CAPITULO 2
- Fleur , tienes que ir a ver el Panteón con nosotros . Intenta convencerla, Antoinette. - Amelia. insistió
Era en la residencia de la condesa viuda Antoinette Desbonnet, una de las mujeres más bellas , que el grupo de amigos estaba hospedado en su estadía París. Desde la propiedad a lo lejos se avistaba los Jardines de las Tullerias y el antiguo palacio con el mismo nombre.
- Oui, certainement - señaló Antoinette. - Cómo alguien puede continuar viviendo sin haber visitado no sé cuantas tumbas cubiertas por musgo?
Dicha con absoluta sinceridad, la pregunta lograba de cierto modo aseverar exactamente lo opuesto de aquello que insinuaba, un efecto que por cierto se debía a la elegancia innata con que la condesa de Colline se comunicaba no solamente con palabras, sino también con la la expresión de su rostro. Siempre vestida de blanco, con los cabellos peinados a la perfección y una piel de porcelana que parecía relucir, Antoinette era el tipo de dama a quien cualquier otra mujer odiaría por celos o por envidia. Y, por haberse dado cuenta de eso, Fleurette se sorprendía al constatar que era capaz de simplemente admirarla.
- Si - concordó Lucille. - Debes venir con nosotros . Cómo vamos a disfrutar el paseo si vos no estás allá para distraer a Deacon? Y si él, desesperado por no tener en quien concentrar sus atenciones, se mete conmigo ?
- Lo siento mucho , de verdad. - Fleurette se esforzó por sonreír. - Pero parece que mi dolor de cabeza está empeorando.
- Mi Dios!. - Enfatizando su preocupación, Antoinette levantó su mano cubierta por un guante blanco, en la cual no se veía ni una sólo manchita. - Voy a pedir ahora mismo que te preparen una tisana.
- Si, tome algo contra el dolor - afirmó Amelia - y en cuestión de minutos estarás sintiéndote lista para cualquier aventura.
- Gracias.- Fleur suspiró al imaginar cuanto tiempo todavía le llevaría para librarse de una vez por todas de sus pesadillas. -Pero sucede que no dormí muy bien y por eso me gustaría poder pasar el resto del día en la cama.
- Oh, Cielos... - La expresión de Amelia fue del entusiasmo a la preocupación en una fracción de segundo. - Fue el hecho de hemos estado hablando de Thomas que te puso así, verdad?
- No te preocupes por eso, si? - Fleurette tocó el brazo de su amiga, luego le sonrió. - Voy a estar bien tan pronto como consiga descansar un poco.
- Lo siento mucho , creeme. - Amelia le cubrió la mano con la suya. La muchacha solamente era algunos años más joven que la baronesa, sin embargo a veces esa pequeña diferencia parecía una eternidad. - Pero sabes que lord Lessenton sólo quiere tu bien, verdad?
- Claro que si - concordó Fleur con la intención de tranquilizar a su amiga.
- Sé que debes extrañar mucho a lord Glendowne. - Desde que se había comprometido , semanas atrás, Amelia había empezado a ver el mundo a partir de la romántica perspectiva de quien está por casarse . - Si algo malo le sucediese a mi querido Edward...
- Vamos , no tienes por qué preocuparte por eso, Edward es fuerte como un toro. - Aunque más se parece a un buey, pensó Lucille, quien se aproximaba para palmear levemente el brazo de la joven novia. - Bien, pero ahora es mejor que nos apresuremos. Le prometí a tu madre que vos regresarías a Londres tan refinada cuanto una marquesa.
- Pero no podemos dejar a lady Glendowne sin ninguna asistencia - observó Amelia, volviendo a mirar a Fleurette.
- No creo que ella vaya a verse en apuros por un simple dolor de cabeza. - Tomando los chales que estaban sobre una poltrona, Lucille colocó el de seda de la India alrededor de los hombros de la joven. - Ven, vamos yendo.
