domingo, 24 de mayo de 2009

LA CAPRICHOSA - CAPITULO 15

CAPITULO 15



Cabalgaron toda la tarde y buena parte del anochecer antes que Reginald y Balan decidiesen que era hora de acampar. Murie se sintió agradecida por poder salir un poco de la montura. Y más todavía cuando su marido le propuso acompañarla hasta el margen del río para que pudiese lavarse mientras los hombres armaban el campamento.
Realmente elegí un hombre muy gentil como marido, pensó Murie, dándole la mano mientras cruzaban el bosque alrededor del claro donde acamparían. Iba tan distraída, prestando atención a la belleza del lugar, hasta que se encontró delante de una serie de plantas de espadas de san Jorge. En ese mismo instante, empujó con fuerza el brazo de Balan.
- No pises ahí, mi lord ! - Murie gritó, sin conseguir que Balan se detuviese. - Oh, demasiado tarde !
- Demasiado tarde para qué ? - él respondió azorado, viéndola agacharse para intentar arreglar las hojas quebradas.

- Nunca pises una espada de san Jorge. Dicen que cuando eso sucede, un caballo fantasma aparece para llevarse a la persona.
Balan la observó , esforzándose inútilmente para acomodar las plantas aplastadas hasta que entendió lo que estaba sucediendo. Esa no era nada más que una más una de las tontas supersticiones de Murie. Sonriendo, la tomó por el brazo, haciéndola levantarse.
- Creo que no necesitamos preocuparnos - Balan dijo .
- Por qué ? No cuesta nada evitar un peligro , no te parece?
- Murie yo todavía estoy aquí. No apareció ningún caballo fantasma para raptarme, viste?
- Oh, está bien. .. - ella murmuró, acurrucándose contra su cuerpo fuerte.
Balan le acarició la mejilla con la punta de sus dedos, contento por ver que a ella le gustaba esa caricia.
- Sabes una cosa?
- Qué ?
- Me encanta cuando me besas...
- Te gusta ?
- Si...
- Y quieres que te bese ahora?
- Estás demorando demasiado.
El enterró sus dedos en los cabellos largos, sujetándole la cabeza para que sus labios se encontrasen completamente, compartiendo el calor de las bocas unidas en un beso ardiente. Murie gimió de placer, abriendo los labios para dejar que la lengua húmeda de Balan penetrase su boca, uniéndose a la de ella en un embate de embestidas deliciosas.
Murie Se agarró con fuerza a las espaldas de su marido y pegó su cuerpo al de él, implorando por más. Balan la abrazaba con fuerza, apretando su erección contra la ingle femenina.
Notando que había un árbol , pocos pasos atrás, Balan la condujo allá sin soltarla del abrazo y sin interrumpir el beso.
Sólo cuando la espalda de Murie estaba apoyada contra el tronco Balan apartó sus labios, hundiendo a cabeza entre los pechos, desatando las cintas que cerraban la pechera con sus dientes.
Extasiado con la piel blanca iluminada por la luz del sol poniente, él le tomó los pechos , besándolos de a uno delicadamente, y luego succionó sus pezones hasta dejarlos rígidos.
En respuesta, Murie arqueaba su cuerpo hacia atrás , invitándolo a tomarla por completo. Balan le levantó la falda y dejó que sus manos vagasen por la carne de los muslos hasta encontrar el punto sensible de su sexo . Los gemidos de Murie se hicieron más altos. Sentía el bulto del miembro masculino adquiriendo volumen, presionándose contra su ingle como si quisiera escaparse de los confines de los pantalones de cuero. Impulsivamente , Murie abrió sus pantalones, libertando su miembro de la prisión de cuero. Estaba erecto y latente, poderoso y enhiesto para cumplir su misión.
Balan retiró la mano que mantenía entre las piernas de ella y, rápidamente, rasgó su ropa interior de lino, permitiendo que su miembro pudiese tocar la entrada húmeda de su sexo.

Murie se apoyó mejor contra el tronco del árbol y enroscó sus piernas abiertas a la cintura de Balan mientras sus manos acariciaban sus cabellos con gran ansiedad.
Sin conseguir contenerse más, Balan la penetró con furia, varias embestidas y los gemidos crecientes de Murie precedieron el grito final del orgasmo.
Por algunos segundos continuaron allí abrazados, en el silencio del bosque, unidos en el más puro deleite de los cuerpos saciados, ajenos a todo excepto a los latidos acelerados de sus corazones.

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