miércoles, 1 de septiembre de 2010

LA NOVICIA REBELDE - CAPITULO 4 - DEBORAH JOHNS -




CAPITULO 4

— Tu nombre es William Belibaste? — el inquisidor indagó en un tono sereno. El hombre asintió. Si todavía ardía una llama rebelde en su interior, él obviamente había preferido conservarla, no desperdiciando energía con las preguntas iniciales. Lo peor todavía estaba por venir y con certeza necesitaría toda su fuerza para enfrentarlo.
— Entonces , por favor, di tu nombre en voz alta para que pueda ser registrado por nuestra escriba.
Jacques Fournier señaló a Claire, sentada en un banco a su espalda , casi escondida detrás de una pila de papeles , plumas y tinteros. Había sido la novicia quien lo había preferido así; había querido permanecer oculta, movida por el deseo de no quedar frente a frente con el acusado. ya lo
había visto entrar, doblegado bajo el peso de las cadenas, transpirando miedo por todos los poros.
— Soy William Belibaste — dijo el reo , con voz ronca y cansada.
— Sabes leer y escribir tu nombre?
— No sé leer, ni escribir. Soy un hombre simple . Un campesino.
— Por lo menos, puedes de rubricar un documento? — Fournier interrogó gentilmente.
— Soy capaz de cualquier cosa, cuando es necesario. No debería dudar de eso.
Risas hicieron eco en el salón abarrotado.
— Perfecto . Sólo vamos a pedirte que firmes el documento con una marca que puedas reconocer como tuya , y por supuesto que digas la verdad. Estás de acuerdo con esos pedidos?
Belibaste se limitó a dejar escapar un suspiro de desdén . Ignorándolo, el obispo se puso los lentes y se inclinó sobre una hoja de papel.
— Por favor, informe a este tribunal dónde y cuándo nació.
— Nací en la región de Corbieres, de eso estoy seguro . En cuanto al resto, la fecha y el lugar exacto de mi nacimiento, no lo sé. Como le dije , éramos muy pobres y no teníamos sacerdotes o escribas para registrar los acontecimientos.
Por algunos instantes no se escuchó nada en el salón, excepto el ruido de la pluma de Claire deslizándose sobre el pergamino.
— Prosigue — lo instruyó Fournier. — sin duda debes saber más sobre tu propia infancia, el nombre de tus padres, la existencia de hermanos y hermanas menores. Cuéntale todo a este tribunal. Precisamos saberlo.
— No me acuerdo de nada — repitió Belibaste. — Soy un simple campesino. No tengo raíces. No tengo familia.
Fournier se recostó en el respaldo de la silla e, apoyando las manos en la mesa delante suyo, miró al acusado prolongadamente.
— Entonces hablanos del asesinato, ese que cometiste y por el cual fuiste justamente juzgado y condenado. Ya que no recuerdas nada más , comencemos con un hecho conocido.
Si Belibaste se sorprendió con la pregunta, nada demostró.
— Sucedió durante una pelea. Mi único justificativo , aunque cuestionable, era mi juventud . Y también estaba borracho. Pero maté a un hombre y para tal acto no existe perdón. Los dos éramos pastores y no me acuerdo del motivo que dio inicio al desentendimiento. Pero eso no importa. El hecho es que me recrimino hasta el día de hoy por lo que pasó. Le saqué la vida de un hombre y me arrepiento profundamente. Fue mi arrepentimiento lo que me trajo aquí.
— Vos no viniste por libre y propia voluntad — lo reprobó el Inquisidor. — por lo tanto , no intentemos hacer parecer lo contrario.
Fournier se dio vuelta hacia sus auxiliares, todos más jóvenes y dueños de la misma expresión circunspecta.
— Este hombre — continuó el obispo, dirigiéndose a sus colegas —, no está aquí para ser juzgado por el asesinato cometido en un pasado distante. Será juzgado por fomentar herejía. — Volviéndose nuevamente al reo . — Vos huiste al avistar a las autoridades francesas. Tu arrepentimiento no te impidió intentar escapar de la justicia.
William Belibaste miró sus propias manos callosas, los pies descalzos, las ropas raídas.
