martes, 7 de julio de 2009

EL BARBARO - LOIS GREIMAN - CAPITULO 1

Capítulo 1



- Yo ? Casarme nuevamente? - Fleurette Eddings, lady Glendowne, ladeó la cabeza a un lado mientras acariciaba los sedosas pétalos de una rosa.
La flor por la cual ella pasaba la punta de su dedo era amarilla como el plumaje de un pájaro y sobresalía en medio de las hojas muy verdes que brotaban de los tallos espinosos. Intensas y maduras, las fragancias que flotaban en el Jardín de Jacques hacían cosquillas en la nariz, despertando sentidos adormecidos.
Para Fleurette, quien usaba un vestido de un color idéntico al de la rosa, el sol que le calentaba el cuello y el pecho hacía recordar a una caricia sensual. Era principio del verano, y la baronesa, acompañada por cuatro de sus amigos más cercanos en ese viaje de vacaciones a París, no veía por qué preocuparse por el escote un poco pronunciado de su traje: la moda lo justificaba, así como el hecho que ella era una viuda que ya contaba con veinticuatro años de edad.
- No, no planeo casarme otra vez - declaró Fleur con convicción.
- Sólo puedes estar bromeando! - El tono de Frederick Deacon expresaba profunda admiración. Bajo y menudo, él era conocido por flirtear con cualquier "cosa" que usase faldas. Y para decir la verdad, se cuchicheaba que tales affairs se extendían también a quien usase pantalones. "Tiburón blanco" lo llamaban, porque de vez en cuando "se comía un hombre".
- No - insistió Fleurette. - No es broma. Mi marido era como la luna y las estrellas para mí, como ustedes bien saben, pero, a pesar de haber sido feliz en el matrimonio, no tengo intenciones de volver a casarme.
Levantando una ceja, Deacon tomó la mano de ella y se curvó en excesiva reverencia antes de decir:
- Mi queridísima dama, si todavía no te diste cuenta de las ventajas del vínculo matrimonial, entonces creo que es mi deber ayudarte a... conocer los placeres de la cama nupcial.
Fleurette sonrió, permitiendo que él depositase un beso cortés sobre sus dedos antes de retirar la mano. No era ninguna puritana, pero tampoco se consideraba una mujer vulgar al punto de hallar gracia en un comentario atrevido.
- Eres muy gentil - comentó ella -, pero lo que acabas de decir no es nada respetable.
- El pudor y el decoro están sobrevalorados hoy en día - opinó distraídamente Lucille, lady Anglehill, mientras examinaba una estatua cerca de allí .
El Jardín de Jacques era famoso por sus flores magníficas, por sus esculturas antiquísimas y por la ausencia de prejuicio contra la desnudez artística. No necesariamente en ese orden.
- Poco me importa - respondió Fleurette, pasando los dedos por la superficie ondulada de la estatua a la que Lucille los había conducido. - Hace tan poco tiempo que Thomas se fue e...
- Siete años - interpuso lord Lessenton.
- Perdón? - ella lo interpeló.
- Siete años. - Impecablemente trajeado y peinado, Stanford Henry, barón de Lessenton, era un atractivo caballero de cabellos muy claros. - A ser completados en agosto.
- Ya hace tanto tiempo ? - con os ojos súbitamente nublados, Fleurette sintió sus piernas aflojarse.
- Si - confirmó Stanford, buscando los ojos de ella con los suyos. - Ya hace todo ese tiempo.
- Es verdad. - Fleur suspiró. - Discúlpenme. A veces olvido que ustedes lo estimaban tanto como yo.
- Fueron pérdidas tan dolorosas... - Stanford le extendió la mano. - Primero, mi Clarice, luego el hermano que ella tanto amaba.
- Claro. - Fleurette tomó la mano de él con sus dedos cubiertos por un guante. - Creo que nunca...
- Vamos, vamos - interrumpió Deacon, para después enlazar su brazo con el de Fleur e indicarle que ella hiciese lo mismo con Stanford. - Vamos a hablar de cosas más alegres.
