domingo, 23 de agosto de 2009

CALAMITOSA CLARISSA - PROLOGO - LYNSAY SANDS

PROLOGO




- El amor es fiebre que arde… en mi sangre.
Clarissa Crambray no contuvo una expresión de desagrado cuando estas palabras hicieron eco en el aire. Sinceramente, ese era el peor poema declamado por lord Prudhomme desde que había llegado a la residencia urbana de su padre una hora antes.
Dios! Hacia solamente una hora? Parecía que ese hombre de edad había estado allí hacia días. Él entrara sacudiendo un libro y le había avisado triunfante que en vez de su paseo habitual, leería para ella.
A Clarissa, de hecho , eso le gustaría mucho ya si la lectura fuese algo interesante y no esas palabras trilladas y babosas. Y le gustaría todavía más si él no actuase como si le estuviese haciendo un favor.
Ella sabía muy bien la razón para ese súbita cambio de planes. Forzándola a permanecer quieta y sentada mientras leía en voz alta, él sólo tenía un objetivo : evitar desastres. Parecía que hasta el viejo y solidario Prudhomme se estaba cansando de sus continuos accidentes.
No podía culparlo, él había sido extremamente tolerante hasta entonces, casi un santo.
Ciertamente, había demostrado más comprensión y coraje que sus otros pretendientes. Parecía aceptar y perdonar todas las veces que ella confundía sus gruesos muslos con la mesa de té y le apoyaba cosas sobre ellos; esbozaba una sonrisa lastimosa al recibir los pisotones en sus pies cuando bailaban ; y soportaba con gallardía sus constantes tropiezos y caídas cuando salían para una caminata en el parque.
Por lo menos , era lo que parecía, pero aparentemente hoy había descubierto un modo de escapar a todo eso . Una lástima que la elección de la lectura dejase muy que desear. Clarissa habría preferido hacer el papel de estúpida en el parque o caerse de cara en una torta antes que estar oyendo esas tonterías sin sentido.
- Mi imaginación gana las alas de un pájaro.
La voz de Prudhomme temblaba de pasión, o tal vez apenas de lujuria, Clarissa no sabría decirlo. La verdad era que ese hombre tenía edad para ser su abuelo.
Desgraciadamente , eso poco importaba para Lydia. Su madrastra le había prometido a John Crambray que arreglaría un buen matrimonio para su hija antes que ambos muriesen.
Hasta el momento, ellos no parecían correr ningún riesgo. Ella, sin embargo, estaba en peligro inminente de encontrarse casada con el caballero anciano arrodillado a sus pies quien, con sus brazos erguidos, clamaba su amor eterno. Dios santo! Ese un hombre no iba a poder ponerse de pie con su reuma...
Prudhomme era uno de los pocos pretendientes que todavía la cortejaban.
- Juro mi… mi… lady Clarissa - Prudhomme interrumpió lo que iba a decir. - Por favor, aproxima más la vela. No puedo leer esta palabra.
Clarissa suspiró de aburrimiento y miró de reojo al pretendiente. En su visión nublada, la cara de Prudhomme era un borrón redondo y rosado, coronado por una nube de cabello plateado.
- La vela, muchacha - dijo él con impaciencia, la irritación reemplazando por un momento todo el encanto de su pretendiente.
Clarissa extendió el brazo sobre la mesa a su lado, tomó el candelabro y lo sujetó más cerca de él.
- Mucho mejor ahora - dijo Prudhomme satisfecho. - Dónde estabamos? Oh, si. Juro mi perenne…
El hizo una nueva pausa y olisqueó el aire.
- No sientes un olor a quemado?
Clarissa aspiró el aire delicadamente. Comenzó a abrir la boca para decir que si, pero antes que pronunciase cualquier palabra, Prudhomme soltó un grito.
Saltando hacia atrás por la sorpresa, ella observó con asombro al hombre levantarse ágilmente y comenzar a saltar por la sala, levantando los brazos como un demente y golpeando con sus manos su propia cabeza.
Al principio, Clarissa no logró entender lo que estaba sucediendo hasta que lo vio arrancar de su cabeza lo que le parecía una mancha blanca, que otra cosa podía ser mas que una peluca que él empezó a pisotear con ferocidad . Ella se dio cuenta entonces de que tal vez hubiese sostenido el candelabro demasiado cerca de la cabeza de él y que había prendido fuego su peluca.
- Ah, mi querido lord . - Clarissa bajó el candelabro, sin soltarlo hasta asegurarse que lo estaba apoyado bien sobre la mesa. Con la visión disminuida y el sentido de la distancia comprometido, ella casi derribó al hombrecito al saltar de la silla para ayudarlo.

