jueves, 30 de septiembre de 2010

NO SOY SANTA - CAPITULO 1 - PAULA REED

CAPITULO 1



1674


Teniendo una de las manos en el timón , los cabellos castaños caídos sobre los hombros, Diego, capitán del barco mercante español, Magdalena, observó por la catalejo el barco pirata que se hundía en la línea del horizonte. Dejó el instrumento en el bolsillo del saco oscuro y ajustado y , con una expresión preocupada, recorrió con los ojos por la cubierta . Los hombres de la tripulación lo miraron de modo discreto y disimuladamente, se santiguaron . El capitán sacudió la cabeza, consternado.
— María Magdalena, te presento mis humildes agradecimientos por librarnos del peligro, como siempre — él murmuró en español. — Si Dios quiere, llegaremos a Cádiz sin nuevos incidentes.
Era, al mismo tiempo, una bendición y un castigo la extraña relación que había entre Diego y la santa. Él se esforzaba en demostrar públicamente su fe y religiosidad . De modo que se persignó y levantó los ojos castaños al cielo .
Sabía que a tripulación hacía comentarios sobre él, aunque no pudiese
oír lo que los hombres decían . Galeno, el muchachito que había comenzado como criado del capitán, e intentaba subir de puesto, para convertirse en marinero, en ese momento estaba fregando una parte de la cubierta. Como de costumbre, Galeno prestaba atención a lo que los hombres hacían, escuchaba las conversaciones para después relatarle todo a Diego. Esa tarde no habría ninguna novedad, Diego estaba seguro de eso. No era difícil adivinar que la tripulación comentaba que el capitán no había hundido el barco pirata solamente gracias a su suerte. Muchos creían en un relación de él con fuerzas extrañas. Tal vez fuerzas del mal.
Diego, no por su lado, sabía que tenía la ayuda de fuerzas sobrenaturales. Era un católico fervoroso y no debía tener miedo de revelar que recibía protección y orientación de una santa. No era herejía comunicarse con santos. Pero sucedía que la Santa Inquisición todavía era temida y el olor a carne quemada parecía estar muy cerca como para que alguien confiase plenamente en la Iglesia y sus mandatarios. Por eso, Diego prefería no revelar que su santa protectora, María Magdalena, por medio de visiones e intuiciones, siempre le advertía del peligro.
El barco de Diego no era veloz, tampoco era un galeón majestuoso. Sin embargo podía navegar más rápidamente que cualquier barco pirata y hasta combatir con él, llegando a hundirlo. El Magdalena era un pequeño barco mercante cargado de azúcar, algodón e índigo, productos de las Américas, y su destino era España. A pesar de modesto, comparado con los grandes barcos cargados de oro y plata, el Magdalena era para el capitán Diego Montoya Fernández de Madrid y Delgado Cortés muy poderoso. Tenía la protección de fuerzas sobrenaturales y ni siquiera grandes piratas habían logrado vencerlo.
Al final del día, cuando el sol caía hacia la línea entre el cielo y el mar del Caribe, Diego se sintió cansado y llamó a Enrique, su inmediato.
— Ocupate del timón .
— Si, capitán — respondió Enrique poniéndose al lado de Diego.
Diego, con treinta y cuatro años, era casi diez años más joven que Enrique, pero su inmediato lo respetaba y admiraba.
— Los hombres no parecen conformes. Qué está pasando? — Diego preguntó.
— Hay muchos comentarios ...conversaciones — Enrique respondió .
— Tal vez sea falta de trabajo. Voy a darles más tareas.
Qué piensas vos de esas conversaciones y comentarios? Enrique se encogió de hombros .
— En estos tres años en que ha sido capitán de este barco, fuimos abordados por piratas varias veces y nunca nos derrotaron. Al principio la tripulación atribuía nuestras victorias a su suerte extraordinaria, capitán, pero ahora la mayoría comienza a creer que algo extraño sucede en esas confrontaciones, pues siempre salimos ilesos.
— No sucede nada extraño — respondió Diego y se alejó pensativamente.
Afortunadamente el resto del viaje sería tranquilo y la tripulación olvidaría sus conjeturas paganas. Al verlo caminando en su dirección, los hombres se quedaron en silencio y esperaron que él pasase y bajase a la cubierta inferior.
En su cabina, Diego se quitó el pesado saco y las botas, los arrojó sobre el baúl que estaba a los pies de la litera y se acostó con el cuerpo bien estirado. Apartó los cabellos de su cuello para poder sentir el contacto de
la piel contra la tela fresca de la sabana y se relajó. Estaba muy cansado. En la pared detrás de la litera estaba fijado un crucifijo de madera, con una lampara de cada lado . En la otra pared había un ojo de buey de buen tamaño por donde entraba aire y luz. Una mesa de madera con cuatro sillas ocupaban el centro de la cabina. Un gran mapa cubría casi toda la superficie de esa mesa y había tres mapas más enrollados y apoyados contra la pared.
Diego cubrió los ojos con el brazo para sólo descansar por un momento; no quería dormir. El cocinero en breve le traería la cena y él estaba casi tan hambriento como cansado. A pesar de sus mejores intenciones, pronto su respiración se hizo profunda y serena.