Aunque frunciendo el ceño, Amelia se dejó llevar en dirección a la puerta de calle. Pero cuando se vio en el umbral, se dio vuelta para preguntar :
- Estás segura que no hay nada que pueda hacer para ayudarte, Fleurette? No quieres que vaya a buscarte una taza de té ? O un pañuelo húmedo para que te pongas en la frente ?
- Te agradezco la gentileza, pero no quiero que te preocupes más por mí - respondió Fleur. - Creeme: estoy bien, apenas un poco cansada. Y lamento mucho no sentirme lo bastante dispuesta para acompañarlas.
Fleurette todavía tuvo que repetir esas mismas palabras media docena de veces hasta que Amelia se convenciese y decidiese dejar la mansión, seguida de cerca por la condesa. Y ahora era Lucille quien se detenía en el umbral, con la mano en la perilla de la puerta y una mirada enigmática, para comentar:
- Ya me cansé de oírte decir, y siempre enfáticamente, que no todos son iguales.
- Quiénes? - indagó Fleurette.
- Los hombres.
El marido de Lucille, el conde de Anglehill, había muerto de viejo, casi inválido, totalmente calvo y exasperante y molesto como un dolor de muela. Pero a pesar de todos esa odisea, Fleurette a veces sospechaba de que su amiga, tras una pose fingida de indiferencia, todavía lo extrañaba.
- Ahora vete, Lucille - dijo Fleur. - Los demás ya están esperándote. Apresúrate o acabarás retrasando el paseo.
Lucille sacudió la cabeza y, suspirando, enderezó los hombros. Esa postura altiva resaltaba todavía más su altura, muy por encima del promedio de la mayoría de las mujeres. El finado conde, aun cuando era mas joven y saludable, era varios centímetros más bajo que su esposa, un hecho que nunca había dejado de irritarlo profundamente.
Sólo cuando la puerta se cerró y el ruido de los pasos de sus amigas ya hacían eco en la calle de adoquines fue que Fleurette notó que tenía las manos temblorosas. Después de asegurarse que la puerta estaba bien cerrada, ella volvió a la amplia sala de visitas diciéndose que todo estaba bien. Después de todo, esas pesadillas no eran ninguna novedad y, en el fondo, no debían ser mas que sueños de angustia provocados por una mente demasiado imaginativa No había por qué preocuparse .
A pesar de las explicaciones que usaba para tranquilizarse, Fleur no se arriesgó a volver a la cama y tampoco se sintió atraída por el desayuno que la esperaba sobre el aparador de la sala de comer. En vez de volver a acostarse o alimentarse, ella intentó leer, pero las palabras parecían escapar al control de sus ojos, dando lugar a imágenes tan inquietantes como impertinentes.
Finalmente, inquieta y contrariada, Fleurette resolvió ir a ponerse su traje de montar preferido y, sola, deambuló por la propiedad hasta encontrar el establo de la condesa. Allí, se admiró al encontrar con instalaciones inmejorables y caballos de fino linaje en condiciones igualmente irreprochables, pues nadie tenía conocimiento de que Antoinette fuese afecta a cabalgar. Y, después de pedirle al muchachito encargado del establo que le ensillase un bonito alazán de patas largas, partió para dar un paseo por las calles de París.
Horas más tarde, no fue sin cierto asombro que Fleur se vio en la entrada del Jardín de Jacques. Seguramente los recuerdos agradables del día anterior la habían traído de vuelta a ese lugar tan apacible. Entregando su caballo a los cuidados de un muchacho, ella se puso a caminar por las veredas recubiertas de musgo y líquenes y, poco después, se enfrentaba otra vez con la escultura del impresionante Celta Melancólico.
El sol, que ya comenzaba a describir su arco en dirección al poniente, lanzaba un brillo suave sobre los pimpollos de los rosedales en las inmediaciones de la estatua, aún así no iluminaba el rostro de granito del Celta. Al contrario: aún imponente como el día anterior, el guerrero continuaba inmerso en las sombras. Era como si la claridad jamás lo alcanzase, como si él tuviese que estar allí solo por toda la eternidad a pesar de los visitantes que se detenían junto a la obra por un instante o dos antes de proseguir sus caminatas.
