martes, 7 de septiembre de 2010

LA NOVICIA REBELDE - CAPITULO 11 - DEBORAH JOHNS

CAPITULO 11



El pergamino yacía doblado sobre a cama inmaculadamente arreglada de Claire. Ansiosa por leer el mensaje, la novicia abandonó las plumas y el tintero sobre la cómoda y corrió para tomar lo.


Mi querida niña, te ruego que te encuentres conmigo esta noche , en Roc, poco después que la última campanada del convento suene . Tengo muchas cosas para decirte. Sé quien puso la muñeca de cera en el portón del convento y el motivo. Descubrí algo sobre el tesoro.

El mensaje no tenía firma. Y no necesitaba firma. Claire había crecido al lado de la madre Helene y reconocía su bella caligrafiá firme. Poca importancia le daba al mito del tesoro, pero la muñeca de cera la había asustado, lo quisiese o admitir o no. Y también había perturbado a Aimery . Pero , como había comprendido después, la muñeca había servido a su propósito. Claire había acabado dentro de las cuatro paredes de Montsegur.
Ese había sido el plan del autor de esa broma horrible "Cómo será que la madre Helene llegó a esa misma conclusión ?" Claire deseaba ir al encuentro de la abadesa inmediatamente. Sin embargo , sabía de la necesidad de cautela. Si saliese del castillo en ese instante, notarían su ausencia. El conde de Segni la quería en el banquete en honor al conde de Foix y el padre Pedro la había presionado severamente , valiéndose de todos los argumentos posibles para impedirle de negarse a la invitación. Se desapareciese de repente, despertaría sospechas en cuanto a su paradero. No, era mejor actuar como la abadesa había sugerido . Se encontrarían en el lugar acordado, a la hora establecida.
— Estoy preocupándome en vano — Claire dijo en voz alta, procurando sosegar sus temores. — Si fuese urgente, la madre Helene me habría pedido que vaya a verla ahora mismo . Debe haber una razón para que aguardemos hasta después de la última campanada.
Tan absorta estaba en sus pensamientos, que apenas escuchó a la condesa de Montfort entrar en el cuarto. Resplandeciente con su embarazo avanzado, Minerve usaba una túnica de seda roja, de corte recto y los cabellos, sujetos sólo por una cinta estrecha, caían sueltos sobre la espalda como una cascada dorada.
Un pequeño séquito de criados la seguía. Casi todos estaban doblegados bajo el peso de la tina de cobre, dos baldes de agua caliente, un biombo de madera, pilas de ropas y un puñado de otros objetos que Claire no lograba comenzar a identificar.
Oh, disculpame ! Siento mucho estar tan atrasada — habló la condesa de Montfort, agitadamente. — Mi hijo mayor, Rupert, quería de cualquier manera que le diese permiso para ser el escudero de su tío Aimery en los próximos torneos y , naturalmente, la respuesta fue un definitivo "no". Es demasiado chico , comenzó el entrenamiento de paje hace poco. Después, Edoard, mi segundo hijo, resolvió que yo debía darle permiso para adiestrar halcones y , claro... — Minerve se detuvo en medio de la frase y se rió con placer. — No tienes ningún interés en escuchar mis odiseas como madre de un grupo de varones. Debes querer vestirte para tu primera fiesta. Y yo vine a ayudarte.
— Ayudarme con qué?
— Con los preparativos. — rápidamente Minerve ordenó a los siervos en la disposición de los objetos en el cuarto. — De qué otra manera podrías prepararte para el banquete de esta noche ? No tienes ropas adecuadas.
— Tengo las que sir Aimery me mandó — insistió Claire.
— Mi hermano no sabe nada sobre de ropa femenina . Por eso me designó para ayudarte.
— Puedo usar cualquier cosa. No me importa lo que estoy vistiendo.
La condesa abrió enormemente los ojos, con incredulidad.