— No existe justicia para personas como yo en Francia. No la había en esa época, no la hay ahora. Me escapé de los soldados del rey y llevé a mi hermano conmigo. Hace años él estaba siendo perseguido por la Inquisición . A pesar de ser un hombre simple , profesaba creencias no ortodoxas, pues era un cátaro. — Belibaste hizo una pausa antes de repetir: — ?l era un cátaro. Creía que un hombre libre debería poder pensar por si mismo. Pero la Inquisición no creía eso y fuimos obligados a huir juntos. Mi historia llega ahora a un punto que va a interesarle, señor. Nuestra fuga nos llevó a Philip d'Alayrac, también un hombre perseguido.
Un bullicio de excitación recorrió el lugar ante la mención de ese nombre.
— Continué — ordenó Fournier, mientras los otros contenían la respiración.
— D'Alayrac pertenecía al movimiento de renacimiento de los Perfectos — dijo Belibaste con voz fuerte y una mirada altiva.
A la distancia, Aimery acompañaba cada uno de los movimientos de Claire. Fascinado, la observó mojar la pluma en el tintero y escribir en el pergamino, la frente fruncida indicando profunda concentración. Notó que ella rara vez miraba Belibaste. Si, había un misterio envolviendo aquella mujer, algo que no podía explicar. Tal vez fuese algo relacionado con la mecha de cabellos rojos que había vislumbrado , tan vibrante y atrevida en su contraste con la blancura del a toca . Había sido por esa mecha que se había atrevido a comprar el pañuelo de seda verde y se lo había regalado. Incluso ahora, se preguntaba por que había hecho aquello, por que había actuado de un modo tan impulsivo. No estaba en su naturaleza ser precipitado y , después de todo , se trataba de una novicia, preparándose para consagrarse a la Iglesia.
El salón, aunque enorme, estaba caliente y saturado. Acostumbrado, como guerrero, a pasar gran parte del tiempo sobre un caballo, cabalgando en espacios abiertos, tal confinamiento le resultaba casi insoportable. Sin embargo , este juicio formaba parte de los deberes del lord de Montsegur. Si había aceptado esa posición, sólo le restaba desempeñar el papel para el cual había sido designado.
Entretanto, manejar la fortaleza era un trabajo tedioso. Además de verse obligado a presidir el tribunal, había pasado toda la mañana entrevistando candidatos a administrador del castillo y resolviendo otros asuntos. Quién podría imaginar que sus obligaciones como lord de Montsegur se revelarían tan tortuosas? Si , necesitaba una esposa para lidiar con las cuestiones domésticas, liberándolo para poder perseguir sus verdaderos intereses.
Y entrevistar a las decenas de candidatos venidos de todos lados, para el cargo de administrador, había sido la tarea más fácil de esa mañana. Se había visto obligado a intervenir en una pelea entre dos hombres, ambos ya habiendo pagado por el derecho de poner una tienda afuera de la catedral, en caso que William Belibaste fuese hallado culpado de herejía y sentenciado a muerte.
— Muchos visitantes llegarán a la ciudad el día marcado para que el hereje arda en la hoguera — había afirmado uno de los mercaderes, lleno de arrogancia — y yo quiero el mejor lugar para exponer mi mercadería.
Aimery había necesitado hacer un esfuerzo consciente para no demostrar su asco. Pero, siendo nuevo allí, un extranjero, un italiano, debería aprender a gobernar ese lugar.
— No hay seguridad que Belibaste arderá en la hoguera — había contestado al mercader . — él sólo está siendo juzgado y tendrá un juicio justo. No hay motivos para esta discusión ahora. Usted instalará su tienda junto a las de los demás vendedores, en el patio de la catedral, así como el mercader de París. El valor de lo que hayan pagado les será restituido.
El mercader había abierto la boca para protestar y luego había desistido. Después de una reverencia, había lanzado una mirada fulminante a Aimery y se había alejado , costándole disimular el odio que lo consumía.
— Esta mañana transformaste a ese mercader en un enemigo — le dijo Huguet, mientras el testimonio de Belibaste se prolongaba. — ?l es uno de los hombres más ricos de este lugar y está acostumbrado a ser tratado con cierta deferencia. No le gustó de tu intervención.
— Particularmente porque soy un extranjero — retrucó Aimery, exagerando su acento. Los dos amigos se rieron. — En verdad estoy irritado con esa historia de la hechicería y la muerte en la hoguera. — El conde de Segni levantó la voz para que los caballeros y los monjes que lo rodeaban pudiesen oírlo bien. — Belibaste todavía no fue condenado .
— ?l es un conocido hereje — Huguet argumentó serenamente. — Y juró no arrepentirse.
— Pero tal vez llegue a arrepentirse. Un hombre siempre puede cambiar de idea. Belibaste no tiene por qué contribuir a su propia destrucción.
Aimery se sorprendió con su propia vehemencia. El destino de ese campesino no debería interesarle en lo absoluto . El juicio, cuanto mucho, debía ser sólo un mal presagio, nada más. Sin embargo, algo en las palabras de Belibaste despertaba su compasión. Le disgustaba que su primera obligación como lord de Montsegur estuviese relacionada con la posibilidad de condenar a un ser humano a morir en la hoguera.
— Belibaste debería ser libre para creer en lo que quisiese — Aimery continuó . — Los cátaros han sido reprimidos desde hace más de cien años. Seguramente ese hombre y sus seguidores no pueden causarnos ningún gran mal.
— El rey teme una revuelta.
— Una revuelta de campesinos? — El esbozo de una sonrisa iluminó las facciones viriles del conde. — Esas revueltas nunca tuvieron éxito.
Claro que si — discordó Huguet. — En Italia los cátaros, considerados tan ardientemente contrarios a cualquier derramamiento de sangre, se rebelaron contra la Inquisición y masacraron a sus partidarios. Ni siquiera , la amenaza del infierno y la condena eterna, sirvió para contenerlos en su furia. Los cátaros se insurreccionaron en Francia también. En la fiesta de la Ascensión , simpatizantes del culto se revelaron contra los dos jueces inquisidores. Recuerda que los rebeldes salieron de esta ciudad , de Montsegur. Después del ataque, una testigo afirmó haberlos visto en el camino, pero los confundió con aldeanos, volviendo de un día de trabajo. Sólo había una cosa que no encajaba . Aquellos campesinos llevaban hachas de guerra.
-No habrá ninguna revuelta aquí, mientras yo sea el lord de Montsegur. William Belibaste tendrá un juicio justo y espero verlo absolvido. Sin embargo no admitiré métodos ilegales para asegurarle la libertad ni que cualquier persona que intente incitar una rebelión, enfrentará las consecuencias de sus acciones. Esa es mi palabra final.
En unos segundos los inquisidores se levantaban de sus sillas y , discretamente, estiraban los músculos doloridos de sus espaldas. La sesión de ese día había llegado a su fin. Conducido por dos soldados, el prisionero se retiró del salón.
Durante algunos instantes Aimery esperó a que Claire recogiese el material de trabajo. Luego , sin despedirse de Huguet, caminó en dirección a la novicia.
Un sacerdote conversaba con ella. Bajo, robusto, vistiendo el hábito sencillo de los franciscanos. Los dos, el viejo monje y la joven novicia, parecían absorbidos en una conversación seria. Sin embargo , al avistar al lord de Montsegur, el sacerdote bajó la cabeza y , después de saludarlo con una reverencia, se alejó , desapareciendo entre la multitud.
Si Aimery esperaba que la joven escriba se mostraría reticente y no mencionaría el regalo , o si esperaba verla ruborizarse, o vacilar, cambió de idea en el momento en que se encontraron afuera de los muros del castillo.
— Trajo el pañuelo conmigo — dijo ella. — Tienes que aceptarlo de vuelta.
Aunque hablase en voz baja, para que la guardia de honor del conde no pudiese oírla, Claire fue firme y decidida.
Tan sorprendido quedó Aimery, que continuó caminando en silencio durante varios segundos, procurando ordenar sus pensamientos. Estaba en Montsegur hacia una semana y las festividades en su honor gradualmente comenzaban a extinguirse. Sólo unos pocos vendedores continuaban exhibiendo sus mercaderías. Los trovadores ya habían partido, así como la trupe circense. Junio era un mes festivo, lleno de celebraciones. Todos salían en busca de nuevos lugares donde ganar dinero.
No era que Aimery notase la ausencia de cualquiera de ellos ;la presencia de la doncella de Foix a su lado bastaba.
