círculo de rostros.
- Si esto vuelve a pasar , haré que todas sean castigadas. Todas! Me Han oído ? - Después, se volvió nuevamente hacia Sara Dane. - Ven conmigo.
Cuando llegaron a la cubierta superior, la mujer se tambaleó un poco, como si el aire fresco y la luz del Sol fuesen un shock para ella. él casi que iba a extender una mano para ayudarla, después, mirando a el sargento, dejó caer la mano incómodamente. Ella examinó la cubierta con un aire natural y una compostura que contrastaban tristemente con sus harapos.
Era mas joven de lo que él había imaginado , esbelta y erecta, sin arrugas en el cuello ni en el rostro, aunque presentase en ambos marcas grises y marrones de suciedad de larga data. El cabello, suelto y despeinado, era lacio. Traía un vestido harapiento mucho mas grande de lo que le correspondía.
A continuación, ella levantó los ojos : eran azules verdosos, casi del color del mar, pensó él. Tenían una expresión inquisidora.
- El aire aquí es fresco, Señor Teniente - dijo ella.
- Fresco...? - Se arrepintió pronto de haberle respondido. Era una impertinencia de parte de ella el dirigirle la palabra y debía haberla puesto en su lugar. Pero con aquellos ojos verdes fijos en él, por instantes había perdido la cabeza. En seguida, recordando la presencia del sargento, lo despachó .
- Tal vez no se de cuenta - decía ella. – Pero cuando se pasa tanto tiempo allá abajo como yo
- Cállate ! - Se alejó de ella y le hizo una seña para que lo siguiera hasta los camarotes de los pasajeros.
Ella tuvo que correr para acompañarlo.
- Por qué que no puedo hablar con vos, Teniente? No hay nadie aquí que nos oiga. Hace mucho tiempo que no hablo con nadie como vos. Allá abajo - ella apuntó a la cubierta - no hablan el inglés correctamente.
El la miró con una expresión enojada.
- La culpa es tuya. Nadie es mandado a la colonia penal de Botany Bay sin una buena razón!
.......
- Cállate !
- Si, Teniente . – Ella simuló obediencia pero él sospechó que ella sonreía cuando bajó la cabeza.