— No te importa la ropa que usas ? Cómo? A toda mujer le importa la ropa que viste. La mitad de la diversión de una fiesta es planear lo que vamos a usar. Ya estoy pensando en las ropas que mandaré hacer después que mi hijo nazca . Es una distracción. Sin embargo vos has pasado toda tu vida en un convento, lo que te da una buena excusa por semejante desinterés. Después de su baño, nos ocuparemos del resto.
Mientras la condesa hablaba, las siervas se encargaron de llenar la tina y disponer el biombo en su lugar.
— Ahora déjennos — les ordenó Minerve. — Pero deben venir de vuelta dentro de una hora. Tendremos mucho que hacer
"Una hora para tomar un baño", pensó Claire, pasmada. "Imposible!" Sin embargo , al aproximarse a la tina, aspiró un perfume delicioso.
— Hay pétalos de rosas en el agua!
— Y esencia de rosas también! — Minerve le entregó un jabón perfumado. — Todo forma parte de la magia femenina. Sé cuanto las monjas cultivan la modestia y el pudor . Entonces, voy a sentarme del otro lado del biombo y voy a darte privacidad para bañarte. Podemos conversar mientras te ocupas de la tarea. Me encanta conversar, como ya debes haber notado.
"Bien, se trata de algo nuevo, a lo cual es necesario acostumbrarse", concluyó Claire, sacándose la ropa. En el convento, los baños eran siempre rápidos, con agua tan helada que la piel quedaba toda morada, incluso en pleno verano. El jabón a base de grasa de ganso limpiaba bien, pero el olor era horrible. Lentamente, entró en el agua.




— Ya estás acomodada? — indagó Minerve, después de algunos segundos.
— Si .
— Sé que nos haremos amigas — habló la condesa de Montfort, sentada en el sofá junto a la ventana. — Dios sabe que no tengo ninguna amiga en este confín del mundo.
— Yo tampoco — Claire se sorprendió diciendo. Las dos mujeres se rieron, cada cual de su lado del biombo.
Pero debes ignorar mis modales mandones — continuó Minerve. — Mi hermano me llama déspota, como si él pudiese criticarme. — ella volvió a reír. Pero Claire, no . — Aimery es imponente, a veces dominante, porque es un guerrero. Es porque está muy presionado.
— Presionado? — La joven escriba quedó rígida. — Quién se atrevería a coaccionar al conde de Segni?
— Nuestro padre. También conde de Segni. Se llamaba Aldo. Pero, no siendo el primogenitura, al casarse con mi madre no heredó un castillo. Los dos se amaban desesperadamente, por lo menos al principio. Sin embargo sus respectivas familias se oponían a la unión. Mi madre era una Trenceval, de Languedoc, por lo tanto portadora de un apellido muy antiguo. Los padres no la querían casada con alguien a quien consideraban inferior. No les importaba a los Trenceval que dos de los ancestros de mi padre hubiesen llegado a ser Papas. Es más , ese detalle parecía no interesarles, puesto que le tenían simpatía a la vieja religión de los cátaros. Finalmente , a pesar de la resistencia inicial, mis padres acabaron obteniendo permiso para casarse. Mi padre alimentaba grandes sueños, pero le faltaban los medios necesarios para realizarlos. Desprovistos de herencia, el poco dinero que poseían era usado para mantener a mi padre en la hermandad de los caballeros. En esa época, mi hermano, mis padres y yo vivíamos en una sencilla casa en el campo. Fueron muchas las veces en que mi madre se vio forzada a realizar trabajos serviles, como cocinar y cuidar de huertas, para conservar nuestras tierras, mientras mi padre salía en busca de aventura y fortuna en las Cruzadas. El nunca logró conquistar riqueza y posición social. Entonces, en un determinado momento, transfirió sus ambiciones a Aimery y a mí. Nosotros nos encargaríamos de realizar sus sueños.
Minerve se calló por algunos instantes, los recuerdos del pasado le lastimaban el alma. Al retomar la palabra, su voz sonó fría como el acero.
— Aimery estaba decidido a agradar a nuestro padre. El siempre fue así, desde niño. Puedes imaginar cuan difícil es agradar un hombre que nunca encontró satisfacción con nada? Nuestro padre quería, a cualquier precio, que Aimery conquistase todo aquello que él no había podido obtener . Fortuna, tierras, castillos no sólo en Italia, sino en Languedoc también. Aimery, conde de Segni debería transformarse en el mas importante de todos os condes! La presión era enorme, pero Aimery nunca se desmoronó. Permitió que los deseos de nuestro padre moldeasen su vida. De hecho, nuestra madre siempre dice que Aimery no sucumbió a la peste sólo porque si muriese decepcionaría a nuestro padre.
— Aimery se contagió ?
— Si, y casi murió — respondió Minerve. — Eramos muy chicos en esa ocasión. Mi hermano sólo tenía ocho años y había comenzado su entrenamiento para escudero.
— Vos te enfermaste también? En general el contagio es rápido y se dispersa como fuego en la paja.
— Afortunadamente mis padres me habían mandado al campo poco antes del inicio de la epidemia. Una época terrible pero...
— Aimery sobrevivió.
— Un milagro — Minerve concordó. — Es muy raro que alguien sobreviva a la peste. Especialmente cuando se comentaba que él había traído la enfermedad al volver de la corte de Amedeo de Savoy. Mi madre atribuyó a curar de mi hermano con una novena a Santa Dorotea. Ella creía que por esa novena su hijo, su único hijo varón , había sido salvado.
— Tal vez hayan sido las oraciones, no esa novena a esa santa en particular.
— De cualquier manera, las oraciones parecieron surtir efecto sólo en el niño . La misma gracia no fue concedida a mi padre.
Un pesado silencio se extendió durante varios minutos. Claire no quería oír esas cosas sobre Aimery de Segni. No quería escuchar historias de su infancia. De su lucha por vencer los desafíos y cumplir con las expectativas de un padre ambicioso. Todo eso lo hacía demasiado real y humano a sus ojos.
— Yo no quiero que él sea real — Claire murmuró.
— Pero él es real , un ser humano de carne y hueso — afirmó Minerve. — debes aceptar eso. Después da muerte de nuestro padre, fue como si Aimery asumiese todas aquellas ambiciones delirantes . Los errores del pasado debían ser reparados. Mi hermano debía conquistar castillo tras castillo y debía conquistar Montsegur simplemente porque el pueblo de Languedoc había despreciado nuestro padre. En realidad, Aimery odia estas tierras, odia la responsabilidad que esta fortaleza acarrea. El debería abandonar todo y volver a Italia, donde es feliz. Dios sabe que, por mérito propio, posee muchas tierras allá. Me angustia verlo proseguir , y que incluso llegue a casarse, sin que nada de eso valga el precio que va a pagar.
— Pero debemos honrar a memoria de nuestros padres, debemos hacer lo que ellos deseaban que hiciésemos y vengarlos — argumentó Claire.
— Tus padres están vivos?
— No. Yo tenía tres años cuando ellos murieron . Apenas puedo acordarme de los dos juntos. Los recuerdos son muy vagos. Pero me enteré de lo que les sucedió. Murieron quemados.
— Hubo un incendio en tu aldea? — La voz de Minerve sonó llena de sincera compasión.
— No. — sin saber por qué se sentía impelida a hacer esas confidencias, Claire se escuchó diciendo: — Mis padres eran pobres. Considerados culpables de un crimen, acabaron siendo ejecutados. Por lo menos eso es lo que me explicaron. Aunque últimamente...
— ?ltimamente?
— Mis recuerdos, a pesar de ser nebulosos, han sido diferentes de aquello que me contaron como siendo verdad. Admito que yo sólo tenía tres años en esa época y no puedo acordarme dos acontecimientos con exactitud. Pero en esos fugaces imágenes, veo fuego por todas partes , no sólo alrededor de ellos. No había testigos en la escena. Y debe haber testigos presentes en las ejecuciones públicas. Es una exigencia de la Inquisición . Sé que mis padres estaban solos y fueron sorprendidos por lo que pasó . Puedo sentir el olor a carne quemada y el miedo de ambos. Se ellos hubiesen sido juzgados, con certeza esperarían ese final . — Claire inspiró profundamente , el agua súbitamente estaba helada. No le gustaban esos recuerdos. Siempre la aterrorizaban . — Yo era muy chica. Puedo estar confundiendo las cosas. Tal vez yo misma haya creado esas imágenes . Después de todo , me dijeron que yo no estaba presente cuando mis padres fueron quemados. — Envolviéndose en una toalla, ella salió de la tina.
Lista para comenzar a arreglarte? — preguntó Minerve, viéndola surgir de detrás del biombo. A pesar de hablar en un tono alegre, los ojos de la condesa de Montfort revelaban preocupación. — Dónde estarán las criadas? Precisamos de todas ellas ahora. Escogí algo maravilloso para vos. Algo impactante. Algo que, con certeza, te va a gustar. Vamos, vamos, muchachita, no pongas esa cara. Entregate a mis manos. Aunque sólo sea por esta única noche .

Aimery esperaba un cambio en Claire. En verdad , no había tenido dudas de que la vería muy diferente en la fiesta. Después de todo , como guerrero, había aprendido a escuchar su intuición, a presentir un cambio antes que éste se manifestase. Instintivamente había sabido , desde el primer momento, que bajo el hábito de novicia, debajo de la toca blanca , existía una mujer bellísima, de curvas sinuosas y tentadoras.
Nada disimulaba el cuerpo esbelto ahora. Bastó entrar en el salón, para que Claire de Foix le quitase el aliento. Con la altivez de una reina, ella parecía flotar por encima de los otros invitados, absolutamente bella en su elegante simplicidad. Los cabellos rojizos caían en su espalda en ondas suaves y brillantes, sujetados por una fina tiara de oro. El vestido verde musgo, de corte recto y mangas largas, acentuaba la blancura de la piel sedosa y resaltaba el color de los ojos expresivos. Claire no estaba usando un modelo atrevido o sensual. Tampoco ostentaba joyas, excepto la discreta tiara en sus cabellos. Pero su belleza clásica lo fascinaba. Simplemente no podía desviar la mirada de la figura arrebatadora, sin importarle lo que pudiesen pensar de él , sin intentar reprimir la reacción de su propio cuerpo. La deseaba, a pesar de todos los pesares y barreras . Comprendía sus responsabilidades como lord de Montsegur. Debía celar por la seguridad de todos sus vasallos. Y aunque en sus conversaciones con el obispo Jacques Fournier hubiese enfatizado innumerables veces que Claire todavía no había formulado los votos definitivos, jamás había planeado deshonrarla. Tal vez los rumores sobre el mal que los Segni le habían causado al pueblo de Languedoc fuesen verdaderos. Entonces él, Aimery de Segni, repararía los errores. Por lo menos en lo relacionado con la doncella de Foix. Sabía que podría hacerlo. Y lo haría.
Aimery saludó primero a su hermana con una inclinación de cabeza y después, ofreciendo la mano hacia Claire, la condujo a la mesa principal, sobre una plataforma. Aunque no disfrutase las fiestas, había encarado aquel banquete como un deber, una manera de homenajear a un lord aliado que había venido a Montsegur para reconocerlo, públicamente, como su líder. Por lo tanto , sólo le quedaba retribuir ese gesto a la misma altura. El salón había sido meticulosamente limpiado , para librarlo de la suciedad producida por el gran número de hombres y perros que por allí transitaban. Las paredes de piedras exhibían tapices y en las mesas de madera brillaban utensilios de plata y estaño, intensamente pulidos. Enormes estandartes, con los colores de la Casa de Segni, flotaban en el aire, orgullosamente .
" Yo hice esto. Yo conquisté lo que me propuse conquistar, lo que esperaban que yo conquistase", él pensaba.
Se había dedicado a la organización de esa noche con la estoica paciencia exigida por el deber. No esperaba disfrutar su propio banquete, porque nunca se había divertido en ninguna fiesta en el pasado. Pero, el contacto delicado de la mano de Claire había cambiado todo. De repente el salón explotaba con sonidos, con la música alegre marcada por el tamboril y un laúd . Un malabarista arrojó bolas coloridas al aire con impresionante habilidad y Aimery, sonriéndole a la mujer a su lado, dirigió su atención a la destreza del artista. "Por primera vez en mi vida ", él concluyó pasmado, "me estoy divirtiendo".
Se sentía tan joven como el más joven de sus escuderos. Y despreocupado. Notando que le correspondía a Gertrude, condesa de Triconet, sentarse en el lugar de honor de la mesa principal, al lado del anfitrión, Aimery no tuvo dudas. No la quería allí, quería a Claire. Y ahora, como el lord del castillo, escogería a quien se le antojase para ocupar esa posición de honor. Escogería a la doncella de Foix. Esa era su mesa, ese era su castillo, y actuaría como le se le antojase . Todavía sonriendo, pidió a uno de los siervos que efectuase el cambio. La condesa de Triconet sería transferida junto del conde de Montfort. Aunque continuaba bien situada, Gertrude no se mostró nada satisfecha con el cambio , llegando a ponerse pálida debajo de su maquillaje cargado. Pero, Aimery no se incomodó.
La noble hizo una breve reverencia delante del conde de Segni, fusiló a la novicia con la mirada y se alejó , sacudiendo sus toneladas de joyas.
Todavía sintiendo el peso de la mirada malévola, Claire se sentó entre un solícito Huguet de Montfort y el lord de Montsegur.
— Lady Gertrude va a vengarse — susurró el conde de Segni junto al oído de Claire de Foix. Le encantaba estar cerca de ella, oler su perfume sutil.
— Por favor, no me transformes en un motivo de contienda — la joven escriba pidió. — Me habría sentido satisfecha sentándome en un lugar más apropiado a mi posición social. No soy una aristócrata, ni poseo fortuna.
— Yo soy el Lord de este castillo — Aimery retrucó en voz baja. — Decido quien se sentará y a donde.
Sin embargo reconocía la validez del argumento de Claire. Si, la había querido a su lado, pero no había pretendido ofender a lady Gertrude. Sonriéndole a la condesa, resolvió esforzarse para agradarla. Otro de sus deberes como lord de Montsegur.
Pero hasta el término de la cena, no pensaría en ese asunto. Se iba a divertir, disfrutar el infrecuente contentamiento que ahora sentía.
Con un seña de Aimery, un verdadero batallón de criados entró en el salón, cargando bandejas de plata. Entonces comenzó la sucesión interminable de platos muy elaborados. De entrada, quesos, jamón ahumado y verduras frescas. Después, pescados variados, perdices y jabalí, cazados por la mañana. Para finalizar, dulces glaseados y frutas. De soslayo, Aimery observaba a Claire comer con parsimonia. También el vino, que había traído de sus tierras de Italia, era consumido por la novicia con igual sobriedad.
— Prueba esto — dijo Aimery, entregándole un dulce glaseado.
Claire vaciló unos segundos antes de probar la golosina. Y pronto pidió otra.
El conde de Segni se rió alto, satisfecho.
— Tengo grande admiración por una mujer capaz de apreciar la buena comida. Pero, solamente un dulce mas, o acabarás redonda como el hombre que los hizo.
Aimery le mostró una puerta abierta, mas allá de la cual se veía un enorme hombre vestido de blanco que, con la ayuda de un muchacho, movía el contenido de una una gran olla con una enorme cuchara de madera.
— Mi cocinero — explicó el conde. — traído directamente de París por mi emprendedora hermana. El está casado con la costurera de Minerve. Tal vez ya hayas conocido a madame Monique? Todavía no? Pues la conocerá. Con certeza mi hermana se encargará de presentarlas . Diddier trabajó en las cocinas del rey y es tan consciente de su propia importancia que ni siquiera yo , el lord de Montsegur, me atrevo a contrariarlo. Precisaré de una esposa para enfrentarlo.
Por qué había dicho eso? Y por qué a Claire?
— Tu cocinero estuvo al servicio del rey de Francia? — ella indagó atónita. — Por qué dejaría...
— París para venir a Languedoc? — Aimery agregó . — Oh, si , mi cocinero es parisiense y comprendería tu asombro. Como todos los nativos de la ciudad , él maldice a los dioses que lo obligan a vivir lejos de allá. Pero Diddier selló su propio destino con sus acciones. Su trabajo en el Louvre le dio amplo acceso las bodegas del rey donde, se comentaba , él comenzó a pasar cada vez más tiempo. Su gusto por el contenido de los barriles era la única debilidad en una carrera brillante y lo que motivó su caída. El rey lo despidió. Sólo le quedaba trabajar conmigo, o arriesgar suerte con los príncipes de Bohemia. Considerando las alternativas, Diddier no vaciló mucho antes de decidirse por mí.
Claire se rió con placer, para inmensa satisfacción de Aimery y de Minerve de Montfort, que le guiñó un ojo a la novicia con complicidad.
Saliendo de detrás de un tapiz, un grupo de músicos hizo sonar los primeros acordes de una canción, los sonidos del tamboril y del laúd dando lugar a Rogre de Tencacel y su mandolina. Tencacel, uno de los más famosos trovadores de Languedoc, cantó emocionado sobre un trágico incidente sucedido en la corte inglesa recientemente. Su canción arrancó aplausos y lágrimas. La noble condesa de Trenceval secó sus ojos con el providencial pañuelo ofrecido por el siempre atento Huguet de Montfort.
— Tu pueblo tiene lo mejor de todos los mundos — murmuró Minerve, inclinándose delante de su hermano para hablar con Claire. — Languedoc es una tierra con una cultura creadas e base al romance. O por lo menos lo era hasta que la desafortunada persecución de los cátaros arruinó todo lo que aquí florecía. Soy ortodoxa en mis creencias, así como mi hermano, pero ningún de nosotros dos cree que se debe quemar el cuerpo de un hombre para incentivarlo a cambiar de idea. Aimery liberaría a William Belibaste en este mismo momento, si pudiese encontrar un medio de hacerlo.
Claire mantuvo la mirada fijo en un punto distante, resistiendo la tentación de confiar en Minerve, de pedirle ayuda. Le gustaba la condesa de Montfort y comenzaba a confiar en Aimery. Pero ellos realmente podrían ayudar William Belibaste?
"No, claro que no", se respondió a si misma. No siendo cátaros, la libertad y la vida de un hereje no les importaba. Además, el padre Pedro siempre le había advertido tener cuidado con las supuestas buenas intenciones de los enemigos. Minerve de Montfort y Aimery de Segni jamás le ofrecerían esperanzas. Mejor no olvidarse de eso nunca.
El sonido de un tambor anunció la llegada de la estrella de la noche : una torta de especias, adornada con los colores de los estandartes de Montsegur y de Foix.
Maravillada, Claire reparó en los mínimos detalles de esa exquisitez . Jamás había visto algo semejante antes. Se trataba de una verdadera obra de arte, digna de la corte de un rey. Y como obra de arte la corte fue recibida por los invitados, con vivas y aplausos.
Estaba sonriendo, divirtiéndose , pero continuaba distante, Aimery concluyó, notando las finas líneas de preocupación en la frente de Claire. Algo la angustiaba, aunque nadie más, excepto él mismo, lo percibiese.
Minerve y Huguet conversaban animadamente, esperando, ansiosos, el inicio del baile. En medio de toda esa agitación, Aimery notó a Claire lanzar una mirada furtiva al conde de Foix.
El sabía que debería presentarlos. Además , había sido ese el motivo por el cual la había invitado al banquete. Claire había nacido en Foix y , sin duda, estaría interesada en conocer el conde de su región.
Pero ese no era el momento. En el momento adecuado, actuaría. Ahora sólo quería hacerla sonreír y divertirse .
El conde de Segni se levantó y batió palmas.
— Que comience el baile!
Claire jamás había bailado antes. Naturalmente, los bailes siempre tenían lugar en la aldea en días festivos, o en ocasión de torneos en Montsegur. Sin embargo siempre había acompañado esos acontecimientos a la distancia, desde lo alto de los muros del convento . Observar a las personas moviéndose y tocándose al son de la música la intrigaba, pero no la entusiasmaba. Había llegado a la conclusión que bailar no le atraía y no tenía extrañar eso.