- Y qué sugieres? - Forzándose a ahuyentar los recuerdos tristes, ella esbozó una sonrisa . Después de todo, estaban de vacaciones.
- Déjame ver... - Deacon fingió pensar. - Ah, si. Por qué no hablamos de tu futuro novio, quién será ese afortunado?
- Mi querido Frederick, estás siendo demasiado obvio - señaló Fleurette.
- Perdón. - Como so estuviese consternado, él se retrajo, pasando los dedos su camisa de lino blanca.
Ella lo miró de reojo y, volviendo los ojos al sendero sinuoso, comentó :
- Me temo que tu carencia de recursos ya sea de conocimiento de todos.

Deacon hizo con que los amigos se detuviesen en el lugar para preguntar :
- Estás insinuando que yo te amo solamente por tu cuenta bancaria?
- Si - confirmó ella, antes de incitar a los dos amigos a retomar la caminata. - Fue exactamente eso lo que insinué.
- Bien... - él bufó, dándose aires de ofendido. - Pues anda sabiendo que estás completamente equivocada. También estoy locamente interesado en tu carruaje de dos ruedas, con capota, y tirado por un sólo caballo.
- Estás olvidando los caballos - recordó Amelia a espaldas de ellos. Quinta hija de un esforzado baronete, no hacia mucho ella había sido prometida en casamiento a un promisorio banquero de Hendershire. Aunque se comentase que su madre había ganado unos buenos quince kilos después de las nupcias, a Amelia Engleton poco le importaba lo que fuese a sucederle, ya que tenía ojos de ángel y cabellos de una diosa, como su noivo acostumbraba decirle.
- Los caballos... - repitió Deacon soñadoramente, los ojos fijos en un punto del horizonte como si se imaginase los animales . - Admito que verte en medio esos bichos me da ganas de estrangularte mientras estás dormida. Oh, pero no lo tomes como una ofensa, por favor.
- No lo tomaré. - Fleurette sonrió al acordarse de sus caballos. Ella misma había adiestrado a la pareja que había comprado poco tiempo después que fuesen destetados. - Los dos últimos que adquirí son muy especiales. Sabías que ambos marchan lado al lado prácticamente al mismo ritmo, como si combinasen sus movimientos de trote?
- Ahora estás siendo cruel conmigo. - Deacon estiró los labios haciendo una mueca.
- Es verdad - ella admitió -, pero no te olvides que me amenazaste con estrangularme.
- Vamos , yo no haría una cosa así . - Y entonces él agregó, casi susurrándole al oído: - No antes que por lo menos nos hayamos convertido en amantes.
- Frederick - Fleurette lo reprendió. - Te imploro que mantengamos una conversación civilizada.
- Jamás se me ocurrió que hablar de amor no fuese algo perfectamente civilizado - rebatió Deacon. - Lo que encuentro absolutamente inaceptable es que una bella mujer como vos se quede sola en el mundo.
- Casi nunca estoy sola, pues tengo a Lucille y a Amelia, a vos y a Stanford. - Ella apretó levemente brazo de su concuñado. - Quién es mi puerto seguro.
- Me estoy refiriendo a una otra especie de soledad - insistió Deacon.

-Si ? - Fleurette miró de reojo a unas madreselvas que adornaba un arco en piedra. - Yo que siempre pensé que había un sólo tipo de soledad.
- Oh, vamos, querida! Vos me entendiste muy bien : yo hablaba de estar solo en nuestros aposentos. Claro, a menos que vos y Stanford hayan hecho algún acuerdo que yo desconozco.
La mirada de censura de Stanford pasó por Fleur para ir a concentrarse en el amigo de ellos.
- Como me imaginaba. - Deacon dio un suspiro decepcionado. - El pobre Stan anda tan solo como vos.
- Por suerte algunas personas todavía mantienen un mínimo de decencia moral - observó Stanford.
- Decencia moral - repitió Deacon en un tono de desdén. - En la aristocracia? Lo dudo.
