martes, 14 de septiembre de 2010

LA NOVICIA REBELDE - CAPITULO 20 - DEBORAH JOHNS

CAPITULO 20



El obispo Fournier llegó a la mañana siguiente acompañado de un verdadero séquito. Liderando la pomposa comitiva, sir Valois de Bonne, reconocidamente el primer caballero del reino, el favorito del rey y defensor de la reina. Su presencia dejaba clara la intención del rey de resguardar sus intereses y confirmaba la importancia de Fournier en el actual escenario político.
Junto a Minerve, Claire asistió a la entrada del cortejo en el patio del castillo, una procesión interminable de caballeros escuderos, soldados y pajes. El obispo venía solo en un carro y al pasar por al lado de Claire, la miró fijamente con una expresión impenetrable.
— El juicio será retomado en breve — murmuró Minerve.
— Si .— la joven escriba concordó, observando las murallas de Montsegur cerrarse sobre los hombres de París. — Y cada un de nosotros será forzado a retomar sus antiguas alianzas.
La condesa de Montfort le apretó la mano, como si quisiese consolarla.
Del lado opuesto, el padre Pedro también acompañaba atentamente el desfile. En total, ahora había trece caballeros reunidos en Montsegur, incluyendo a Aimery de Segni, Huguet de Montfort y él mismo, un caballero templario. Uno más de lo necesario. Doce era el número perfecto, siempre lo había sido . En el pasado , Pedro de Boloña había sido bastante supersticioso y la ironía de la presente situación no se le escapaba. De hecho, le parecía deliciosa.

Claire no corrió al encuentro de Aimery esa tarde. Jugó con los hijos de Minerve para que ella pudiese descansar.
— No necesito de atenciones especiales — la condesa había protestado . — Después de cinco gestaciones, sé más sobre el asunto que cualquier partera. Y estoy segura que mi hora todavía no ha llegado. La partera está equivocada si piensa que el bebé va a nacer ya. Tengo unas semanas mas de espera por delante .
Sin embargo Claire había insistido en permanecer en el castillo para no dejarla sola, pues concordaba plenamente con la partera. Según la respetada mujer, el nuevo miembro de la familia Montfort llegaría antes de la fecha prevista. Es más , hasta se había mostrado dispuesta a apostar su reputación en eso.
El embarazo avanzado de Minerve inspiraba fascinación y admiración en Claire. Había algo de primitivamente bello en engendrar una vida, algo que había descubierto era tan maravilloso como los besos de Aimery.
Reconociendo el cansancio de su amiga quien , muy tercamente, no lo admitía, Claire se había ofrecido a cuidar a los pequeños Montfort. Para su sorpresa, descubrió que le encantaba esa tarea. Durante los años pasados en el convento, nunca había estado en contacto con niños y jamás se había imaginado ser el tipo persona que pudiese divertirse en compañía del ellos. Pero estaba divirtiéndose .
Desde donde jugaba con los niños, vio a Aimery entrar al salón, seguido por la guardia de honor. Claire se quedó inmóvil, los ojos fijos en la figura masculina. A pesar de que el salón estaba abarrotado, no veía a nadie , excepto al hombre a quien amaba. Aimery levantó la cabeza y , reconociéndola, le sonrió . Pero pronto ocupaba su lugar en la mesa principal. Aún a la distancia, Claire puede sentir el peso de la autoridad alojarse sobre sus hombros anchos cuando, una vez más , Aimery asumió la posición de conde de Segni, caballero del rey de Francia y embajador diplomático del Papa, cuya misión consistía en mantener unida y gobernar esa tierra.
Ese era su Aimery. Y ese era el lugar donde él debería estar. Donde siempre había deseado estar.

— Me pateó, él me pateó !
Con un gritito, Claire apartó la mano del abdomen dilatado de Minerve.
— No es "él " — la condesa de Montfort a corrigió, complaciente — Es ella.
— Cómo puedes saberlo ?
— Porque soy madre. Y eso basta. — Minerve se rió y tomó la copa con leche que le habían servido unos segundos atrás. — Sin duda es una niña, porque se mueve mucho para ser un varón . Contrariando la creencia general, las niñas son siempre más activas cuando todavía están en el útero.
Claire se limitó a asentir. Criada entre las cuatro paredes de Santa Magdalena, poco conocimiento poseía respecto a niños, mientras que Minerve, con su prole, parecía, con toda razón, una especialista en el tema.
— Verás algún día, cuando seas madre. Después de dar a luz tu segundo hijo, sabrás todo lo que está sucediendo dentro de tu cuerpo. Ya no será un extraño bajo tu piel .
"Como si algún día fuese a tener hijos, como si algún día fuese a dar a luz", Claire pensaba con una puntada de amargura.
— Fui prometida a la vida religiosa — ella comentó, desviando la mirada . — Nunca daré a luz una .
— Oh, mi querida, no tengas tanta certeza de eso. Antes que Claire pudiese argumentar, la condesa de Montfort cortó la conversación .
Ella sabía que las cosas habían cambiado para los dos ahora y que Aimery la buscaba de noche . Después de la cena , permanecía en su pequeño aposento y se vestía esmeradamente con la túnica de seda que Joanna de Foix le había dado de regalo . Y se sujetaba los cabellos con un lazo dorado.
Horas antes se había bañado y el olor a rosas continuaba impregnado en su piel. Se sentía lista. Sabía lo que quería. Durante toda la celebración de bienvenida al obispo, no había sacado los ojos de su amado, segura que él iría a buscarla.