Y en ese aspecto el caballero se parecía a ella, pensó Fleurette, para después reírse de esa comparación tan deprimente. Fue entonces cuando una sombra recayó sobre ella, seguida por un ruido . Sobresaltándose con el susto y también con miedo, Fleur se dio vuelta rápidamente para darse cuenta de que la sombra se había materializado en la figura nada amenazadora de un viejito esmirriado y arrugado apoyado en un bastón. Casi sin notarlo, ella colocó una mano sobre su corazón descompasado mientras intentaba calmar su respiración.
- Disculpe, muchacha. - Usando una vestimenta rústica, el anciano tenía sus dedos nudosos por efecto de la edad apoyados en el bastón . - No era mi intención asustarla.
- No, no. - Fleurette había tragado las palabras groseras que el sobresalto le había traído a la garganta para sonreírle. O mejor dicho, intentó sonreírle. - Fue culpa mía. Debería prestar más atención a lo que ocurre a mi alrededor, y no andar con la cabeza perdida.
- Ah, esas cosas suceden . - Al retribuir la sonrisa, el simpático viejo expuso no sólo su cordialidad sino también sus dientes manchados por el paso de los años. Entonces él señaló la estatua. - Todavía más estando a la sombra del Celta, verdad? En este lugar las personas tienden a recordar hechos ocurridos hace mucho tiempo y también ciertas cosas que más valdría la pena olvidar de una vez por todas.
Al misma tiempo que lo observaba atentamente, Fleurette se preguntó si habría comprendido correctamente lo que él había querido decir. Ese viejito de apariencia tan frágil que era capaz de leer sus pensamientos, podía adivinar cuales eran las imágenes que asolaban sus noches? O sería él quien tenía recuerdos sombríos que la pétrea presencia del Celta le traía a la memoria?
- Usted cuida estos jardines ?
- Yo ? Oh, no. - él se rió . - Apenas soy un viejo que viene a visitar al Celta de vez en cuando.
- Un admirador del arte antiguo?
- No, no sería exactamente eso... - El anciano contempló la escultura. - Tal vez lo más correcto sea decir que soy un admirador de las épocas pasadas.
Fleurette acompañó la mirada de él. Y una vez más tuvo la impresión que la estatua a observaba. No solamente su persona, sino también sus pensamientos jamás revelados, sus propósitos suspendidos en el tiempo. Entonces, tan repentinamente como la había acometido, la sensación se fue.
- Cuándo fue esculpida esta obra? Por casualidad lo sabe?
- Esculpida? - repitió el viejo, mirándola de reojo . - Nunca oyó hablar de la leyenda, muchacha?
- Vamos , seguramente usted no cree en esa tontería de que él fue maldecido. - A pesar de la convicción con que había hablado, Fleurette admitió para sí misma que, bajo la sombra del majestuoso Celta, todo parecía posible.
- Entonces es una de esas jóvenes excesivamente sensatas que sólo creen en lo que ven? - El viejo ladeó la cabeza a un lado.
- Sensata soy. - Fleur se rió, encogiéndose de hombros . - En cuanto a jovencita.... ..
Después de imitar la risa de ella, el amable anciano afirmó :
- El Celta vivió mucho tiempo atrás, cuando el mundo todavía era joven, cuando los druidas vagaban por la región montañosa da Escocia, conocida como Tierras Altas, entonando sus cánticos bajo una luna ancestral. De modo que usted es una niña comparada con la edad de él.
- Se refiriere al siglo XIV, verdad ? - dedujo Fleurette, estudiando la articulación de la parte inferior del yelmo del guerrero cincelado en piedra.
- Veo que estudió Historia con gran ahínco - comentó el viejo, visiblemente admirado por el conocimiento que ella revelaba.
- Me gustan mucho los objetos antiguos. En verdad, colecciono piezas de esa época. Y también de etapas anteriores a ese período histórico.
- Y el Celta? También es de su agrado?
Al intentar desviar los ojos de la escultura, Fleurette se dio cuenta que no podía hacerlo. Había algo en esa obra que era prácticamente imposible de explicar. Algo que expresaba un sentido de honor y deber, algo que la hacía acordar de las virtudes que el pasar del tiempo se había encargado de disipar.
- Si - ella confesó. - Me gusta mucho esta estatua.
- Entonces por qué no se la lleva a su casa?
- Cómo? - Fleur volvió su mirada al viejo con la expectativa de verlo riéndose de su propia broma.
Pero el rostro de él, indicaba exactamente lo contrario. No, ese imprevisible anciano no estaba bromeando.
- Ya hace cerca de sesenta años que vengo visitar al Celta. Y antes de mí, era mi padre quien venía a visitarlo. - Absorto en sus pensamientos, él sacudió la cabeza un par de veces, y en seguida suspiró profundamente.
- Y no me queda mucho tiempo para continuar viniendo aquí.
- No diga eso.
El anciano le lanzó una mirada de soslayo y, después de pensar por un instante más, dijo, casi para sí mismo :
- Pero usted. .. Si, él estaría muy bien bajo sus cuidados.
Tomada de sorpresa por la sugestión, Fleurette no contuvo una risita nerviosa antes de recordar:
- Estoy segura que el curador de esta obra no estaría muy contento con la idea de verla lejos de aquí.
- Está tan segura , muchacha? - Pequeñito como era, el viejo tenía que levantar la cabeza para mirarla, lo que lo obligaba a entrecerrar los párpados para proteger sus ojos claros .
- No es fácil adquirir arte antiguo, todavía más de excelente calidad como esta escultura - comentó Fleurette, dando un paso en dirección a la estatua que parecía llamarla a acercarse.
De tan perfecto al lobo sólo le faltaba aullar, el caballo parecía a punto de empinarse en sus patas traseras, y el guerrero... Dios del Cielo, el guerrero! Obedeciendo a un impulso, ella posó la mano sobre el vigoroso brazo esculpido en granito. La piedra todavía estaba caliente por el sol que comenzaba a ponerse, lo que instigó Fleur a deslizar sus dedos a lo largo de los músculos salientes mientras decía:
- Dudo que alguien quisiese deshacerse de una escultura tan fabulosa... - Al contrario do que declaraba, ella ya se imaginaba esa obra en el jardín de su casa, vigilando su sueño por las noches, protegiéndola del mundo exterior. Y fue con eso en mente, y casi sin notarlo, que acarició la mano de granito que empuñaba la espada en el aire. - Sería difícil encontrar otra estatua que ocupase este lugar aquí, en este parque tan lindo. Para ser sincera, creo que no hay ninguna otra como la del Celta en todo el mundo.
Una paloma pió a lo lejos . Pero el viejo se mantenía callado.
- No concuerda conmigo? - Pero cuando se dio vuelta hacia él, Fleurette constató que el anciano ya no se hallaba allí. - Señor? Señor?
La única respuesta que obtuvo fue el susurro del follaje cercano, que se agitaba como acariciado por manos invisibles.
Apretando los dedos sobre la mano del Celta, ella la sintió firme como la tierra debajo sus pies y apaciguadora como el arrullo de una alondra. Por un momento, un breve momento, una sensación de seguridad y bienestar la dominó de la cabeza a los pies, pero entonces alguien se rió no muy lejos de allí, despertándola de su quimera.
Con la incomodidad de una criatura atrapada haciendo una travesura, Fleurette se apresuró a retirar la mano de la estatua. Y trató de ir rumbo a la salida del parque con el cuidado de no llamar la atención de quien se cruzase con ella por el camino.
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