El estaba de pie en la cubierta cuando una neblina espesa subió desde el océano y cubrió las planchas de madera debajo sus botas oscuras. La noche estaba nublada, no había estrellas ni luna en el cielo, pero la neblina en sí era era clara y reconfortante.
— Diego — una voz femenina lo llamó desde algún lugar de esa masa luminosa.
El miró a su alrededor , pero no vio a la mujer. En verdad , todo la cubierta parecía desierta.
— Aquí, en el timón — ella habló en español, la voz suave y con un agradable acento extranjera.
—Magdalena ? — él preguntó en voz baja , yendo cautelosamente al puente de comando.
— Si, Diego, soy yo .
— Le debo mucho, Señora. Nos libré una vez más de nuestros enemigos.
— Si. Pero sé que en tu corazón no estás totalmente agradecido.
El la buscó ansiosamente en medio de la neblina, pero no vio ningún señal de la mujer.
— Perdóneme — él murmuró, sintiéndose muy mal . — No soy digno de su ayuda.
La risa musical de Magdalena llenó el aire.
— Temes por tu seguridad y con razón. Quien tiene una buena estrella como vos , es admirado por largo tiempo, después surge la envidia. Yo te di un dom, el cual, me temo, se a convertido en un fardo.
Finalmente , Diego vio una silueta femenina en la neblina luminosa.
— Acepto con gratitud lo que me ofreció.
— Pero ?
— Pero, qué , Señora?
— Es lo que dice, pero noto que hay vacilación en tu voz. Aceptas agradecido lo que te ofrezco, pero ...
— Mis hombres comienzan a hablar. Están desconfiados. Me gustaría no encontrar más piratas en este viaje.
— No antes de que ustedes lleguen a Cádiz.
Ella abrió los brazos con un gesto fluido, y la neblina a su alrededor
de a poco se fue desvaneciendo . La figura de Magdalena se hizo clara. Más nítida do que las otras veces en que había aparecido . Sus labios eran llenos y rojizos, los ojos , azules y límpidos. Los cabellos negros eran muy largos. Hasta entonces , cada vez que aparecía para Diego, Magdalena se cubría de la cabeza a los pies con mantos como los que él veía en las pinturas y esculturas representando a la Virgen María. En la presente aparición , aunque usaba una vestimenta sencilla de muselina transparente que revelaba las curvas de su cuerpo.
Inmediatamente, Diego bajó la cabeza con respeto.
— Gracias , Señora.
Si no quieres hablar sobre piratas, Diego, sobre qué conversaremos? Tal vez sobre promesas y pedidos que vos esperas que yo atienda? — ella extendió el brazo y gentilmente levantó la cara de Diego.
— Veo que quedaste perplejo. Pero te aseguro que tengo razones para aparecer asé delante tuyo.
La belleza deslumbrante y delicada, la voz melodiosa provocó una alarmante reacción en Diego y él se arrodilló , avergonzado.
— No soy digno de tu presencia. Magdalena. Nuevamente ella se rió.
— Por qué no? Porque sentiste deseo? Estoy acostumbrada a los deseos de los hombres. No siempre fui santa, Diego.
El asintió con un movimiento de cabeza. A pesar de sentir un nudo en la garganta, logró hablar.
— Si, lo sé. Pero se arrepintió . Y se hizo sierva del Señor.
— Es verdad. Mirame , Diego. Qué ves ?
Los cabellos negros caían sobre uno de los hombros y descendían hasta la cintura de la santa en ondas sedosas. Con un suave movimiento del otro hombro, la prenda se deslizó hacia abajo , revelando un poquito de su piel blanca.
El sabía que no debía mirarla de ese modo, pero no lograba apartar la vista.
— Usted es una linda mujer — él dijo , esperando que su voz no sonase cargada de deseo.
— Soy una mujer, Diego. En mi tiempo en la Tierra una mujer tenía poca influencia en la vida de los humanos . Sabes qué hacía yo antes de conocer Jesús, no?
— Si — él murmuró.
Ella se arrodilló delante de él.
— Hice lo que hice para sobrevivir. Para una mujer desesperada, qué representan la virtud y la honestidad ?
— No debo juzgarla, Señora. Nadie está libre de pecado.
— Es verdad, nadie — ella hizo un movimiento con la cabeza y los cabellos negros brillaron con la luz suave. — Diego, eres un hombre honrado, noble, y altruista.
Al oír tantos elogios de una mujer que era santa, Diego se ruborizó y desvió la mirada.
— Eres sincero? — ella preguntó . Diego se ruborizó nuevamente.
— La mayoría de las veces si — él respondió .
— Hay perdón para faltas menores — Magdalena le aseguró, levantando del hombro de él un rulo de cabello y enrollándolo disparatadamente entre sus dedos.
Perdón — Diego cerró los ojos intentando negar la fuerte atracción
que sentía por esa mujer.
— Mirame , Diego — ella pidió, apartándose un poco. — Te gusta lo que ves?
Dios , cómo responder a esa pregunta? Sólo un depravado sería capaz de sentir deseo por la visión de una santa. Pero podría decir que no? Sería una gran ofensa. Peor todavía: estaría mintiendo. Era verdad que muchas veces él había sido evasivo, omitiendo la verdad, pero no podría mentirle a una santa.
Antes de decidir cómo responder, la risa enronquecida y seductora de Magdalena hizo eco en la cubierta .
— Nunca es fácil aceptar mis dones. — Una sonrisa se curvaba en los labios de la santa. — Pero rechazarlos es todavía más difícil. La próxima vez que me veas, voy a darte lo que te he prometido. Cuando llegue ese día, acuérdate de todo lo que te dije esta noche. Ten en mente que una mujer desesperada tiene armas más que suficientes para luchar por su supervivencia en el futuro. Ahora, capitán, despierta! Despierta!