Con pasos rápidos y decididos, Aimery atravesó los corredores de piedra de su fortaleza. Ansioso, dejaba atrás los últimos sonidos de música y risas que venían del salón principal. Le gustaría que no hubiese nadie en el castillo, excepto Claire y él.
Cuando se preparaba para subir la escalera que conducía al piso de los nobles, miró por la ventana y avistó una pequeño rosal en el jardín, cargada de pimpollos rojos. En ese mismo instante, pensó en Claire. Rápidamente , Aimery de Segni, normalmente poco inclinado a actos de romanticismo, corrió para tomar las flores. También reunió en el ramillete un puñado de jacinto .
Otra vez en el interior del castillo examinó el ramillete a la luz de las antorchas. Desafortunadamente, por la oscuridad, no había podido escoger las flores más bonitas. Las rosas parecían un poco mustias, los jacintos secos por el calor intenso del día . Y aunque supiese que le agradaría a Claire, lamentaba no poder regalarle flores maravillosas. Le gustaría de ofrecerle sólo perfección.
Como la puerta del cuarto no estaba trancada, la empujó levemente . Solamente después de cerrarla detrás de si, Aimery se dio cuenta de la impropiedad de sus acciones. Vaciló por un segundo, pero avanzó, la penumbra densa envolviéndolo.
— Claire — llamó en voz baja .
Ella no respondió . Lentamente, se sentó en la cama y bajó la sabana hasta sus pechos, la cabellera rojiza se esparcía como una cascada sobre las almohadas.
— Claire — el conde repitió.
— Aimery.
Oírla murmurar su nombre fue suficiente para hacerlo inclinarse , su corazón latiendo desacompasadamente dentro del pecho.
— Te traje estas flores. — Pero no era el perfume de las flores lo que embriagaba, sino el olor de Claire, femenino, delicado, seductor. Como un hombre hambriento y sediento, lo aspiró con avidez.
— Te estaba esperando — ella dijo simplemente.
Claro que si . Los dos habían se habían hecho tan íntimos en los últimos días que daban a impresión de adivinar sus pensamientos. Si él había pensado en buscarla, sin duda ella lo estaría aguardando.
Notando un jarro con agua sobre la cómoda, Aimery acomodó las flores.
— Gracias, son muy lindas. Ahora acercate , por favor.
— Por qué ?
— Porque quiero amarte.
A pesar de la felicidad intensa provocada por esas palabras, el conde se irritó . Claire nunca le permitiría hablar de un futuro juntos? Nunca le diría qué esperaba de ese relación ?
— Y tus escrúpulos de novicia? — él la cuestionó. — Y tu intención de mantenerse intacta ?
— El pasado está olvidado. — a pesar de una cierta tristeza en su tono , no había señal de arrepentimiento.
— Olvidado? Estás segura?
— Aquella vida estaba acabada para mí desde el día en que te besé por primera vez. Te quise desde siempre. Fue una elección mía . A partir del instante en que te vi, te deseé . Nuestra relación fue mi elección — repitió —, no del Padre...
— No del Padre...?
— Nuestro relación sólo es tuya y mía — ella lo interrumpió.
Claire bajó la sabana, exponiendo sus pechos. Para Aimery, el mundo exterior dejó de existir. Todo se concentraba en la mujer delante suyo. Todos sus sentimientos, todas sus emociones, el aire que respiraba, todo dependía de Claire.
Pero debía detenerse. Los dos deberían detenerse allí. Por lo menos hasta que algunos planes fuesen hechos. Por lo menos hasta que discutiesen algo sobre el futuro.
Pero a Aimery no le dieron esa alternativa .
- Nada de promesas — Claire decretó. — Sólo vamos a amarnos una vez más . Esta noche .
Durante minutos interminables, los dos se miraron. Sumergiéndose en los magníficos ojos verdes, el conde de Segni reconoció la verdad, reconoció la importancia de ese momento. Por primera vez en la vida de ambos, no estaban viviendo en el pasado , no estaban viviendo en función del futuro, sino que se estaban entregando de cuerpo y alma al presente.
Y era importante que viviesen este momento presente sin miedos.
Nuevamente Claire bajó la sabana. Desnuda hasta la cintura, bañada por la luz de la luna que entraba por la ventana estrecha, más que nunca ella estaba convencida de que vivía su elección . Quería estar en los brazos de Aimery, quería entregarse sin reservas y sin pensar en el mañana. En cuanto al futuro, solamente tenía una certeza: ya no deseaba ser una Perfecta. Aceptaba ese hecho sin ninguna vacilación y sin pesares.
Entonces, los pensamientos sucumbieron a las sensaciones. Las palabras perdieron su importancia. Sólo existía el aquí y ahora.
En segundos, Aimery estaba desnudo a su lado, los cuerpos pegados, las bocas unidas. Claire sabía exactamente lo que quería de su amado y él sabía exactamente como satisfacerla.
Sin prisa, Aimery la amó primero con los labios, deleitándose con el sabor de su piel sedosa. Después, recorrió cada centímetro de su cuerpo con las manos, estimulándola, provocándola. Al sentirla húmeda, la penetró de una sola vez. Pero las investidas fueron lentas al principio, casi delicadas. Mientras murmuraba palabras dulces y afectuosas, Aimery se acostó sobre ella, arrastrándola en un torbellino de sensaciones placenteras.
Al borde del orgasmo , Claire se agarró a sus hombros fuertes y gritó el nombre de su amado al infinito, segura que le pertenecería para siempre.
En el silencio de la madrugada, Aimery acurrucó Claire junto a su pecho y la apretó con fuerza, como si no fuese a soltarla jamás.
Cuando las primeras luces da mañana tiñeron el cielo, supo que había hecho una falsa promesa. No podría cambiar a Claire por Isabel. Ni ahora. Ni nunca.

No hay comentarios: