martes, 14 de julio de 2009

EL BARBARO - LOIS GREIMAN - CAPITULO 11

CAPITULO 11



A pesar de reconocer que su memoria se hallaba un poco más clara, Killian sabía que todavía le restaba descubrir un sin número de cosas por detrás de las sombras que nublaban su mente, perdidas bajo la neblina casi inexpugnable en que su pasado se había transformado. Ahora recordaba haber visto otra veces las aguas del río Támesis brillando con la luz de la mañana, y también se daba cuenta que había algo asombrosamente familiar en las mazmorras situadas no muy lejos de la fábrica desde donde lady Glendowne comandaba sus negocios.
Seguro de que necesitaba reunir toda la información posibles sobre la baronesa en el más corto espacio de tiempo, el día anterior había ido a ver como era la fábrica de carruajes . Las construcciones de las cuales se acordaba de tiempos pasados le parecieron un tanto decrépitas, mientras que las nuevas edificaciones... Las nuevas edificaciones ofuscaban y confundían sus ojos. Eran edificios enormes, de formas elaboradas, cuya construcción ciertamente había levado décadas para...
Con el ceño fruncido, Killian se rehusó a creer la verdad, a aceptar la única explicación que su mente lograba concebir y, evitando analizar esa posibilidad, continuó parado delante de un grupo de tiendas que ostentaban inmensos escaparates de vidrio y carteles cuidadosamente pintados. Dos individuos jóvenes caminaban por el camino de adoquines. A decir verdad, los dos más se sacudían que caminaban, sus pantalones ajustados que estaban pegados a sus piernas esqueléticas, sus cuellos estrangulados por camisas de un blanco incomparable.



Al girar la cabeza, vio entonces un hombre con aires de aristócrata, vestido con un chaleco color rosa y un traje de terciopelo verde, girando entre sus dedos un bastón de marfil . Nada era como debería ser. Desde que se había despertado había algunos días, en que mundo parecía estar patas para arriba. Comenzando por el hecho de moverse a pie, después de todo se reconocía a un caballero por el animal que montaba. Bien, por lo menos sus ropas no le eran desconocidas ya que, al despertar, se hallaba vestido con el traje típico que los escoceses usaban.
Pero las personas lo miraban como si él estuviese desnudo. Sin querer despertar sospechas antes que hubiese comprendido lo que estaba sucediendo, no había perdido tiempo en revisar la bolsa de cuero que siempre traía sujeta a su cintura, dentro de la cual cargaba una buena cantidad de monedas de oro. Teniendo con que negociar, había ido entonces a la tienda del herrero y allí, por suerte, había encontrado un hombre anciano que se había dejado persuadir de deshacerse tanto de sus ropas como de su caballo a cambio de una sola moneda de oro.
A excepción de las botas, que eran las suyas, y del puñal negro que continuaba junto a su rodilla derecho, esas ropas que ahora vestía le causaban una sensación de incomodidad Y extrañeza. Pero los ingleses habían dejado de mirarlo como si él fuese una criatura de otro mundo. Aunque, y de eso Killian estaba seguro , nadie jamás iba a confundirlo con un auténtico londinense.
Un otro joven pasó por al lado él. Ese usaba un sombrero alto negro en forma de cilindro con alas y una casaca ajustada cuyas mangas parecían infladas. Pero lo que más le llamaba la atención eran los pantalones del muchacho, blancos con rayas negras, que se afinaban hasta alcanzar sus zapatos, que eran negros y hechos de un cuero que parecía bastante suave. Cómo todo podía haber cambiado tanto en los pocos años desde la última vez en que había estado en Londres?, Killian se preguntó . Cómo?, si él estaba seguro que no hacía tanto tiempo desde que había visitado la tierra de los ingleses.
Otra cosa que lo dejaba bastante extrañado había sido la escultura en el jardín de Briarburn. No, "extrañado" no era la palabra correcta. La estatua lo había conmocionado profundamente. Había sido sólo encontrarse con ese bloque de granito cincelado para que emociones brutales y atemorizantes, lo tomasen por asalto. Pero seguramente debía haber una explicación razonable para la reacción que había tenido .
Le había llevado un buen tiempo hasta darse cuenta que se encontraba en Inglaterra. Ahora, cómo había ido a parar allí. .. De un instante al otro, Killian se sintió estremecerse a oír el tañido de espadas que hacía eco en su mente. Un pelea! Si, si. Se acordaba con claridad de como era estar en una batalla. No había modo de olvidar los gritos de dolor, la agonía de los moribundos. Pero eso, le sonaba como un mundo aparte, algo muy distante. Era como si toda una vida hubiese transcurrido desde esas batallas que en ese momento lo acechaban.