— Despierte , capitán, su comida se va a enfriar.
Diego abrió los ojos. El cocinero había dejado sobre la mesa una bandeja con una paella y una botella de vino. El delicioso aroma del plato llenaba el aire. Diego se levantó , encendió las lamparas y agradeció al cocinero por la comida.
Estaba pensando en lo que Magdalena le había prometido. Sonrió, a pesar que todavía se sentía mortificado por el modo en que su cuerpo
había reaccionado ante la visión de una santa. Tres años atrás, cuando Diego había perdido a la mujer que amaba en favor de otro hombre, Magdalena lo había consolado y había prometido darle la mujer que le destinada. Había afirmado que él iba a reconocer a esa mujer en cuanto la viese. Como la promesa había sido hecha ya hacia algún tiempo, hasta casi se había olvidado de ella.
Diego estaba hambriento y comió con grande apetito . Después de tomar el último trago de vino, y pensó en la ocasión en que Magdalena había aparecido por primera vez. Él se recuperaba de la fiebre que había matado a su capitán quien, antes de morir, le había pasado a él el comando del barco, el Magdalena, nombre elegido en homenaje a la santa. Casi en seguida el Magdalena había caído en manos de un famoso corsario inglés, Geoffrey Hampton. En aquella época Diego ni imaginaba que su vida y la de Hampton se cruzarían y se estarían tan ligadas. La búsqueda de Hampton, para entregarlo a la justicia, había llevado a Diego a la casa de su tío en Jamaica. Allá, se se había enamorado Faith Cooper, una bella inglesa, sobrina de la esposa de su tío.
El había encontrado a Faith nuevamente, menos de un año atrás, cuando el destino, o tal vez Magdalena, lo había puesto en la circunstancia de salvar a una amiga de Faith, una mulata, que había sido aprisionada y
estaba siendo vendida como esclava. Faith, para su sorpresa , llevaba el apellido Hampton. Para Diego, había sido una de las cosas más difíciles que había tenido que hacer en su vida: librar a Geoffrey Hampton de la ejecución y reunirlo con Faith. Cuando Diego había hecho semejante sacrificio pensando en la felicidad de Faith. Y Magdalena le había prometido que iba a conocer a mujer a la que estaba destinado .
Desde entonces Diego había usado toda su energía trabajando arduamente. Había ahorrado lo que pudiese para poder comprar el Magdalena que pertenecía a un comerciante de Cartagena. Había tenido amantes ocasionales; y nunca había buscado una relación permanente.
Diego sonrió ampliamente . Con el dinero del presente viaje e y de otro más igualmente lucrativo , tendría lo suficiente como para pagar lo que Luis quería por el barco y entonces , Magdalena, la santa, cumpliría la promesa: iba a conocer el amor verdadero, la mujer a que sería su esposa. Ella sería tan pura y perfecta como la santa a quien él era devoto. Finalmente , su vida sería estable y pronto tendría todo aquello con lo que siempre había soñado.

No hay comentarios: