lunes, 30 de agosto de 2010

LA NOVICIA REBELDE - PROLOGO - DEBORAH JOHNS

NOTA DE LA AUTORA


Los cátaros, un grupo de herejes cristianos, florecieron en la tierra de Languedoc durante los primeros años del siglo XIII. Pero la naturaleza revolucionaria de sus creencias amenazó a la Iglesia establecida y a la autoridad política feudal del rey de Francia. En 1209, Lotario del Conti de Segni, subió al trono papal con el nombre de Inocencio III y se convirtió en uno de los papas más implacables de todos los tiempos, lanzando una serie de ataques contra los cátaros. Esas guerras, las Cruzadas, duraron hasta 1244 y pueden haber dado inicio a la Inquisición. Aunque la
Causa fuese apoyada por las familias nobles de la región, que lucharon valientemente al lado de aldeanos y campesinos para conservar la libertad, los cátaros rebeldes fueron completamente aplastados por las fuerzas francesas del Norte. O no?


PR0LOGO



Montsegur, 1314



La neblina se disipó y Pedro de Boloña avistó, finalmente , su objetivo,
tan cerca ahora que si extendiese la mano y se esforzase, tendría la sensación de que podría tocarlo. Pero Montsegur siempre había estado
así, fuera de su alcance. Incluso en aquel momento , el más negro de la noche , cuando todos los buenos y justos dormían protegidos por las murallas de la fortaleza, la gran ciudad todavía parecía emanar energía y vigor, arrastrándolo, impeliéndolo hacia adelante como si fuese atraído por una fuerza superior.
Muro de piedras, iglesias de granito y el castillo en lo alto de la colina, sobrevolando sobre todo, flotando en el aire. En la callada noche , Pedro, caballero templario, monje guerrero, sacerdote y, por lo tanto , poco dado a las fantasías, por un momento se preguntó si algún demonio no habría escupido Montsegur del infierno, ya lista y acabada. Pero eso no tenía importancia; lo que importaba era que la ciudad estaba allí, a pocos metros de distancia.
La luz de Montsegur lo había guiado a través de horrores inimaginables. Sin embargo , le había bastado con levantar la vista y encontrarse con las torres magníficas para olvidar el cansancio extremo, la gruesa capa de suciedad que lo cubría e incluso la criatura que cargaba en su brazos
, aunque ella no fuese del tipo que permitiese ser olvidada fácilmente.
Montsegur. Estaba casi allí . Casi en casa.
La ciudad fortaleza brillaba como un diamante bajo la luz de la luna. Pero no como un diamante extraído de la tierra y tallado por la mano del hombre. No como los que había visto adornando la cabeza de la reina y de la princesa Isabel, la hechicera, cuando él y sus pobres compañeros templarios habían sido llevados delante del trono de Felipe, el Bello. No, el brillo de Montsegur era diferente. Puro y ...
— Perfecto — él murmuró, agregando: — Pronto ese brillo me pertenecerá .
Porque la fortaleza le había sido robada y planeaba reconquistarla . Ansioso por cumplir su destino, Pedro se estremeció . Así como se había estremecido tantos años atrás en años campos de batalla de ciudad Santa, cuando todavía era joven y puro como la tierra que pisaba.
Un búho chilló de repente, la neblina volvió a hacerse espesa y Montsegur desapareció en la oscuridad. El encanto se rompió y Pedro de Boloña, sintiendo nuevamente el peso de la edad , miró a su alrededor , constatando que para llegar al final del viaje tendría que enfrentar una hora más de subida abrupta y peligrosa.
— Montsegur fue construida antes del tiempo del conde Raymond Roger de Foix — le dijo al guía, un campesino de acento marcado a quien Pedro, italiano de nacimiento, encontraba difícil de entender —, aunque el conde Raymond siempre era recordado como el más notable defensor de la ciudad . Entonces los diabólicos paganos, los canallas francos, habían llegado por ese mismo camino en una madrugada lluviosa y ...

Con un gesto imperioso de su mano, Pedro le hizo una seña al aldeano para que se callase. Conocía muy bien a historia del desastre que se había abatido sobre Montsegur y la criatura no necesitaba saberlo.
Gentilmente, el templario acurrucó a niña en sus brazos, la figura etérea daba la impresión de no pesar nada. Sin embargo , cuando Montsegur había desaparecido en medio de la bruma, había sentido una necesidad urgente de apretarla junto a su pecho , como para se asegurarse que
por lo menos la criatura le pertenecía. A pesar de no haber pretendido despertarla , acabó despertándola. Los ojos verdes y límpidos lo
miraron como el día en que la había hallado, hambrienta y exhausta, vagando por la aldea devastada. Y más que el contacto suave de la mano pequeñita, más que las palabras susurradas con una madurez mucho más de sus años, habían sido aquellos ojos que le habían dicho ser ella era la elegida.
Su Magdalena.
— Me estás lastimando — la niña protestó; la voz solemne pareciendo pertenecer a una adulta, no a una niña de sólo tres años.
Incluso no siendo especialista en niños, pocas de ellas se aventuraban a romper las barreras impuestas por su vida monástica, Pedro tenía plena consciencia de estar lidiando con una niña muy especial , única.
— Oh, si , claro. — El monje suavizó la presión de sus manos. — Jamás pretendería lastimarte. Jamás.
— Todavía no llegamos? Estamos cerca de ese lugar especial?
Hasta aquella leve impertinencia lo enternecía. De hecho, la consideraba un ser sin ningún defecto. El modo en que hablaba, el dulce acento tan diferente del francés rudo , típico de París, le agradaba inmensamente porque, en los últimos años, había pasado a odiar todo lo que se relacionase con París. Y con razón.
La niña era tan pequeña. Nadie percibirla su ausencia, nadie saldría en
su búsqueda . Además , había tenido los cuidados necesarios para que tal cosa no sucediese. Cómo podrían ellos darse cuenta cuanto valía esa niña ? Había actuado bien llevándosela lejos de la aldea.
— Casi estamos llegando, querida niña. Casi estamos llegando, querida Claire — se apresuró a corregirse. — Somos esperados.
- Tengo miedo . — La niña buscó la mano del monje, la misma mano que había rechazado segundos atrás. — Tengo hambre y frío.
- Extraño a mi mamá . Quiero a mi mamá.
— Mira, casi estamos en los portones de la fortaleza. Porque no la estés viendo no significa que no estemos allí.
Pero, a pesar del tono firme, tenía sus dudas. La subida lenta y laboriosa, liderada por el campesino, no le estaba inspirando mucha confianza . Sólo esperaba que el guía conociese el camino, iluminado sólo por la luz de la antorcha. No, no era momento de alimentar dudas. Generaciones de Justos recorrían aquella senda; si no la conociesen bien , ya todos estarían muertos.

Y no habían muerto. Sería necesario más que tortura y fuego para barrerlos de la faz de la Tierra. ?l, Pedro, había sobrevivido y había encontrado a su Magdalena. Si, era verdad que solamente un pequeño grupo de sobrevivientes los aguardaban en lo alto de la colina, al final de ese traicionero camino. Pero pronto ese grupo crecería. Respecto a eso el monje guerrero no tenía la menor duda.
— Casi en Montsegur — el templario repitió como una letanía. — Estamos siendo esperados.
Pedro colocó a la niña en el suelo frío e, a pesar de los protestas, la obligó a caminar a su lado; el instinto le decía que debería hacerla recorrer ese derrotero con sus propios pies. Aunque ella todavía fuese muy pequeña, le correspondía entrar a Montsegur en forma libre y por propia voluntad . Si estaba viendo las cosas con claridad, y creía que si , sabía que Claire iba a enfrentar muchas pruebas y tribulaciones en el futuro y necesitaría fuerza y coraje para recorrer el largo, arduo y amargo camino que la llevaría a la cima . Era eso lo que su intuición le susurraba y siempre había sido un hombre de escuchar sus instintos y corazonadas.
Gracias a eso había vencido a las hogueras de la Inquisición y había logrado volver a Montsegur. Su instinto nunca le había fallado y jamás le fallaría. Tenía tanta certeza de eso como del aire que respiraba. Así como tenía plena y absoluta, certeza de que esa criatura era importante para los planes que había trazado con los otros.
Tomando la antorcha de las manos del guía, Pedro analizó rápidamente, y una vez más , las facciones de la niña, quien lo miró con igual seriedad. Ella era adorable. Mucho más de lo que había soñado encontrar mientras había estado pudriéndose en la celda fétida de la prisión. Aquellos ojos magníficos, aquella increíble cascada de cabellos rojos. Claire sería una bella mujer cuando creciese y encantaría a los hombres, algo que acabaría mostrándose muy ventajoso. Ya se adivinaba en ella la marca de una hechicera, por si sólo poderoso factor de atracción. Pero Pedro de Boloña jamás había alimentado , o llegaría a alimentar, pensamientos lascivos. La simples idea lo horrorizaba. Ella era demasiado pura. Y él, un perfecto caballero .
— Habrá una cama caliente y blanda esperándote al final de nuestro trayecto — él habló, devolviendo la antorcha al guía —, además de sábanas de lino y mucha comida. Estarás muy contenta.
Animada con esa promesa, la niña sonrió .
— Habrá carne también? Y dulces? Y mi mamá vendrá a buscarme ?
— Oh, si — retrucó el monje, mintiendo descaradamente. — Tendrás todo lo que necesites y su madre se unirá a nosotros en breve.
— Debemos apresurarnos — los incitó el guía, con un tono afligido. — Pronto va a amanecer. Los otros están esperándonos y corriendo peligro también.
En el mismo instante, Pedro apretó el paso, con la niña esforzándose por acompañarlo.
Ellos vinieron en medio de la noche — insistió el campesino, retomando la historia de los infortunios de Montsegur, a pesar de la prohibición del templario. — Bajo el comando de Simon de Montfort y pagados por el papa Inocencio III. El apellido de ese Papa Demonio era Segni, una de las familias más importantes y ricas del Sur. Los paganos pasaron por esa misma senda. Un paso en falso y caerían en el abismo, yendo directamente al infierno. Una pena que eso no hubiese sucedido .
El rencor en la voz del aldeano no perturbó al monje. Muy por el contrario. Estaba acostumbrado al odio. Su corazón lo alimentaba.
— Ellos se consideraban caballeros — el guía continuó . — Por lo tanto se esperaba que fuesen hombres buenos, los mejores de los que Simon de Montfort podría disponer. Proteger a los más débiles no es uno de sus juramentos como caballeros ? Pero esos malditos cayeron sobre nosotros como animales salvajes. Y nos habrían matado a todos.
— Pero no lo lograron — murmuró Pedro de Boloña.
— Mataron a muchos. Mataron a los perfectos.
El monje nada respondió . Sujetando la mano de la niña con fuerza, mantuvo su secreto bien guardado dentro de su corazón.
— Con todo usted no deja de tener algo de razón — concordó el aldeano, pensativamente . — Esos perros del infierno no pudieron matarnos a todos y por eso debemos sentirnos agradecidos.
— Ellos nunca nos borraran de la faz de la Tierra. Nunca, nunca — Pedro repitió sombríamente.
— Quiénes eran los perfectos? — Oyendo a la niña, una vez más el templario se regocijó con su elección . Bendecía al destino por haberla encontrado. Esa criatura estaba a la altura de la grandeza de su futuro.
— Los perfectos eran personas buenas cruelmente perseguidas por las autoridades de París — explicó, como si recitase un texto memorizado. — Eran clérigos cátaros que murieron con la mayoría de su pueblo muchos años atrás, en una época negra de persecución a los puros. Pero vos, querida niña, salvarás a aquellos que quedaron . Serás la más grande de todas las Magdalenas.
La fatiga lo había llevado a decir más de lo que tal vez fuese necesario. De repente a niña se detuvo y, mirándolo fijamente, sacudió la cabeza enérgicamente, enfrentándolo por primera vez.
— No. No soy Magdalena. Soy Claire. Me llamaré Claire para siempre.
No había razón para discutir ahora. La niña aprendería y Pedro estaba tan cansado como exultante como para preocuparse con meras palabras. Habría tiempo de sobra para doblegarla. Después de todo, él la
había encontrado y luego la había robado. Todo resultaría bien en el final. Entonces, se limitó a asentir y a mirar en dirección a Montsegur.
Jamás se había sentido tan confiado.

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