O por lo menos eso era lo que se había habituado a pensar.
Pero esa noche todo le parecía diferente. Aimery lo hacía todo diferente.
tal vez fuese por causa del roce de la seda contra su cuerpo, o por el perfume a rosas que impregnaba su piel . Tal vez porque había tomado un poco de vino, y eso era malo para ella que nunca bebía. Ahora, mientras los criados preparaban el salón para el baile y los músicos afinaban los instrumentos, comenzó a sentirse sola, aislada. En el fondo , aunque fuese reticente a admitirlo , quería formar parte de la diversión que estaba por venir. Mirando a su alrededor , notó que las mujeres se movían inquietamente en sus lugares, impacientes por el inicio de la fiesta.
"Como sería bailar?", ansiaba descubrirlo.
Pero Claire pronto trató de ignorar ese pensamiento y reprimir su curiosidad. La campana del convento no tardaría en sonar y la madre Helene la estaría esperando en el lugar acordado . Tenia que salir de allí cuanto antes. Por eso aceptó prontamente la sugerencia del conde de Segni.
— Debes estar cansada. Veo fatiga en tu rostro. Pero primero me gustaría llevarte a un lugar y mostrarte algo. No hagas preguntas. Sólo acompáñeme . Te prometo que no te retendré por mucho tiempo. Pronto estarás libre de mí .
Si , necesitaba estar libre para ir al encuentro de la madre Helene. Si hiciese lo que el conde de Segni deseaba, podría desaparecer en seguida sin despertar sospechas. En caso que se negase a acompañarlo, las consecuencias serían inconvenientes. Después de todo , había asistido al banquete porque él había querido , usaba las ropas que él le había entregado y había ido a vivir en el castillo porque él así lo había determinado. Nada de lo que había sucedido recientemente había sido elección suya. Se había visto obligada a aceptar lo inevitable.
"Conoce a tu enemigo. Usalo". Eran los consejos del padre Pedro.
Aimery controlaba algunas de sus acciones, pero no todas. Cómo podría? O el conde de Segni no sabía nada sobre los Buenos y Justos, ni de su devoción por los cátaros. Entonces que él la llevase pronto a donde quería y le mostrase lo que deseaba. Que él pensase que la dominaba. No importaba. Porque, al final , ella haría lo que debía ser hecho, lo que había prometido hacer.
— A dónde estamos yendo? — ella preguntó, al internarse en uno de los pasajes oscuros y desiertos de la fortaleza. Por primera vez, la guardia de honor no los acompañaba. Estaban completamente solos. — A dónde me estás llevando?
— Te voy a mostrar el camino.
Los dos siguieron adelante , tomados de la mano . En breve , los sonidos de la música fueron haciéndose distantes y vagos, hasta desaparecer por completo. Claire pensó en la madre Helene, temió no ser capaz de oír la última campanada , pero continuó adelante . No había como volver atrás.
— Aquí arriba — dijo Aimery, ayudándola a subir los escalones de piedra y abriendo una portilla.
Jadeante, Claire se descubrió en una de las torres del castillo, iluminada por una enorme luna llena. Y la música tocada en el salón principal llegaba a la torre con absoluta claridad, los sonidos tan fuertes y vibrantes que parecían envolverla como una capa . Era como si estuviesen en el salón, en medio de los invitados.
Aimery le sonrió . Una sonrisa tan abierta, tan despreocupada, tan tierna, que Claire tuvo la extraña sensación de estar viendo una parte del conde que él no mostraba a nadie . Una parte que prefería mantener resguardada.
— Creí que te gustaría esta vista. Subí aquí en mi primer día en Montsegur. Estamos exactamente encima del salón principal y la acústica de ese lugar es fantástica. Sabía que escucharíamos la música perfectamente. Podemos bailar acá . Estarás segura.
Sus últimas palabras sonaron extrañas a sus propios oídos. Aimery no sabía si las había dicho para tranquilizar a Claire, o para tranquilizarse . Sólo Sabía que había hablado con absoluta convicción.