En la esquina, un señor derramó un poco de polvo en la palma de la mano para después aspirarlo, después arrugó la nariz, el hombre sacudió la cabeza y la arrojó hacia atrás en un gesto arrogante. Londres siempre había sido extraña, pero ahora...
Um movimiento en el lado derecho de la calle atrajo la mirada de Killian hacia allá. Entonces se dio vuelta , apenas lo suficiente para examinar a mujer que salía de una tienda. El vestido que la muchacha usaba, de un color que le recordaba a las hojas en primavera, tenía mangas diminutas que se abullonaban sobre sus hombros y poco hacían para ocultar la graciosa delicadeza de los brazos de ella. El vestido tenía dos cintas color violeta por adorno, y lo más sorprendente de todo, contaba con dos aberturas en la parte delantera que iban desde el dobladillo hasta las rodillas de la muchacha.
Sin conseguir sacar los ojos de ella, Killian no demoró en darse cuenta que tenía todo el cuerpo rígido. Un grupo de tres caballeros pasó por al lado de la muchacha, y ninguno de los hombres pareció notarla.
Forzando el aire fuera de sus pulmones, Killian pronto llegó a la conclusión que seguramente los hombres debían estar acostumbrados a situaciones como esa o quizás ... Tal vez no fuesen hombres de verdad, quizás formasen parte de ese tipo de individuos que preferían la compañía de personas de su misma sexo. Una vez él había oído hablar de personas así. En verdad, había sido O'Banyon quien...
O'Banyon! La imagen del irlandés le surgía en la mente con asombrosa nitidez. Nairn O'Banyon. Sería el irlandés su amigo o su adversario? Y cómo se habrían conocido? Aunque estuviese gran dificultad para recordar detalles tan importantes, el rostro del irlandés se le aparecía muy luminoso , con sus risueños ojos azules que eran como una alegre ventana a una alma dudosa. No era de extrañar que las personas se dejasen engañar, pues O'Banyon siempre había sido bonito como la mayoría de las...
Mujeres! Allá venía una más , con sus cabellos muy claros que le acariciaban su rostro como los dedos de un amante. La muchacha se aproximaba, y Killian, sintiendo todo su cuerpo tensarse, reparó que la tela del vestido que ella usaba parecía húmeda de tan fina que era, y que prácticamente dejaba entrever el contorno de sus pezones rosados bajo la tela pegada a su piel blanca.
La muchacha pasó por al lado él para ir entrar en una tienda un poco mas adelante y, antes de desaparecer allá dentro, se dio vuelta para dirigirle una mirada sugestiva. Sólo entonces Killian se dio cuenta que debía estar observarla fijamente. Mierda. La verdad era que no dejaba de ser una sorpresa que, con el cuerpo ardiendo de lujuria, él se contentase solamente con mirarla. Después de todo , no eran nada despreciables los esfuerzos que venía haciendo en los últimos días para controlar sus instintos más primitivos. Además , por qué ciertas mujeres tenían que usar vestidos tan atrevidos delante de hombres como él, hombres que...
Fue entonces que se dio cuenta: esa mujer vendía su cuerpo. Si, sólo podía ser eso. Parecía que en cada una de las aldeas de todos los países del mundo había mujeres así, sin nadie para ampararlas y por eso teniendo que proveer su sustento comerciando con sus cuerpos . De su parte, no se consideraba con derecho a criticar una persona que se veía obligada a vivir de esa manera debido a las circunstancias. Pero, por otro lado, hasta donde recordaba jamás había buscado la compañía de ese tipo de mujer.
De cualquier modo, de sólo pensar en ese asunto ya sentía su erección crecer. Hacia mucho tiempo no saciaba su lujuria, y aunque no tenía idea de que tiempo era exactamente ese, la sensación que tenía era que tal privación había empezado antes de la creación del mundo. Y, como se atraído por esa mujer aun en contra de su voluntad y su sentido común , se aproximó a la entrada de la tienda y allí giró la pequeña esfera que había en la puerta, como había visto a otras personas hacer.
Allá dentro había cajas , bolsas y un montón de mercaderías. Pero no era en eso que Killian reparaba, sino en la muchacha que se había dado vuelta en su dirección en el exacto instante en que él había entrado en la tienda. Las mejillas de ella tenían un tono rosado que no parecía natural, y sus largas pestañas negras hacían un extraño contraste con sus cabellos muy claros.
Deteniéndose a menos de un metro de distancia, Killian saludó levemente con la cabeza mientras buscaba desesperadamente algo que decir. Pero nada se le ocurría. Era O'Banyon quien siempre tenía un comentario gracioso para todas las ocasiones; a él le restaba contentarse con ostentar su fuerza física. Entonces, terminó por decir la única cosa que le parecía adecuada al momento:
- Buen día para vos.
