domingo, 6 de junio de 2010

LOLLIE - CAPITULO 6 - JILL BARNETT

Capítulo 6


La puerta astillada de la cabaña tosca se abrió repentinamente. La brillante luz del día inundó el umbral, cegando momentáneamente al prisionero atado en un rincón sucio y húmeda de la cabaña . Los hombres de Aguinaldo entraron , con una larga, caña de bambú colgada sobre sus hombros. Colgando de ese palo había un bulto envuelto en tela de arpillera áspera que se movía , bufaba y chillaba como un cerdo yendo al matadero .
Con un ruido seco los hombres soltaron el bulto sobre el suelo, luego lo sacaron de la caña y cruzaron el cuarto, dando un portazo . El bulto no se movió por un largo tiempo, como si al caer se hubiera golpeado y hubiera perdido el sentido. Recobró vida velozmente, con más patadas y más golpes que un pelea de gatos de la calle . El bulto rodó, y la bolsa de arpillera se abrió, dejando emerger una flor sureña tumbada desgarbadamente en
El medio de la cabaña ahora casi completamente oscura.

Sam gimió. Estaba equivocado. Nada había sentido desde el principio .
Sacudió la cabeza y observó sus manos, enlazadas casi en un gesto de plegaria . Rezar no ayudaría. Ella estaba aquí, lo seguía como una peste. Los murmullos de ella lo hizo subir la mirada nuevamente. Se veía ridícula - un manojo montón de faldas y enaguas rosadas y blancas que intentaba enderezarse .
Sam tomó una respiración profunda, mitad irritada , mitad, resignada. Dios tenía un perverso sentido del humor, pero se preguntó por qué él parecía ser el blanco de ese humor últimamente.
La observó moverse , era un pequeño remolino de sedas rosadas. Logró sentarse , cosa nada fácil teniendo las manos y los pies atadas , y lo peor estaba enredada en sus propias enaguas . La boca de ella se movía continuamente , hablaba entre dientes todo el tiempo.
San presintió que había gozado de su último momento de paz y silencio , pero entonces repentinamente los movimientos y sus murmullos se detuvieron en seco.
"Oh, Mi Dios "
Sam miró su cara aturdida y silenciosamente esperó, contando: uno ... dos
"Por qué está pasando aquí?"
Tres .
" Supongo que podríamos llamarlo revolución". Él apoyó sus codos sobre sus rodillas dobladas, sus manos enlazadas en el medio, y él la observó pasar por distintos estados mentales: duda, descreimiento , miedo, luego la preocupación. Ella miró a su
alrededor como si esperase que alguien más estuviese allí.
Con una voz que apenas era un susurro, ella preguntó, "Qué van a hacer ellos con nosotros?"
Sam se encogió de hombros, optando por no decirle que probablemente no llegarían vivos al final de esa semana, si
tenían suerte.
" Por qué me quieren a mí ?
" Ellos te quieren porque piensan que estás involucrada conmigo. Recuerdas lo del mercado ?"
Sus labios se apretaron en una línea delgada. Ella giró sus piernas hacia un lado, intentando ponerse cómoda con todas esas capas de tela . Ella lo miró directamente a los ojos y tan el dulce un bombón preguntó , " Por qué alguien pensarían que vos y yo estaríamos
asociados ?"

Él solamente la observó , no se movió, ni parpadeó. La pequeña esnob. Debería haberla dejado abandonada en el mercado. Continuó mirándola fijamente , intentando causarle un poco
miedo , o al menos hacerla reflexionar acerca de lo que había dicho. Pero Eulalie todavía esperaba su respuesta, con un aire de pura inocencia en su cara.
Sam sacudió la cabeza y se rió interiormente . Finalmente dijo en un tono irónico, 'Supongo que no saben que vos no sos de mi tipo ".
"Ya lo creo". Su expresión decía que era casi tan probable que ella posase sus ojos en él como que se comiese una de las grandes cucarachas que corrían por la cabaña de noche.
Acomodándose en el rincón , Sam la observó por un momento. Casi leyendo sus pensamientos en su cara.
Ah, él pensó, la lámpara se le acaba de encender . Acaba de entender lo que él le había dicho. Ella se recobró elegantemente, otra vez encontrando su mirada
mientras hablaba . " Quieres decir que vos no sos mi tipo de hombre. Ya entiendo ".
Cuando él no respondió nada, ella empezó a hablar incansablemente, " Yo soy de Carolina del Sur. Una LaRue
de los LaRues de Belvedere - ya sabes, dueños de Hickory House , las industrias Calhoun ; mi madre era un Calhoun y también tenemos las granjas Beechtree ".
Eulalie recitaba su pedigrí como quien describe el pedigrí de un potrillo .
Por el amor de Cristo! Cómo hablaba esa muchacha . Ahora ella se había remontado tan lejos como a la guerra civil norteamericana : un tatara bisabuelo del lado paterno había firmado el acta de la Declaración de Independencia.

La mierda! Sam ni siquiera sabía quién era su padre. Todavía podía acordarse preguntándole a su madre de dónde había venido. Su tío le había dicho a su padrastro - ambos borrachos y muy risueños - que Sam venía de una larga fila. Su madre sólo los ecuchaba . Sam se había sentido confundido en ese momento, pero algunos años más tarde había comprendido lo que su tío había querido decir. Una larga fila de hombres.

Criarse en un tugurio de Chicago hizo que la inocencia infantil durase poco. El barrio donde él había nacido quedaba a unas pocas cuadras de un matadero . Habían vivido en un apartamento en un quinto piso infestado de ratas de un viejo edificio donde las escaleras estaban medio desmoronadas . Algunos de los inquilinos - una mujer sin marido y un par de niños se habían matado
Cayéndose de esas escaleras . Todavía podía recordar los gritos
haciendo eco por el hueco de la escalera , seguidos por un ruido seco y luego un silencio sepulcral.

A los siete años , Sam se había conseguido un trabajo en
una fábrica vecina , un turno de doce horas para palear carbón en
un horno . Los pocos dólares que ganaba sólo servían para comprar pan, y algo de leche para sus dos medias hermanas.
Sam no tenía un largo pedigrí, pero sabía cómo sobrevivir.
Sabía cómo conseguir lo que quería, y sus años en las calles le habían enseñado a vencer a los hombres más experimentados, a los más sagaces, y a las mentes más especuladoras.

Y en los últimos diez años había estado cobrando por el uso de esas habilidades. Y le pagaban muy bien , sin importa qué facción lo contratase . Había estado en Filipinas hacia cinco meses,
contratado por Bonifacio para entrenar a sus hombres en la estrategia de la guerrilla y para enseñarles el uso de rifles Hotchkiss de retrocarga y, lo más importante aún, las codiciadas dinamitas Sims-Dudley , cuyo embarque estaba por llegar.

Observó a su compañera de prisión . Ella todavía seguía hablando de sus ancestros del lado materno. En ese momento Sam deseó tener una de esas dinamitas a mano . Se la metería en la boca.
Ella finalmente hizo contacto visual. Hubo un bendito momento de silencio, pero muy breve.
"No lo crees?" Ella preguntó, refiriéndose a alguna tontería de la que había estado charlando .
Él se acomodó en el rincón. Se detuvo antes de hablar, para asegurarse que tenía toda la atención de ella. " Cuando
Crecías en tus granjas, paseaba en uno de esos sofisticados carruajes negros tirado por un par de caballos cuyo pedigrí era tan perfecto como el tuyo ?"
Tenía la atención de Eulalie . Había confusión en su rostro sureño , y ella inclinó la cabeza.
" Me parece que sí". Se detuvo. "Cuando éramos niños solíamos jugar un juego". Él encontró su mirada azorada. "Sabes cuál era el juego ?"
Ella negó con la cabeza.
"El le podía pegarle a uno de esos carruajes finos con un ladrillo y lo quebraba ganaba".
Su cara empalideció.
"Sabes cuál era el premio ?"
Claramente horrorizada, ella lentamente negó con su cabeza rubia.
" Si usted eras pequeño - digamos que tenías mas o menos cinco años - te daban el mejor lugar para robar bolsillos. Por lo que
recuerdo , eso quedaba en la Avenida Sesenta y cuatro, donde había un callejón oscuro. Ahora, si tenías mas o menos ocho años , , te daban la oportunidad de robar el pan del carro de la panadería de Grissman Mientras los demás chicos distraían al viejo Grissman, el ganador podía robar del carro . Los niños que eran más grandes ... bien , en el barrio no había muchos ' niños que pasasen esa edad . Casi todos se iban a Quincy Street para sobrevivir ".

Ella solamente lo observó , como si la vida que él describía nunca pudiese haber existido en su mundo protegido , consentido y estrecho. Finalmente había encontrado algo con que cerrarle la boca . Entonces él cerró el ojo, fingiendo tener sueño. El sonido de susurros de seda que abriese un poco el ojo para espiarla. Ella todavía lo observaba , había una emoción intensa en su expresión. Sam bajó la vista y se perdió la mirada de piedad que
Cruzó la cara de Eulalie.

Él observó sus propias manos atadas y resistió las ganas de sacudir la cabeza con repugnancia. Ella era lo peor de lo peor . El mundo real no existía para ella. Su piel pálida, su boca semi abierta , y sus ojos consternados decían eso. Esa mirada le dijo a Sam algo él que siempre había sospechado . Las personas que viajaban en esos carruajes nunca se molestaban en mirar los barrios pobres que atravesaban . No Había lugar en sus pequeños mundos perfectos para los pobres y lo marginal , el mundo perfecto no admitía imperfecciones en sus diamantes. Y si el mundo alrededor de
ellos no era perfecto, entonces lo aislaban con un muro y se rodeaban sólo con lo que fuese perfecto . Y nunca dejarían que ese muro fuese derribado . Los feos, sucios y malos no podían entrar.
Finalmente en silencio , ella comenzó a tocar algo brillante en su zapato.
Ah, dulce paz. Sam refrenó una sonrisa satisfecha y la observó intentando ubicarse en su nueva situación. Su mirada pensativa fue hacia el piso mohoso . Su nariz se arrugó con repugnancia. Miró hacia el rincón opuesto, donde había un viejo cubo de agua , con asas oxidadas , con un cucharón igualmente oxidado. Sam había probado el agua del cubo . Dudaba que ella lo hiciera.
Solamente el color amarronado la haría salir corriendo. Sam se preguntó cuanto tiempo llevaría para que esa sureña flor rosada se marchitase sin agua.

Su mirada fue hacia el techo de la cabaña, donde las cañas de bambú se entrecruzaban para dar soporte a la paja que formaba
el techo primitivo. Era un excelente refugio para insectos, bichos enormes que abundaban en el trópico . Dudaba que ella supiese eso, o no que importase, los insectos no formaban parte de sus ancestros.
Ahora ella estaba mirando con súbita desilusión la puerta cerrada. Sus hombros se combaron en derrota, y soltó un gran suspiro. .
Sam giró su cara , sabiendo su rostro mostraba diversión. Siempre se había enorgullecido de su habilidad para enmascarar sus pensamientos y su emociones. Rara vez había encontrado a
alguien o algo que pudiese desafiar esa habilidad. En su profesión no podía darse ese lujo.
Pero ella había logrado hacerlo dos veces en veinticuatro horas. Sam consideraba que se debía a la falta de comida y sueño.

Ahora ella se mordía una uña, su atención todavía en la puerta cerrada.
Tal vez todavía estaba tratando de entender ; o tal vez tenía el suficiente sentido común y se daba cuenta de la seriedad de su situación. Pero la experiencia de Sam contrariaba la segunda hipótesis.
Las damas no tenían sentido común, particularmente las mimadas que nunca se dignaban a bajar de sus pedestales para entrar en contacto con el mundo real .
No, él pensó, sacudiendo la cabeza, ella no tenía ni idea de lo que era el mundo real.
Ella vivía encerrada en el mundo de su pasado, de su privilegiada ascendencia, de la sangre azul que corría por sus venas . Él sobrevivía en una línea de sangre, la línea de sangre derramada que venía siguiendolo desde más lejos que el pedigrí de esa damita.

Y también sabía que esa sangre derramada no se acabaría ni hoy ni mañana. Con ese último pensamiento, se quedó dormido, sabiendo que su cuerpo necesitaba sueño para poder observar y esperar la oportunidad para el escape.

Él había dormido por algún tiempo. Eulalie ya no tenía las uñas para morder . Madame Devereaux habría mirado sus manos y le habría aplicado el aceite amargo . Casi podía sentir el sabor amargo en sus labios. Eulalie estudió la cabaña oscura. La tierra del piso estaba húmeda , el era aire opresivo, y ella tenía razón en sentirse asustada.
Aventuró una mirada - la tercera parte en pocos minutos - al yanqui. Él todavía dormía . Nunca había visto a alguien dormir tan silenciosamente. Todo sus hermanos roncaban.
Como todos sus hermanos roncaban , ella asumía que todo los hombres lo hacían . Basandose enlas experiencias de sus breves y accidentados encuentros con ese yanqui rudo, Eulalie había pensado que los ronquidos de él podían levantar el techo. Observó el techo alto. Podría haber jurado que algo se movía en la paja . Entrecerró los ojos para ver mejor, pero cuando no vio
nada volvió su mirada a su compañero de prisión . Ni un sonido venía de él. Era tan extraño. Ni siquiera podía detectar su respiración. No subía ni bajaba el pecho; incluso su posición permanecía inalterada. Estaba sentada en un rincón. Parecía un hombre muerto. Pero lo más extraño era la tensión . Tuvo la sensación que ni aun en sueños sus músculos se relajaban.
Como un puma arrinconado listo para saltar al ataque, el hombre dormía como si esperase. Se preguntó si él había aprendido a hacer eso cuando era niño.
El cuadro que él le había pintado con palabras desafiló por su mente. No era fácil imaginar como había sido su infancia. Ella le lanzó un vistazo . Todavía estaba dormido. No podía imaginarse lo que era tener que cometer un robo para vivir, atracar gente en callejón y escaparse de la policía.

En Hickory House el cuarto de niños ocupaba la mitad de un piso Había caballitos de maderas, muñecas alemanas y francesas, con su guardarropa , trompos , pelotas de cuero , centenares de soldaditos de hierro y estantes llenos de libros, hojas y pinturas.
Eulalie recordó cuantas veces , siendo niña, se había sentido aburrida de todo eso y se quejaba de que no tenía nada con que jugar .
El hombre en la cabaña jugaba con pedazos de ladrillo. Observando el ojo con el parche se preguntó si cómo había perdido ese ojo. Sintió un deseo repentino de llevar cada juguete del cuarto de niños a ese barrio pobre de Chicago.
Ruido de pasos en el exterior de la cabaña. Un instante más tarde el sonido de la traba de madera siendo sacada . La puerta se abrió, dejando entrar la luz del día . Ella miró al yanqui. Él no se había movido ni un centímetro, pero estaba despierto.

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