Había trabajado muy duramente para convertirse en caballero y tomaba sus juramentos y su deberes mucho en serio. Nada le había sido entregado en bandeja de plata. Y aunque hubiese tenido muchas mujeres en el pasado , todas lo habían deseado tanto como él las había deseado . Siempre se había asegurado de eso, pues no soportaría imaginarse aprovechándose de alguien. Y nunca se aprovecharía de la joven doncella de Foix.
Además, en breve estaría comprometido con una descendiente de los Valois, la poderosa familia real francesa. No tenía idea de por qué todavía vacilaba. Minerve desaprobaba la unión y , probablemente, Huguet también. Sin embargo la opinión de ambos no importaba y no era lo que lo hacía vacilar. Tal vez estuviese demasiado ansioso por concretar el sueño de su padre. Esos eran los motivos que su razón presentaba para la postergación del compromiso; pero su corazón susurraba: Claire.
Quería besarla, se dio cuenta de repente. Quería acariciarla. Quería apretarla junto a su pecho tan desesperadamente, que se sentía a punto de sofocar.
No podía hacerlo, pero podía bailar con ella. Con certeza no habría nada de malo en eso. Claire deseaba bailar. Pero todavía algo la preocupaba. Tal vez si le preguntase... No, de nada ganaría.
El conde de Segni extendió la mano y Claire, después de brevísima indecisión , la aceptó . El resto fue fácil. Ella se dejó conducir, moviéndose al ritmo mágico del laúd , acompañándolo lánguidamente, danzando con él bajo la luz de las estrellas y de la luna, en una noche perfumada de verano.
Un momento perfecto, uno de esos raros y preciosos momentos perfectos. Sin embargo Aimery no experimentaba el contentamiento que había imaginado . Deseaba más.
Tal vez no hubiese sido una buena idea llevarla a la torre. Estaban allí, estaban danzando y estaban solos.
La música paró súbitamente . Jadeante, Claire se alejó inmediatamente e corrió a la portilla . Pero el conde de Segni todavía no había dado la noche por terminada. La había llevado a la torre también porque había deseado mostrarle algo.
— No solamente la acústica es excelente, la vista es deslumbrante. Ves, en una noche clara como esta, es posible observar todo el valle. En el horizonte, están las montañas a través de las cuales llegamos a mi hogar, a Italia.
— Pero Montsegur e tu hogar ahora — ponderó Claire — Es el castillo que siempre quisiste .
— Cómo sabes eso?
— Minerve me contó. Ella me habló sobre las razones que te hicieron venir acá. Tu hermana cree que todo eso es un error.
Aimery abrió la boca para discutir, pero se calló . Sus instintos continuaban afilados, y la prudencia parecía entorpecida. Era mejor no entrar en el camino que lo internaría más y más en el misterio de Claire, de cuyo fascinación no estaba consiguiendo escapar. Mejor no preguntar lo que Minerve había dicho . El y su hermana eran muy cercanos, rara vez discutían, pero comenzaba a sentirse irritado con la lengua larga de Minerve.
— Vamos a otro lado — Aimery dijo con cierta aspereza. — Desde allá podremos ver el precipicio.
Claire avistó las luces antes de escuchar las voces y los gritos. Eran tantas las antorchas, que toda la villa parecía estar despierta , reunida al borde del precipicio llamado Roc.
— Helene! — ella gritó.
Instintivamente Aimery corrió a los escalones, la mano apoyada en la empuñadura de la espada.
— Espera aquí. Mandaré alguien a venir a buscarte.
Pero Claire, no planeaba esperar y lo siguió escaleras abajo.
— No. Es la madre Helene. Algo sucedió con ella. Lo sé .
Por un instante el conde de Segni la miró duramente, no estando acostumbrado a ver sus órdenes contrariadas. Claire no había pedido ni había esperado su permiso.
Juntos, los dos habían salido al patio del castillo cuando la campana del convento sonaba, llamando para a las plegarias nocturnas.

No hay comentarios: