jueves, 3 de junio de 2010

LOLLIE- CAPITULO 2 - JILL BARNETT

CAPITULO 2


La calle angosta rebosaba con personas - orientales, españoles, y nativos - una cosa muy común en la isla. Eulalie era una mas excepto por su parasol rosado lleno volados . . El parasol
se detuvo , dejando pasar a una familiar filipina. La mujer se dio vuelta y retó a su hija para que siguiese caminando . La hija, una muchacha preciosa de unos trece años, se rió nerviosamente y, en su lenguamaterna, le dijo algo a sus padres. La pareja se rió, tomaron las manos de la hija sonriente, y se perdieron en la multitud .
Bajo la sombra del pequeño y absurdo parasol rosado, Eulalie cambió de dirección rápidamente , el estómago se le subió a la garganta. No servía de nada para desear algo que nunca podría ser, pero ella no podía evitar sentirse un poco más solitaria

Y un poco más triste.
Ella se acomodó nerviosamente el cuello de encaje , ahora solamente un pedacito de tela húmeda que caía sin gracia sobre el camafeo de su mamá. Intentó reprimir la imagen de su familia mientras acomodaba el cuello. Sus dedos tocaron el camafeo, e inconscientemente acarició los contornos delicados del broche. Trató de sonreír, pero falló, secando con la mano la humedad de su cabello en lugar de eso. Miró el cielo, al sol , como buscando fuerza en el para ignorar el deseo de tener padres cariñosos que nunca había tenido. Un largo momento pasó antes que moviese el parasol un poco más cerca de su cabeza, en un intento
de bloquear el calor de ese sol tropical .
Con una expresión pensativa, dio un suspiro pequeño por lo que nunca podría ser, y siguió caminado hacia los muros ,a donde antiguas murallas todavía protegían la parte central de la gran ciudad de Manila. Salió por uno de los cuatro arcos del muro de piedra gris y se dirigió hacia el mercado. Josefina le había dicho que el mercado Tondo era un lugar muy ajetreado donde podría entretenerse hasta que su padre regresase esa noche. Había estado tan nerviosa y ansiosa que había pasado la mañana caminando impacientemente y observando el reloj del salón. Finalmente se había comido una uña hasta la raíz antes de decidir que hacer lo que el ama de llaves sugería era lo correcto.

Entró en una callejuela estrecha y vieja . El sonido de los tacones de sus zapatos hacía eco en el pasaje vacío . Caminó lentamente,
pues una dama jamas se apresura. En lugar de eso, se deslizaba elegantemente como Madame Devereaux le había enseñado .
Eulalie pisó una piedra floja y su pie se hundió hasta el tobillo en el agua barrosa. Sacó de un tirón el pie del pozo. Cerró
el parasol y se apoyó contra una pila de canastas . Pañuelo en mano, se limpió el zapato y luego se quedó mirando el pañuelo arruinado. No valía la pena conservarlo , entonces lo lanzó a un
tacho y se dio vuelta para tomar su parasol apoyado contra la pared. Con un movimiento rápido, abrió el parasol y se dio vuelta , sin nunca ver que la pila de canastas se balanceaban y caían, una por una, como fichas de domino .

Siguió caminando en dirección opuesta a la casa de su padre, que quedaba en Binondo.
Las calles se llenaron de carruajes, carretas, y unos atestados tirados por caballos que llevaban un cartel que decía "Compañía de Tranvías". Josefina le había contado sobre los tranvías y lo que su padre pensaba de ellos.

Una enfermedad letal de la sociedad moderna él los llamaba y su principal crítica era la explotación de los caballos nativos. A la compañía de Tranvías no le importaba esa crítica , y usaban a los pobres animales hasta que literalmente caían muertos en las calles. La simpatía por los caballos y el enojo por la práctica cruel de la compañía hacían que su padre no usase ese medio de transporte .
Mientras daba vuelta a la esquina a unas cuadras de su casa nueva, ella vio por qué él se negaba a usar tranvías. Los caballos - los ponys realmente- no tenían mas de tres meses de edad. Sus patitas luchado por empujar un carro cargado a través de la calle delante de ella. Nunca había visto miradas tan tristes como la de esos caballos .

Incluso antes de haber visto los tranvías ella ya había tomado la decisión de caminar, ya que eso era lo que su padre hacía, y ella estaba mas que deseosa de complacerlo . Ahora, mientras observaba a lo caballos esforzarse en tirar los carro se sintió avergonzada pues su primera razón para caminar era egoísta, sólo para complacer a su padre . En su preocupación por ganarse la aprobación de él no había pensado en los animales.

Pero era difícil para comprender algo que nunca había visto. Animales enfermos no era algo que pudiese recordar haber visto . Ni en Belvedere , ni en Hickory House , ni en la granja Beechtree Farms, o la industria Calhoun . Ni en ninguna de las casas de las familias con quienes socializaban. Y si hubiera habido algún animal enfermo , sus hermanos lo habrían ocultado de su vista.

Los hombres LaRue la protegían. Ella era la última mujer viva de la familia LaRue, un apellido respetado y honrado del Sur del país . Su madre había sido una Calhoun, otro apellido que era una institución en el estado de Carolina del Sur, un lugar donde el linaje de una persona determinaban el grado de aceptación social.

Su madre también había sido una verdadera dama , apreciada mimada y amada por todos los hombres LaRue. Pero ella había muerto cuando Eulalie era tan pequeña que la única imagen que
tenía de su madre era la del cuadro sobre la chimenea del salón y las descripciones provistas por sus hermanos. Así como
su madre, ella había sido protegida de cualquier cosa que sus cinco hermanos hubiesen considerado como un poquito peligroso , repugnante o indecente. Aparte de haber asistido a la academia de señoritas de Madame Devereaux ella no había socializado mucho, siempre había vivido en un mundo provinciano, resguardado , y protegido por los hombres de su familia .
Por todos excepto uno, el hombre cuyo apellido llevaba: su padre. El único hombre que no había estado cerca para mimar a Eulalie era su padre. Esa era la razón por la que había viajado hasta
aquí, y esa era la razón por la que estaba tan nerviosa , preguntarse cómo sería conocer al padre que no había visto en diecisiete años . Cuando él finalmente volviese esa noche , el encuentro se llevaría a cabo , y ella quería que fuese perfecto.


Su corazón latió más fuerte y más fuerte, estallando como un cañón en su cabeza.
La serpiente reptaba alejándose . Sam exhaló por primera vez en casi dos minutos. Estaba libre otra vez. Casi. Tenía que llegar al río. Él avanzó , arrastrándose. Podía sentir las espinas atravesando
la camisa. Una mezcla de paja y hojas cubría el suelo , y pronto las ramas se hicieron mas escaso. Siguió arrastrándose hasta que una tierra húmeda y tan negra como un cielo sin luna cubrió el suelo.
Un instante más tarde era libre . Se puso de pie velozmente y siguió corriendo.
Repentinamente se sintió rodeado por un mar de colores flores rojas, amarillas, y orquídeas púrpuras. El aroma a flores tropicales llenó el aire y su garganta y lengua seca. Estaba en una selva floral. La atravesó . El perfume dulce se desvaneció.
Y luego allí estaba. Agua. Podía oler el río. La humedad señal de que el río estaba cerca. El olor a agua del llenaba el aire. Los murmullos en español y en el dialecto nativo se desvanecían detrás de él a la distancia, siendo reemplazados por el sonido de una corriente de agua .
Si pudiese alcanzar el río, podría lograrlo . El Pasig River conducía a Tondo, en las afueras de Manila. Las calles abarrotadas del mercado eran su única posibilidad de perder a los hombres que lo perseguían. Eran los guerrilleros de Aguinaldo, y lo querían a él. Sam tenía información sobre un embarque de armas que el español, Aguinaldo, y el comandante Sam, Andrés Bonifacio, ambos deseaban . Si alguien aparte de Bonifacio lo atrapaba, sería hombre muerto.

Eulalie giró en la esquina y allí estaba . El mercado Tondo. Uno
centro neurálgico de la ciudad donde todos parecían tan apurados
que casi la mareaban. Los carros rudimentarios y carruajes mas elegantes se amontonaban , mientras un mar de mercancías eran exhibidas . Por todas partes había comerciantes pregonando sus mercancías.
Eulalie se abrió camino por entre los puestos improvisados del mercado. Fascinada por los colores : sedas chinas , terciopelos púrpuras , frutas rojas , piedras azules , y especias brillantes como el azafrán. Ella se movió entre la gente , hacia una gran carreta con rollos gigantes de alfombras de lana y de seda bloqueaba el paso . Ella se detuvo, mirando a su alrededor, sólo viendo cabezas de los nativos y las canastas encima de ellas.
Cuando giró para encontrar un camino nuevo, algo capturó su mirada. Se detuvo y se quedó observando . Las mujeres filipinas caminaban por el mercado con canastas con mercaderías sobre sus cabezas. Aunque no era una imagen nueva para ella - las lavanderas que regresaban del río llevaban sus canastas la misma forma - estas canastas eran el doble de grandes, y las mujeres eran muy menudas y bajas.

La excitación y la libertad de la atmósfera frenética del mercado Tondo capturó a Eulalie como los peces son enganchados por anzuelos . La suerte lanzó el hilo de la caña de pescar , el destino colocó el anzuelo , y ella fue atraída por la fascinación que le causaba esa gente , ignorado completamente el furor profundo, de las aguas en las que nadaba. Ignorando cómo esa tarde calurosa tomaría su limitada , sobreprotegida, solitaria y elegante vida para arrastrarla al infierno.

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