miércoles, 26 de agosto de 2009

CALAMITOSA CLARISSA - CAPITULO 5 - LYNSAY SANDS

CAPITULO 5


Adrian y Clarissa finalmente lograron llegar al otro lado del jardín, y Adrian la hizo apresurarse.
- Qué diablos estaban haciendo ellos ? - ella preguntó curiosa y jadeante cuando Adrian la hizo detenerse en otro pequeño claro del bosque.
Mowbray quedó un tanto desconcertado y la miró enternecido.
- Te lo voy a explicar algún día, mi lady. No es momento todavía.
- Por qué ?- ella insistió.
- Porque todavía sos demasiado inocente como para entender ciertas cosas. Te pondrías muy incómoda. Y porque creo que debemos volver al baile - concluyó Adrian, sonando aliviado por encontrar otra excusa.
- No tuvimos la posibilidad de bailar - Clarissa protestó, pensando que, si iba a meterse en problemas, por lo menos podría bailar un poco.
- Queda pendiente para otra vez - Adrian gentilmente le prometió, sonriendo.
- Temo que no habrá una otra vez, mi lord . Lydia ha estado evitando concurrir a los lugares donde vos puedas aparecer. Sólo estamos aquí porque ella pensó que vos no aceptarías la invitación de Prudhomme.
- Entonces es por eso que no lográ encontrarte en ningún otro baile esta semana - Adrian dijo bajito , completando secamente: - Tu madrastra tenía razón, normalmente no vendría a este baile.
- Entonces por qué viniste ? - Clarissa contuvo la respiración después de hacer la pregunta.
- Porque sé que Prudhomme es tu pretendiente y me imaginé que vos vendrías.
- De verdad ? - ella preguntó con una sonrisa .
- Si, de verdad.
Clarissa sintió que Adrian sonreía también. Entonces él pasó delicadamente sus dedos sobre sus ojos, para que dejase de apretarlos y le dijo :
- A mi también me gustó mucho nuestra conversación en el baile de Morrisey t, desde entonces, estaba ansioso por volver a encontrarte.
Una amplia sonrisa iluminó el rostro de Clarissa, expresando todo el placer que sentía ante esas palabras.
- Sólo quería…
- Dime lo que quieres? - Adrian se apresuró a preguntar al verla vacilar.
Clarissa encogió los hombros , entristecida.
- Quería que Lydia no sintiese tanta antipatía por vos.
Ambos aproximaron al salón, pensativos y callados.
Adrian se detuvo e hizo que ella se diese vuelta hacia él.
- Tal vez haya una manera de lograr eso.
- Qué manera? - preguntó Clarissa, en una mezcla de curiosidad y esperanza.
Adrian la miró en silencio, meneando la cabeza en asentimiento, como si concordase con la idea que había tenido . Él apretó la mano que sujetaba el brazo de ella y dijo :
- Clarissa, si mi primo fuese a buscarte en los próximos días y
te ofreciese llevarte de paseo, intenta involucrar a tu madrastra en la conversación.
- Tu primo? - ella preguntó, indecisa.
- Reginald Greville - Adrian aclaró . - Le voy a pedir que te vaya a buscar. Su madrastra lo va a aprobar. Él saldrá con vos, y yo los encontraré en el parque.
Clarissa frunció el ceño, reconociendo el nombre.
- Creo que ya nos conocemos y es poco probable que él acepte ir a buscarme, mi lord .
- El me contó sobre el encuentro con vos.
- Te contó? - ella preguntó deprimiéndose.
- Me contó, si, pero no te preocupes, ya conversé con Reginald respecto a tu problema de visión. Él tendrá placer en ayudarnos.
- Tal vez - murmuró Clarissa en duda. Después , mordiendo el labio y mirando el rostro borroso de él, preguntó con tono ansioso: - El no será un libertino, no ?
Al sentir la vacilación de Adrian, ella se apresuró a explicar:
- Pues esa es la razón de Lydia para oponerse a vos. A pesar de que, en tu caso, estoy segura que ella está equivocada, pero si Reginald fuese un…
-Todo va a salir bien .
Clarissa sintió su corazón acelerase, deseando creer en él, al mismo tiempo no creyendo que algo tan maravilloso pudiese suceder en su vida.
Había tenido muy pocas alegrías en los diez últimos años. Primero la enfermedad de su madre y el terrible episodio con el capitán Fielding… Después que su madre muriese y mientras ella todavía llevaba luto, su padre se había casado con la horrible Lydia. Desde entonces su vida en el campo había sido un verdadero martirio, con Lydia esforzándose en recordarla su vergonzosa experiencia siempre que podía. Era frecuente que la acusase de haber precipitado la muerte de su madre con el escándalo que había traído a la familia.
Clarissa sabía del resentimiento que Lydia sentía por ella y que la culpaba del hecho que su padre evitase ir a Londres. Desgraciadamente , tenía que aceptar que Lydia tenía razón .
La madrastra la detestaba por eso, pues había perdido varias temporadas sociales en Londres y era un secreto de que no veía la hora de librarse de la hija de su marido.
Clarissa también sabía que, en lo que dependiese de Lydia, ella haría cialquier cosa para atar su vida al odioso Prudhomme . Y que ella debía saber muy bien lo traicionero que ese hombre era. Clarissa sospechaba que por algún tiempo ellos dos habían sido mucho más que amigos como las actuales circunstancias demostraban. Ella se preguntaba si eventualmente Prudhomme no le habría jurado amor eterno también a Lydia y si habría maldecido contra la buena salud de su padre. Todo ese cuadro no le sorprendería ni un poco.