- Sea como fuese, te pido que dejes de atacar la reputación de lady Glendowne. - Stanford volvió a mirarlo con una expresión severa. Ambos eran muy amigos, pero a veces las diferencias de opinión generaban chispas.
- No estoy atacando la reputación de nadie. Solamente quería saber cuando es que Fleurette planea buscarse un amante, pues estoy dispuesto a ofrecer mis servicios - Deacon volvió a aproximar los labios al oído de ella -, en caso que te encuentres sin opciones de tu agrado.
- Ah, estoy seguro que ella va a requerir tus atenciones si estuviese interesada en la compañía de un orangután aburrido, haragán y sin un centavo en el bolsillo - Stanford lo provocó.
- Puedo ser pobre, y ciertamente soy indolente, pero jamás aceptaría ser llamado orangután aburrido.
- Pues yo estoy aburrido sólo de oírte hablar - retrucó Stanford.
- Probablemente porque eso está en tu naturaleza, y no por causa de mi presencia, siempre fuiste un dandy hastiado de todo y de todos.
Fleurette se vio en la obligación de poner fin a esa pelea infantil:
- Caballeros, voy a pedirles a ambos que... - Pero un
grito ahogado desde el otro lado de unos helechos la hizo callarse.
Soltando sus brazos, los tres corrieron para dar la vuelta aun cerco de arbustos y, allí atrás, encontraron a lady Anglehill mirando hacia arriba con una expresión reverente. En un gesto instintivo, Fleurette levantó los ojos hacia una escultura que captaba la atención de su amiga. Entonces fue el turno de ella dejar escapar una exclamación de admiración.



Además de ser absolutamente fantástica, la estatua cincelada en un bloque compacto de granito debía ser también muy antigua, pues el musgo ya recubría parte de los cascos de las patas traseras del inmenso caballo de batalla, y señales de haber estado a la intemperie maculaban las botas del guerrero que lo montaba. Pero las piernas del caballero se mantenían intactas: largas y robustas se aferraban a los flancos del animal con extraordinaria fuerza, lo que era evidente por la saliencia de los músculos tallados bajo el manto escocés que lucía. En la mano el guerrero portaba una espada con marcas de batalla, y su brazo gigantesco mostraba una musculatura acentuada por el esfuerzo de empuñar el arma.
El yelmo que le protegía los ojos también le ocultaba las mejillas de su rostro, y sus dientes estaban cerrados en un gesto remoto como el tiempo. Pero no eran ni el tamaño de la escultura ni el talento innegable de su autor lo que cortaban el aliento de Fleurette: eran la fuerza emanada por el caballero de granito y la sensación que la obra transmitía era que bastaría un único soplo para que la escena representada en piedra adquiriese vida.
- Mi Dios! - Amelia se aproximó en una especie de transe, sus grandes ojos castaños como a punto de saltar de sus órbitas.
- O a lo mejor, es algún semi dios - la corrigió Lucille, circundando la escultura con respetuosa admiración.
- No me digan que ustedes todavía no han oído hablar del Celta Melancólico! - Deacon parecía realmente impresionado. - La leyenda dice que se trataba del más atemorizante de todos los antiguos guerreros.
- Y desde cuando te interesas en hechos históricos? - indagó Stanford.
- Desde que descubrí que están repletos de asesinatos, traiciones y lujuria, por supuesto.
- Todo eso existe desde el principio de los tiempos - comentó Lucille, todavía caminando alrededor de la escultura.
- Y también era así, según las leyendas, en el período en que el Celta Melancólico vivió - continuó Deacon. - Dicen que él era el más implacable de todos los mercenarios, hasta conocer a la dama que le robó el corazón .
- Una historia bastante común - apuntó Stanford.
- Sin duda, y también tan antigua cuanto la rueda - admitió Deacon. - Vean como es la vida: el pobre guerrero fue a enamorar de una bella dama sin saber que ella planeaba traicionarlo con quien era su lord.
- Ah!, Entonces fue ahí que los problemas comenzaron - dijo Lucille.
- Realmente, sobre todo porque ese señor feudal era aficionado a los rituales de magia negra. - Deacon esperó que Amelia terminase de demostrar su desaprobación resoplando sonoramente para proseguir: - Bien, y fue así que nuestro amigo de piedra aquí presente juró proteger a la encantadora dama contra todos los peligros y rompió la alianza y el juramento de lealtad que tenía con su lord .
- Algo me dice que ese tipo de historias que no tienen un final feliz - se lamentó Amelia.
- Final feliz, que tontería más cursi - desdeñó Deacon. - Lo que ocurrió fue que el Lord del Celta, furioso ante el acto de su osado caballero, le lanzó una maldición fatal: el guerrero se transformaría en piedra y jamás volvería a respirar hasta que pudiese reparar la traición cometida contra su lord soberano.
- Una tarea un tanto difícil para alguien que está atrapado en un bloque de granito - Stanford señaló.
- Entonces esta estatua antes era el propio Celta Melancólico? - preguntó Amelia.
- Ciertamente. Y en cualquier momento él podrá saltar de vuelta a la vida. - Al verla abrir enormemente sus ojos mansos como los de un cordero, Deacon tomó la mano de ella para declarar: - Pero no hay nada que temer, mi querida, pues yo estoy aquí para protegerte de lo que sea.
- De cosas tan peligrosas como una estatua de piedra - comentó Stanford.
Amelia dio una media sonrisa al barón, luego volvió a mirar a Deacon para preguntar :
- Por casualidad no estás olvidando que estoy comprometida y que voy casarme dentro de pocas semanas?
- Es por eso que siempre digo que lo que realmente cuenta es el presente, el pasado ya fue , y el futuro no existe . - él sonrió.
-Pero hace unos instantes no estabas coqueteando con Fleurette? - ella le recordó.
- No seas ridícula. No puedes ver que sólo tengo ojos para vos?
- Hasta que lady Glendowne no resuelva darte algunas migajas de su atención - interpuso Stanford.
Deacon aproximó su rostro a la cara de Amelia como para contarle un gran secreto. - No podemos olvidar que ella ha acumulado una verdadera fortuna después de la muerte de su marido.
- No tienes ni un gramo de vergüenza. - Aunque lo reprendiese, Amelia se rió.
- Eso espero y es un orgullo - él admitió, antes de volver a levantar la voz: - Lady Glendowne, no podría al menos darme una pista de quien sería tu amor secreto?
Fleurette no respondió.
Dándose vuelta , Deacon la vio prácticamente inmóvil junto a la estatua, con una de sus manos apoyada sobre el muslo robusto del guerrero y los ojos fijos en las facciones talladas en granito. Fleur tenía os labios entreabiertos como si estuviese a punto de tomar una respiración y se hubiese olvidada de que tenía intención de hacerlo.
- Bien, parece que ya tienes la respuesta que buscabas - bromeó Lucille.
- No! - Fingiéndose mortalmente herido, Deacon llevó una mano a su pecho. - No me digas algo así. No es posible que nuestra pequeña Flor esté interesada en un bárbaro cubierto de músculos.
- Y por qué no? - La mirada de Lucille se deslizó por el enorme torso del Celta que, a no ser por la tira larga de tela que le cruzaba el hombro largo y desaparecía bajo el cinturón encima del manto escocés , estaba desnudo. - él es tan perturbador. No lo crees, Fleur?
Ella continuaba callada.
- Fleurette? - Lucille elevaba el tono de voz.
- Perdón. - ella parecía haberse sobresaltado . - Me hablaste?
- Dije que el Celta Melancólico es un tanto perturbador y te pregunté si no concordabas conmigo.
- Oh, si. Y muy atractivo también. - Fleurette volvió a examinar la escultura. - Artísticamente hablando.
- Nunca vi a un hombre de proporciones tan.... llamativas. - un brillo de pura malicia centelló en los ojos de Lucille.
- Es verdad. - Sintiéndose ruborizar, Fleurette se obligó
a apartar su mirada de la escultura.
- No! - Deacon ahora se hacía el horrorizado. - Me cuesta creer que damas tan dignas y respetuosas puedan estar interesadas en un bárbaro lleno de músculos con un caballo de aspecto irascible y un... - él señaló al animal junto a las patas traseras del caballo. - Esto es un perro de caza ?
- Más se parece aun lobo - señaló Lucille. - Y de los grandes.
- De hecho, tendía mucho sentido si él estuviese acompañado de un lobo, no? - Levantando el brazo, Deacon tomó la mano que Fleurette había olvidado sobre la estatua. - Pero con toda certeza estás más interesada en un caballero elegante, de silueta esbelta y espíritu audaz , verdad?
- Con toda certeza - confirmó Fleur, sonriéndole . Deacon no era un hombre feo, pero su cuerpo delgado le hacía acordar a un bastón de cricket.
- Por casualidad conoces algún caballero con esas características?
- Muy graciosa. - Y dirigiendose a Amelia Deacon indagó :
- Y vos, lady Engleton, qué me dices?
Pero ella también tenía los ojos fijos en la estatua.
- Estoy herido en el alma - se lamentó Deacon, volviendo a llevar su mano al pecho.
- No seas tonto - Lucille lo censuró. - La elegancia es algo apropiado para un baile en Almack's o en una cena refinada. Pero para una noche de pasión... - Volviendo su mirada al Celta, ella suspiró profundamente.
- Ninguna mujer en el mundo estaría tan loca como para rechazar a un hombre como este.
Fleurette tuvo la sensación de que la escultura continuaba requiriendo su atención . Era un disparate, pero le parecía que ese hombre tallado en piedra la observaba, que lograba buscarla con la mirada donde quiera que ella se moviese. Poco importaba que los ojos del guerrero estuviesen protegidos por el yelmo de piedra, pues era la actitud de él, al trasmitir intrepidez , coraje, caballerosidad y honor, lo que hacía toda la diferencia. Si, eso era algo que nadie tendría como ignorar.
- Pues bien - dijo Deacon. - Ahora mismo volveré a mi cuarto y me cortaré las venas. Según me dijeron, uno hace un enchastre espantoso, pero es un método bastante eficaz. No, espera! Creo que tal vez sea mejor que me ahogue en el río Sena. No es un método muy elegante, pero por otro lado...
- Oh, Deacon, cierra el pico - Fleur se impacientó.
- Eso significa que no te gusto ni un poquitito? - él quiso saber.
- Claro que no - respondió ella distraídamente.
- Y no deseas a ningún guerrero celta en tu cama?
- No creo que él entre en mi cama . - Fleurette fingió reflexionar. - Sólo el caballo ocuparía todo el colchón. Y el lobo...
- Muy gracioso. - El tono de Deacon era áspero y su expresión, medio ofendida. - Te pregunté silo preferirías a él suponiendo que estuviese vivo y fuera de ese caballo.
- Ah, si. - Al mirar otra vez al Celta, Fleur tuvo la impresión de que él todavía la observaba y, rápidamente, desvió sus ojos de la estatua. - En ese caso sería completamente diferente, verdad?
El modo en que su amigo la miraba la hizo acordarse de Henri, su sensible perro spaniel que, a esa altura, todavía debía estar lloriqueando por haber sido dejado en Inglaterra sin su ama.
- Por supuesto que estoy bromeando - ella afirmó sin mucho entusiasmo. - Estamos en el siglo XIX, Deacon, y no tengo la menor intención de renunciar a mi libertad. Solamente lo haría si fuese preciso para tener a Thomas otra vez a mi lado . La verdad es que no me imagino renunciando a mi actual vida por un hombre con músculos muy marcados y dientes a la vista en un gesto tan intimidante.
- Aunque él tenga un lobo?
- Aún así . - Fleurette se rió.
A pesar de todo, cuando el grupo tomó el paseo recubierto por musgo que llevaba a la salida del parque, ella no resistió el impulso de mirar hacia atrás y darle un última vistazo al Celta Melancólico. Y allá estaba él, solo, parado encima de los mortales, misterioso, y prisionero de sus designios.

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