domingo, 5 de septiembre de 2010

LA NOVICIA REBELDE - CAPITULO 8 - DEBORAH JOHNS

CAPITULO 8



— Lady Isabel y yo todavía no estamos comprometidos.- respondió Aimery .
Minerve ignoró el comentario, ansiosa por terminar la historia. Se sentía muy mal por tocar ese tema , pero jamás engañaría a su hermano.
— Fue un escándalo. Dar una fiesta para una viuda a punto de casarse otra vez es algo escandaloso, incluso en París. Principalmente tratándose de una mujer como Isabel, que vive maritalmente con un hombre casado. — Minerve bajó a voz, muy afligida. — Habría querido que otra persona te estuviese contando todo esto. Dios sabe que yo no quería hacerlo. Pero , si insistes en casarte con Isabel, es mejor tener los ojos bien abiertos y saber lo que te espera.
— Son rumores.
— Yo estaba en la Corte. Sé lo que sucedió. Dudas de mi palabra?
— Cuéntame sobre esa fiesta.
— Sucedió tarde de noche . En el salón principal del Louvre. Isabel estaba presente. Eustache estaba presente.
— Y vos?
— Solamente al final.
— Para espiar a Isabel?
Minerve no se acobardó. Tampoco desvió la mirada . Altivamente , enfrentó a su hermano.
— Estuve presente para proteger tus intereses. Y créeme, Isabel no es lo que te gustaría tener como esposa.
— Cuéntame sobre la fiesta — Aimery repitió.
— Debería llamarlo bacanal — explicó Minerve. — Muy parecida a las orgías de la Grecia Antigua. Y, como era de esperar, siendo Baco el Dios del vino, el alcohol corría libremente. Las mujeres asistieron disfrazadas de ninfas, los hombres, de sátiros. Pero, Guy de Guinne y seis amigos habían decidido que simples disfraces no bastarían. Por qué disfrazarse , cuando podían pintar sus cuerpos desnudos con resina y pegar vello de animales en los lugares adecuados? Naturalmente los hombres usaban mascaras, pero nadie tenía dudas sobre sus identidades. Por supuesto que se decidió la no utilización de antorchas, sabiendo que la resina es un material altamente inflamable. Una simple chispa podría consumir esos cuerpos pintados en cuestión de minutos.
— Qué sucedió entonces? — el conde la interrogó, viéndola vacilar.
Un completo desastre. A pesar de los avisos previniendo el fuego, Eustache d'Alembert resolvió entrar en el salón llevando una antorcha. Una chispa cayó sobre sir Guy y pronto él, y otros caballeros, eran consumidos por las llamas. Sólo dos del grupo escaparon. Uno saltando en un barril con agua, otro escondiéndose debajo de la falda de Sybille Thierry. Sino esos dos habrían muerto de la misma manera horrible que sus compañeros. — Minerve se calló por un instante, sus ojos llenos de lágrimas. — Fue una escena macabra. Incluso los que no habían asistido a esa orgía escucharon los gritos de los moribundos. Esos gritos parecieron hacer eco en los corredores del palacio por muchos días . El rey estalló en odio. Tanto por el ultraje de la fiesta, como por las consecuencias funestas. Ordenó que Isabel partiese de la Corte y la recluyó en Picardy, donde permanecería bajo la guardia de Sire de Coucy. Eustache d'Alembert la acompañó. Isabel no tiene ninguna intención de desprenderse de su amante, Aimery. El rey no fue capaz de obligarla a romper esa relación y vos tampoco podrás. La relación de esos dos ya traspasó la etapa del escándalo y evolucionará hasta transformarse en una tragedia.