- Apártate de mí ! - él gritó, empujándola.
Clarissa cayó sentada en la silla nuevamente y lo miró irritada; luego volteó la cabeza por haber oído un ruido en la puerta.
Todos los criados de la casa habían oído los gritos y habían corrido a la sala. Era claro que su madrastra también estaba allá.
Sin los anteojos, Clarissa lograba distinguir si la miraban con pena o reprensión, pero no era necesario mirar a Prudhomme para adivinar lo que estaba pensando. Su rabia había ganado el dominio de su cuerpo y sus ojos casi podían tocarla a través de los pocos metros que los separaban.
Prudhomme estaba tan enojado que sus palabras se sobreponían unas con otras, haciéndose casi incomprensibles. Clarissa logró comprender algunas, como "idiota, torpe", "calamitosa" , " peligro para la sociedad" y "atentado a la humanidad" ; de repente, él levantó el brazo y avanzó en su dirección. Ella se congeló, temiendo que él fuese a agredirla.
Afortunadamente, los presentes sospecharon que él estaba perdiendo el control y aproximarse on. En el momento en que Prudhomme iba a darle una bofetada, fue detenido por varias personas.
Mientras forcejeaban delante de ella, Clarissa sólo veía una difusa confusión de personas y colores. Pero escuchó , los insultos de Prudhomme y un gemido que le pareció ser de Foulkes, el mayordomo. Las palabrotas continuaron mientras que un borrón de bultos coloridos comenzaba a salir por la puerta.
- Qué vergüenza, Prudhomme! - exclamó Lydia, con su voz bastante alterada al seguir a los demás hasta la puerta, agregando después en tono ansioso:
- Espero que tan pronto se haya calmado, pueda perdonar a Clarissa .
Estoy segura que ella no tuvo la menor intención de quemarle la peluca.
Clarissa se hundió en la silla con un suspiro de disgusto. No podía creer que su madrastra todavía esperase casarla con ese hombre. Pero debería saber muy bien que Lydia no desistiría de su objetivo.
- Clarissa!

Enderezándose rápidamente , Clarissa se volvió en dirección a la puerta y vio el bulto color lila de Lydia entrar y cerrar con un golpe la puerta.
- Cómo le hiciste algo así ?
- No lo hice a propósito, Lydia - aclaró Clarissa. - Y eso jamás habría sucedido si vos me dejases usar los anteojos.
- Nunca! Antes muerta! - retrucó Lydia. - Cuántas veces debo decirte que las jóvenes que usan anteojos no consiguen maridos. Yo sé de lo que estoy hablando. Mi lema dice" Mejor una mujer medio torpe que una mujer con anteojos".
- Le prendí fuego a la peluca ! - Clarissa exclamó sin poder creerlo . - Eso califica como un poco más que torpe; en realidad , bordea lo ridículo y casi me convierte en un peligro caminante . Esto se está haciendo peligroso. Él podría haber resultado quemado en el cuerpo .
- Podría! Potencial pero no real! Gracias a Dios no se quemó - admitió Lydia, sonando repentinamente más calma.
Clarissa casi gimió . Había aprendido muy rápidamente que cuando su madrastra serenaba, no era una buena señal.

1 comentario:

bea dijo...

amigas de romanceteca favor incluir mas capitulos al dia porfis!!... super entretenida la novela gracias por entretenerlos on-line .saludo beatriz