— Fue un regalo — dijo finalmente. — Algo que vos admiraste y con el cual quise agradarte. Creí que haría juego con tus cabellos.
El noble se dio cuenta de su error cuando las palabras ya habían salido de su boca.
Claire lo miró con sus ojos verdes y muy límpidos, sin ninguna señal de vanidad o coquetería superficial que podía esperarse cuando las mujeres decían cosas sólo por hablar , o con el único objetivo de provocarlo, de atizar su interés.
— Le diste demasiada importancia a mi capricho. Fui mimada por las monjas que me criaron, es sólo eso . Ellas flexibilizaron ciertas reglas en mi beneficio, me concedieron ciertos privilegios. Además, rapar la cabeza no es una regla en este convento, es más bien un costumbre que se va perdiendo . Llegué a Santa Magdalena cuando era una niña. Esas mujeres me acogieron como a una hija. Viví tan rodeada de atenciones, que acabé siendo una mimada.
— Entonces imagino que te vas a rapar la cabeza mañana sólo para castigarme . Porque sabes cuanto me placer me da imaginar tus cabellos debajo de esa toca, siendo yp uno de los pocos que los ha visto. Es casi como si nosotros dos compartiésemos un secreto.
Si él planeaba perturbarla, se equivocó . Claire se encogió de hombros , desinteresadamente.
— Sería un secreto banal, pues es compartido junto con un convento lleno de monjas. — Pausa. — No logro imaginar por qué mis cabellos podrían interesarte. Quiero que aceptes el pañuelo de vuelta.
Aimery miró el horizonte. En verdad , no tenía la menor idea de lo que quería de esa mujer. Todavía no entendía por qué, movido por un impulso incontrolable, había ido a buscar al mercader de de Como para comprar ese maldito pañuelo de seda, que ahora causaba esa discusión. Sin embargo no tenía intención de aceptar el regalo de vuelta. Por primera vez, desde su llegada a Montsegur, realmente estaba divirtiéndose .
Seguro que si no cambiase de tema continuarían debatiendo el tema del pañuelo, buscó interesarla con cuestiones más serias e importantes.
— Crees que William Belibaste es culpable de herejía? — No había nadie en Montsegur que no tuviese una opinión sobre el acusado y en el probable veredicto. Aimery pensó haber visto a Claire estremecerse con su pregunta e apartarse algunos centímetros.
— No fui llamada por el obispo para opinar sobre lo que escucho. Fui llamada para registrar los procedimientos do tribunal.
— Entretanto debes tener algún interese en lo que sucede durante los interrogatorios — él insistió, agradeciendo al Cielo que la joven novicia no insistiese con el tema del pañuelo. — Sos una de Foix y , según las información que poseo, esa región estaba hervía de cátaros en el siglo pasado.
— Hervir no es un verbo generalmente asociado con los cátaros. Es una palabra asociada con emociones fuertes, algo desconocido para ellos. Los cátaros siempre apreciaron un estilo de vida sencillo y pacífico. Creían en la importancia de no ceder a las emociones primitivas. Por lo menos es lo que oí decir.
Dando muestras de no querer continuar la conversación sobre ese tópico , Claire cerró sus labios. Pero el conde se hizo el desentendido.
— Entonces oíste más que yo — él comentó, deteniéndose bajo la sombra de un enorme árbol . — No sé nada sobre las creencias de los cátaros y podría ser muy importante que yo las comprendiese . Tal vez podría entender por qué esa herejía enfurece tanto a la Inquisición . Si me explicases algunos puntos yo te estaría agradecido. — Entonces , sin ningún motivo, agregó : — Tal vez así yo estaría en posición de ayudar a Belibaste.
Claire vaciló. En silencio, los dos retomaron la caminata hacia el convento.
— Hay muy poca cosa que podrías hacer para ayudarlo, aunque quisieses — ella dijo finalmente. — ni siquiera la más alta nobleza fue capaz de defender a su pueblo de la Inquisición . Dios es testigo de que en el último siglo muchos aristócratas intentaron resistir, aquí mismo en Languedoc.