- Clarissa!… Clarissa!
La voz de Lydia cortando la noche casi la hizo gritar de susto. Aunque cerca del salón, todavía estaban en la senda que circundaba el bosque y pudieron una vez más meterse entre los arbustos.
- Sh… - Adrian susurró bajito cuando ella abrió la boca para despedirse de él mientras todavía había tiempo.
- - Ve! Ella no me vio. No menciones mi nombre. Dile simplemente que saliste a tomar un poco de aire fresco.
- Está bien - Clarissa susurró.
- Y no te olvides del acuerdo con mi primo. Reginald Greville va a buscarte mañana.
Susurrando unas buenas noches a Adrian, ella volvió a aparecer en la senda y comenzó a dar algunos pasos vacilantes en dirección a la voz de su madrastra.

Adrian aguardó hasta que Lydia y Clarissa entrasen en la casa para salir del bosque. No quiso volver al salón. Siguió por el costado de la casa hasta llegar al patio delantero y solicitó su carruaje.

Ya en el vehículo, ordenó al conductor a llevarlo a una de las casas de juegos de la peor reputación en la ciudad, con la certeza de que encontraría a Reginald allá.
Como esperaba, Adrian encontró su primo jugando y le pareció gracioso el shock que él tuvo al verlo.
- Adrian! - reaccionó Reginald sorprendido, al sentir una palmada en el hombro y volverse para ver quien era. - Pensé que nunca más vendrías por aquí. Desde que volviste de la guerra, parece que renunciaste a este tipo de diversión. Unete a nosostros, siéntate aquí - él propuso, visiblemente contento de tener a su antiguo compañero de vuelta.
Adrian vaciló, después se sentó , poco cómodo como para hablar sobre la razón de estar allí delante de todos. Pero sabía que si se atreviese a sacar Reginald del juego, difícilmente obtendría la ayuda pretendida. Conformándose con pasar algunas horas en ese ambiente de aire viciado, tuvo que ignorar las miradas curiosas dirigidas a su cicatriz y se quedó repasando mentalmente los argumentos que usaría para convencer a su primo tan pronto como saliesen de allí.
- Debes estar loco! - Reginald exclamó.
A la salida de ese antro infernal, Adrian había invitado a su primo a tomar un trago y, finalmente, le ofreció llevarlo en su carruaje hasta su casa dos horas más tarde.
A Adrian le extrañó la reacción de Reginald. No era la que esperaba. Después de haberle explicado sus razones, estaba seguro que él entendería y sería más colaborador.
- Por qué loco?
- Porque es una locura creer que yo de buena voluntad me expondría a ese peligro - Reginald dijo riendo, al entrar en su casa y dirigirse a la biblioteca.
- Qué será de mis herederos, si es que puedo tenerlos, en caso que la calamitosa provoque nuevamente un accidente?
Adrian sacudió la cabeza con desaprobación mientras Reginald se arrojaba en una de las poltronas de cuero al lado de la chimenea. Adrian se encaminó hacia una mesita donde había copas y una botella de whisky.
- Estamos hablando de una muchacha frágil, no de una batalla contra el ejército francés.
- En verdad Clarissa puede hacer más estragos que todo el ejército francés junto - Reginald retrucó .
Adrian apretó los labios y permaneció callado, reflexionando sobre un argumento más convincente mientras servía una copa de whisky para cada uno. Al terminar, colocó la tapa en la botella , tomó las copas y cruzó la sala, diciendo antes de servir a su primo:
- Yo sólo quería que la buscases y la llevases de vuelta. Vos estarías muy poco tiempo con ella, Reggy.
- Lo sé, pero...
- Te lo agradecería mucho - Adrian agregó, entregándole la copa.
Después de algunos minutos de silencio, en que se quedaron mirándose, Reginald tomó un trago y dio un suspiro.
- Está bien - rezongó su primo: - Todo en nombre del amor y del romance… Pero espero que te acuerdes de esto cuando yo precise ayuda.
- Lo recordaré - Adrian aseguró aliviado y se sentó en la poltrona opuesta a la de su primo.
- enojado, mi viejo. Entonces paso a recoger a lady Clarissa mañana y la llevo a dónde?
Adrian vaciló en responder, sabiendo que esa sería la parte más delicada.
- Podemos pensar en eso en un minuto, pero antes necesito hablarte sobre un pequeño detalle.
En sobreaviso por el tono de voz de su primo, Reginald arqueó la ceja.
- Y qué es?
- Es difícil abordar el tema, pero a la madrastra de Clarissa no le gustan los… hombres libertinos. - Observando la reacción de su primo, Adrian expresó su incomodidad moviéndose en la poltrona. - Pensé que tal vez podrías usar con lady Crambray la misma táctica de abordaje que usaste con lady Strummond para convencerla de que dejase salir con su hija.
- Que es esto, Mowbray!
- Bien, funcionó con lady Strummond.
- Si, funcionó, pero…
- Podrá funcionar nuevamente - Adrian insistió. - Estoy seguro . Tienes talento para eso.
- Primo - dijo Reginald con la cara seria -, Una cosa es hacer una trampita para conquistar a alguien para uno mismo, y otra muy diferente para…
- Por favor - Adrian lo interrumpió .
Reginald abrió enormemente sus ojos, estaba incrédulo. Adrian Montfort, conde de Mowbray, nunca decía "por favor". Jamás. Sintiéndose sin salida, volvió sus ojos, con aire pensativo, hacia las brasas de la chimenea y suspiró resignado.
- Está bien.

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