Sus pisadas rápidas lo apartaban del castillo, como si , inconscientemente, quisiese poner una gran distancia entre él y lo que a hermana le había contado .
"Hasta transformarse en una tragedia".
Pero , cómo Minerve podría entender su determinación a casarse con Isabel de Valois? Al terminar el relato tétrico, Minerve lo había mirado llena de expectativa anticipando su indignación, convencida de que iba a repudiar a Isabel, y que se negaría a tomarla como esposa.
Pero , necesitaba llegar hasta el final . Ese compromiso había sido el último deseo de su padre en su lecho de muerte, la manera en que el fallecido conde de Segni había encontrado para mostrar a su ilustre familia que él también era lo suficientemente poderoso como para aliar a su hijo con la más noble familia de Francia.
Aimery se acordaba de su padre. Lo había visto , innumerables veces, curvarse bajo el peso de los insultos sutiles de la rama más poderosa del clan , que lo había tratado como a un subalterno. Se acordaba de las ropas usadas, de los peores lugares en la mesa, de las invitaciones para las recepciones importantes que nunca llegaban. Se acordaba de todo. Y aunque nada de eso tuviese importancia para Aimery, se había lamentado por la vida de su padre y había jurado vengarlo y reivindicarlo.
— Vos me vengarás y me reivindicarás — Aldo de Segni había repetido decenas de veces, mientras se ahogaba en vino.
Después del honor de convertirse en caballero, el casamiento con Isabel de Valois le había parecido el próximo paso lógico en el camino escogido. Incluso antes de la ascensión del tío al trono, Isabel ya poseía prestigio y poder, el apellido Valois uno de los más prominentes de Francia. Sin embargo Minerve, con el apoyo de su madre, había rechazado al hermano disoluto de Isabel para casarse con Huguet de Montfort. En memoria a su padre, él iba a casarse con Isabel. Ella sería suya!
Furioso, Aimery continuó caminando , sin saber a donde estaba yendo. Sólo sabía que Minerve lo había dejado profundamente irritado con sus palabras sombrías.
Era fácil para su hermana hablar, como había sido fácil abandonar el deber familiar y casarse con Huguet de Montfort, un conde desprovisto de fortuna. Que él se hubiese convertido en un magnifico guerrero y un héroe había sido solamente un golpe de suerte. Las cosas podrían haber resultado muy diferentes. Como habían sido con su padre. Lo que Minerve le había contado realmente no debería incomodarlo. De hecho, no lo incomodaba. Siempre había sabido la verdad sobre el carácter de Isabel. No todo, tal vez, pero lo suficiente. Y siempre la había aceptado como era, así como pretendía ser aceptado.
Su oportunidad de vengar las humillaciones sufridas por su padre y la de tener acceso al poder vendría a través de la unión con Isabel de Valois y , por Dios que , no tenía la menor intención de permitir que los prejuicios de su hermana lo detuviesen. Minerve siempre había detestado a Isabel. Su hermana jamás había aprobado a ninguno de los Valois. El, por otro lado, era un guerrero , un caballero contratado por reyes y barones feudales para defender sus intereses. Rara vez tendría tiempo, o ganas de permanecer en Francia por un largo período, en compañía de su esposa. Tan pronto embarazase a Isabel, asegurándose, por supuesto de que sería un legítimo heredero de los Segni, se ocuparía de su propia vida y a mujer podría hacer lo que se le antojase. Muchos matrimonios nobles funcionaban así, basados en deberes familiares, en la adquisición de bienes. Pues el suyo no sería diferente.
Absorbido en sus pensamientos y todavía hirviendo de rabia, Aimery demoró en escuchar el ruido suave de agua cayendo. De repente, se detuvo, preguntándose a donde había ido a parar. Se había Perdido dentro de su propriedad. Pero, súbitamente atraído por el sonido musical, caminó en dirección a la cascada.
La tierra se fue haciendo blanda y húmeda a medida que se aproximaba al lago escondido en un pequeño claro, protegido por árboles frondosos. El follaje denso filtraba los rayos de sol y la temperatura, casi agobiante en otros lugares, allí se hacía agradable.
Al principio, Aimery no notó la presencia de Claire por la inmovilidad de la novicia . Ella lo había escuchado llegar e intentaba pasar desapercibida.
— Claire — el conde la llamó en voz baja.



En medio del lago, con el agua hasta las rodillas, la túnica blanca flotando a su alrededor , Claire resplandecía. Los cabellos rojizos, magníficos, caían sueltos sobre la espalda , casi tocando el agua. Isabel también tenía cabellos rojos, pero los de ella no poseían esa belleza, ese esplendor. A pesar del evidente pudor , Claire no cruzó los brazos sobre sus senos, cubiertos sólo por la tela delgada de la túnica. Y él la respetó por eso. Sabía cuanto esa joven debía desear resguardarse. Cualquier mujer con un cuerpo tan voluptuoso, automáticamente, buscaría disimular su semi desnudez. Todavía que virgen e inocente, Claire, llevada por el instinto, por la intuición, imaginaría que la visión de un cuerpo como el suyo provocaría a un hombre.
Ella no se cubrió. Ella no desvió la mirada . Ella no se movió. Se limitó a permanecer inmóvil.
— Claire — Aimery repitió. — estabas nadando?
— Yo no sé nadar. Yo ...
— Entonces voy a enseñarte .
La novicia abrió la boca para protestar. Pero, antes de conseguir emitir un solo sonido , el conde ya estaba dentro del agua, completamente vestido.
— No voy a lastimarte .
Ese siempre había sido uno de los refugios favoritos de Claire. Frecuentemente huía a ese oasis. En los días muy calurosos, para refrescarse. O cuando deseaba estar sola. Lo había descubierto cuando era niña y jamás había hablado de su existencia a nadie . Ni siquiera a la madre Helene, ni al padre Pedro. En el verano, se refugiaba allí para escapar del calor. En el invierno, venía a admirar el lago congelado y sentir el viento golpeando sus mejillas. Su vida era tan ajetreada, incluso en el convento, que ansiaba tener un lugar, cualquier lugar, que pudiese llamar suyo.
Dios había oído sus plegarias. El le había contestado conduciéndola a ese pequeño claro.
Siempre había estado sola allí. Hasta aquel momento.
Aimery de Segni, lord de Montsegur, se acercó sonriendo, los ojos azules brillando como piedras preciosas. Y había veces en que soñaba con aprender a nadar. - Primero debes aprender a flotar — él habló , su pierna musculosa rozando la suya bajo a agua. Gentilmente Aimery la sujetó por la cintura, induciéndola a acostarse en el agua. Sintiéndola ponerse tensa, dijo en voz baja :
— Confía en mí.
"Confiar? No puedo. No lo haré ", ella pensaba.
Temblorosa, tiritando de la cabeza a los pies debido a la presión de las manos fuertes en su espalda, Claire acabó cediendo. Desde siempre había querido aprender a nadar. Esa era su oportunidad.
Abandonándose a las manos del conde de Segni, que la amparaban con firmeza, Claire flotó . Era como si el lago la abrazase, como si su cuerpo se fundiese con el agua. Y , lo más delicioso de todo era el contacto de Aimery.
El contacto de él no era lo que esperara del contacto masculino. No había nada de rudo , de áspero, de tosco . Los dedos largos en su espalda
la invitaban a relajarse. Con los ojos cerrados, y por primera vez en su vida, se sintió contenida y segura.

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