— Entonces me vas a contar esa historia? — Aimery la presionó . — No hables sobre batallas y muertes en la hoguera. Tales acontecimientos pueden ser explicados por otras fuentes. Tengo la impresión que en Montsegur, desde mi cuñado hasta el siervo más humilde, todos tienen alguna teoría sobre lo que sucedió aquí y sobre quién estaba equivocado. Es Necesario saber que relevancia posee el pasado sobre el presente, por qué los cátaros nuevamente se expusieron y por qué William Belibaste se dejó capturar.
— él no se dejó ser capturado — Claire replicó. — Ningún hombre actuaría así.
— Entonces explicame qué pasó . Necesito conocer las creencias de los cátaros, si deseo gobernar bien estas tierras.
Un largo silencio, antes que Claire cediese al pedido.
— Todos aquí conocen la historia. Como ya te dije, es algo de lo que escuchamos hablar desde la infancia, especialmente los campesinos. Los Perfectos eran una gente pacífica y generosa, que anhelaban una vida espiritual, apartada del mundo carnal. — No pasó desapercibido al conde cuanto ese tema la entusiasmaba. — Esas ideas florecían tanto en el más humilde de los pesebres como en los castillos de los ricos. Sin embargo, esas ideas acabaron generando un conflicto directo con el Papa en Roma y el rey en París. Inocencio III fue el primero en lanzar una Cruzada contra los cátaros, aliándose al rey de Francia, cuyo mayor objetivo era someter a los vasallos de Languedoc, conocidos por su naturaleza independiente. Los ejércitos aliados, liderados por Simon de Montfort, barrieron Languedoc, diezmando sus tierras y la población, quemándolos por ser herejes. Unos pocos sobrevivieron a la masacre y , por lo que escuché decir, esos sobrevivientes viven escondidos, temerosos de que, en cualquier momento, la Inquisición los localice y los detenga.
Aimery asintió. La joven escriba había hablado sobre muchas cosas, pero no había descubierto nada nuevo en ese relato. Y las omisiones habían sido curiosas. Claire no había mencionado los rumores referidos a que los cátaros eran hechiceros y brujas. Las mismas acusaciones usadas, con gran efecto, respecto a los caballeros templarios pocos años atrás. Aunque todavía no hubiese profesado sus votos, ella pertenecía a una orden religiosa y , por lo tanto , seguramente había escuchado tales acusaciones. Sin darse cuenta , Claire había defendido la causa de los cátaros apasionadamente. Un misterio más , él concluyó pensativamente. Uno entre muchos.
El día estaba claro, y el aire cálido . A pesar de las muchas obligaciones que lo aguardaban en el castillo, el lord de Montsegur las dejó de lado , permitiéndose algunos minutos de pura distracción. La conversación de la novicia capturaba su interés. Le gustaba de oírla expresar sus opiniones con franqueza y ardor. El único tema sobre el cual su futura prometida discurría con pasión era las varias maneras de arreglar sus cabellos. Isabel de Valois no se interesaba en nada que no estuviese directamente relacionado con su propia persona. Y con frecuencia Aimery se sentía agradecido por el hecho que sus deberes le impidiesen pasar mucho tiempo al lado de ella. Afortunadamente , después de casados, esa distancia se mantendría.
Había aprendido a aceptar lo que su posición exigía, como un matrimonio arreglado. Las tierras y la fortuna de los Segni a cambio del poder del apellido Valois. Amor, pasión, e incluso una conversación interesante,
podían ser encontradas en otro lugar. Ciertamente, no estaba hallando eso ahora al conversar con la seria y dulce novicia? Los escasos minutos disfrutados en compañía de la escriba habían resultado los únicos agradables desde que había llegado a Montsegur.
Más tarde, Aimery se preguntó se no había su contentamiento lo que le había impedido ver la imagen inmediatamente. O tal vez hubiese sido debido al tamaño diminuto. Solamente cuando ya estaban en las puertas del convento fue que notó la amenaza colgada de un palo .
Su primera reacción fue impedir que Claire la viese, apostándose delante del objeto. Demasiado tarde . Ante la mirada horrorizado de la joven, él retiró el objeto . Una muñeca pequeña, esculpida en jabón de grasa de cerdo, vistiendo un hábito como el de las novicias do Santa Magdalena, con los cabellos rojos, en verdad unos hilos algodón pintados de rojo , escapando de toca.
El borde de la túnica blanca había sido quemado . Sin duda, en una alusión a la hoguera.

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