- Buen día para vos también, amable caballero - respondió la muchacha con una sonrisa , antes de dejar que su mirada se deslizase hasta el cuello de la túnica que él había comprado hacia poco tiempo y que no se cerraba porque el herrero tenía el pecho mas chico que el suyo. - Ya había reparado en vos afuera . Por casualidad estás buscando corbatas?
Killian no sabía lo que eran corbatas, tampoco estaba interesado en descubrirlo, aún así sacudió la cabeza en un gesto afirmativo. Después de todo, era un hombre civilizado, jamás tendría el atrevimiento de aproximarse a esa joven antes que ella estableciese el precio por sus servicios.
- No debe ser nada fácil encontrar ropas que te sirvan. - La muchacha lo examinó desde cuello hasta la punta de las botas antes de volver a mirarlo a los ojos. - Oh, por favor, no me tomes a mal. Lo que quise decir es que tienes un físico bastante aventajado.
Killian sentía la sangre latir en sus sienes. Cerrando los puños, se esforzó por mantenerse inmóvil para que no acabase cambiando de idea en relación a esperar que ella le hablase de dinero. Pero algunos instantes pasaron, y como la muchacha decía nada , él decidió tomar la iniciativa:
- Me gustaría saber cuál es tu precio.
Ella levantó las cejas mucho más oscuras que sus cabellos. Su boca era roja como una cereza y parecía tan suculenta como esa fruta.
- Mi precio? - La muchacha casi llegó a sonreír mientras buscaba con los ojos un caballero que estaba junto a la puerta, pero el hombre, ocupado con una venta, no la notó .
- Si. Me gustaría saber cuánto cobra... - Killian vaciló por un momento, buscando amabilidades con las cuales no estaba acostumbrado a lidiar - ...por , por el placer de su bella compañía.
Las cejas de la muchacha se levantaron un poco más.
- Qué fue lo que dijo? - ella lo interpeló usando un tono ahora más alto, después dio un paso hacia atrás .
Después gesticular discretamente con la cabeza para señalar al cliente que conversaba con el vendedor respecto a telas y colores, Killian bajó la voz para declarar:
- Yo no tengo nada contra los hombres afeminados. Ni pretendo obstaculizar sus asuntos con otros clientes. - Recordándose a sí mismo que esa era una simple situación de compra y venta como cualquier otra, él aflojó los puños. - Pero creo que voy a precisar de sus servicios por toda la noche.
Con las cejas ahora cerca de la raíz de los cabellos, la muchacha colocó las palmas de sus manos sobre su pecho descubierto.
- La noche... - ella jadeó una, dos veces, luego humedeció sus labios y volvió a mirar a los dos hombres cerca de la puerta. Al cabo de instantes que más parecían una eternidad, y como para asegurarse de que había escuchado correctamente, finalmente volvió a preguntar : - Toda la noche ?
- Si - él confirmó. - Tal vez por la mañana también, si estás dispuesta. Pero no quiero obligarte si no puedes ...
- Mi querida.
Al sacar los ojos del pecho de la muchacha, Killian vio que el sujeto afeminado se hallaba al lado de ella. Delgado como un poste, él tenía sus manos delicadas cubiertas de anillos.
- No te gustaría presentarme a tu. .. - La sonrisa del sujeto se hizo sugestiva. -.... amigo.

- Ah. - con la respiración alterada y los ojos atónitos, la muchacha miró para Killian. - Discúlpame, pero creo que no retuve tu nombre.
- Killian. - Ya listo para dar pruebas de que no se dejaría intimidar por un hombre adornado como una mujer, él se apartó del hombre. - Killian de Hiltsglen.
- Killian. - El hombre se rió. Una risa límpida, demasiado aunque agudo. - De Hiltsglen. Encantador. Sencillamente encantador.
La muchacha continuaba callada. El sujeto entonces sacó un pequeño estuche de plata del interior de su casaca, lo abrió y, tomando entre las puntas de sus dedos una pizca de un polvo blanco, lo aplicó a su fosa nasal izquierda. En el mismo instante, sus ojos se llenaron de lágrimas. Después de aspirar un par de veces, él se secó levemente la nariz con un pedazo de tela cuadrada y muy finamente, preguntó :
- Díganos, gentil caballero , qué te trajo a nuestra bella cuidad?
Killian agudizó la mirada. Jamás se había tomado el trabajo de cultivar el dudoso arte de la conversación superficial, y como ahora no le parecía el momento más indicado para comenzar a hacerlo, fue directo al punto:
- Eres el protector de esta muchacha, verdad?
- O... - Con os ojos todavía lleno de lagrimas, el afeminado ladeó la cabeza y volvió a aspirar ruidosamente por la nariz antes de preguntar: - Protector de ella?
- Si. El que asegura que ella haga su comercio con seguridad .
- Ah. - El hombre volvió a reírse . - Qué singular manera de hablar. Bien, si lo pones así, entonces creo que soy el protector de ella, si. - Después de mirar a la muchacha, él se corrigió : - Y, además, soy el marido de ella.
Esa afirmación alcanzó a Killian como un puñetazo en la nariz. El Marido de ella! El absurdo de esa situación lo dejaba completamente azorado. De los maridos se esperaba que protegiesen a sus esposas, que proveyesen sus necesidades, que las tratasen con cariño y respeto, no que las exhibiesen por ahí como un animal exótico o que las vendiesen al mejor postor.
El simple hecho de pensar en esa abyecta inmoralidad era tan ultrajante que, en un gesto instintivo, Killian se acercó para asestarle un sonoro puñetazo al mentón del pervertido. Con os ojos atónitos y la boca entreabierta, el hombre se derrumbó sin un gemido. Al contrario de él, su esposa dio un grito estridente y, después mirar a su marido con una expresión desorientada, volvió sus ojos horrorizados a Killian.
- Si quieres - él le dijo, sintiendo la ira crecer en sus entrañas -, puedo sacarte de este lugar ahora mismo.
Los labios da muchacha se movieron. Por algunos instantes ningún sonido salió de su garganta, pero entonces ella indagó en un susurro:
- Toda la noche?
En un esfuerzo por comprender lo que estaba pasando allí, Killian frunció la frente. Y como si realmente estuviese dispuesto a ayudarla, se ofreció:
- Trataré de encontrarte un protector mejor , si ese es tu deseo.
- Vos no serías mi... - La muchacha tragó en seco, deslizó sus ojos hacia la entrepierna de él y sólo entonces completó : - Protector?
- Te pido disculpas si te di una falsa impresión , pero sucede que no estoy libre para... - Girando el rostro para la puerta, Killian deseó fervientemente jamás haber abordado a esa joven. Estaba cansado de darse cuenta que no debía involucrarse con mujeres prohibidas. Aunque no recordase con exactitud las circunstancias, la traición era algo de que él recordaba con asombrosa claridad. - no puedo tomar esa tarea para mí.
- Estás equivocado. En verdad, yo... - ella se calló al ver el dueño de la tienda entraba al establecimiento.
- Mi lady. - El hombre interrumpió lo que iba diciendo cuando vio al empleado caído en el piso . - Tu marido no se siente bien? Quieres que llame a un vigilante?
Como si no hubiese oído una sola palabra de lo que él había dicho , la muchacha, con los ojos fijos en Killian, continuó :
- En verdad, creo que serías la persona más adecuada para esa tarea.
Tal vez un poco demasiado tarde , él se dio cuenta que había muchas cosas en esa Londres moderna que no entendía. Entonces, se resignó a pedir disculpas una vez más para luego dejar la tienda sin mirar atrás .
Tan pronto se vio en la calle , Killian se puso a caminar apresuradamente. Casi todo le parecía errado, fuera de orden y lógica, fuera de foco, el mundo al revés.... Nada era lo que debería ser. Por el contrario, era como...
Fue entonces que se encontró con el garañón, Killian se detuvo en el lugar. Amarrado a un pilar frente a la tienda de una modista de sombreros. El caballo movía las fosas nasales sin parar mientras acompañaba con la cabeza el movimiento de la gente y los vehículos. Su postura denotaba orgullo e impetuosidad ; su pelaje negro parecía suave como la piel de un tigre. Pero eran sus ojos lo que decía todo, pues era en ellos que estaba a historia: esos ojos habían sido testigos de batallas , y habían vencido.
- Treun - dijo Killian en un hilo de voz, antes de ver a las damas que caminaban por la calle.
De espaldas, ambas eran delgadas. Caminaban del brazo, mirándose de cuando en cuando antes de lanzar una carcajada. Súbitamente, la que tenía cabellos un poco más claros hizo que la otra se detuviese. Aun a una distancia de varios metros, Killian pudo oírla jadear en señal de admiración y, en seguida, como en un transe, soltar el paquete que traía para aproximarse al caballo con la mano levantada.
El animal movió sus grandes ojos negros. Adelante de él, una yegua agitó su cola y resopló. Sacudiendo a cabeza, el garañón relinchó en respuesta. La dama, que parecía ajena al peligro que corría, estiró el brazo para acariciar al caballo. La yegua entonces se puso en movimiento y el garañón, en su ansia por seguir la, comenzó a moverse de un lado al otro.
Como se despertase de su trance, la dama, jadeó del susto, y dio un paso hacia atrás . Frustrado por descubrirse atado al pilar, el garañón se empinó en sus patas traseras, y Killian, sin pensarlo dos veces y sin medir las consecuencias, corrió al encuentro del inminente desastre.

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