sábado, 18 de julio de 2009

EL BARBARO - LOIS GREIMAN - CAPITULO 16

CAPITULO 16


Desde lo alto del otero, Killian contemplaba el paisaje allá abajo. Aunque la noche estuviese oscura y silenciosa como las que la habían precedido, había una diferencia, una importante novedad: debajo él, el estupendo garañón arqueaba el largo y majestuoso cuello para avistar el valle bañado por las sombras de la luna.
No había cómo entender de que modo o por que motivo él y su caballo estaban juntos otra vez. No podía saber si había sido el destino o un mero golpe de suerte que lo había llevado a encontrar a Treun en ese exacto momento en una de las extrañas calles de Londres. Pero, fuese como fuese, lo que contaba era que estaban juntos nuevamente. El caballero melancólico y su intrépido caballo de batalla, como mucho tiempo atrás alguien los había llamado.
Oh, si, de eso si se acordaba. Y también de varios otros pormenores de su vida, aunque cada ínfimo detalle costase mucho en surgir, y a veces venía envuelto en una neblina de incertezas, en medio de sus tormentosos pensamientos. Pero... nada tenía sentido. Parecía que él había ido a parar allí viniendo de otra época, pero esa ideas sólo podía ser una tontería. Lo más probable era que estuviese viajando de Hiltsglen a Londres y hubiese sido atacado por un banda de malhechores, quienes seguramente lo habían dejado golpeado e inconsciente y, al recobrar la consciencia, él había sido invadido por esa bizarra sensación de que todo era extraño y equivocado.
Killian frunció el ceño. Pero si ese era el caso, por qué su bolsita de cuero se hallaba repleta de monedas de oro y no vacía? Por qué no tenía heridas en la cabeza? Como Treun había ido a parar a manos de un anciano que no se había dado cuenta del valor de ese caballo de batalla. Cómo...

Una ruidosa crepitación irrumpió en el bosque a espaldas de él. Killian se dio vuelta rápidamente, con la espada en la mano, mientras Treun levantaba levemente su musculoso cuello. El caballo no se movió de su lugar. Ni siquiera cuando el lobo emergió entre los arbustos. Agudizando la mirada, el azorado caballero apretó la empuñadura de su espada entre sus dedos mientras el lobo , levantando el hocico, olisqueó los aromas contenidos en el aire antes de ir a sentarse no muy lejos de las patas del garañón.
Killian todavía pensaba que eso no que podía estar sucediendo cuando un nuevo flujo de reminiscencias, tan remotas como incontenibles, apareció en su mente.
- Pero ... qué... por Dios!
Los recuerdos tuvieron el efecto de un golpe en el pecho . Duros, opresivos, implacables. Killian se estremeció con la sensación que le provocaban y entonces cerró los ojos. Pero las imágenes continuaban pasando por su mente afligida. No había ni lógica ni coherencia ni compasión, solamente hechos. Y al él sólo le cabía aceptarlos, ya que no le quedaba otra opción. Entonces, permaneció inmóvil, dejando que los recuerdos lo envolviesen y transformasen el pasado en presente, sintiendo el dolor de la verdad hasta el teutona de sus huesos que, él estaba seguro, eran muy, pero muy antiguos...
El lobo movía su hocico con cierta impaciencia. Resistiendo la fuerza y el impacto de sus recuerdos, Killian casi llegó a sonreír al comentar:
- Estamos nuevamente juntos. Los tres.
Ante el sonido de la voz grave, el lobo levantó la cabeza como si estuviese satisfecho. Pero a continuación algo llamó su atención y el animal se levantó , sus orejas, alertas, el hocico olisqueando el aire como para identificar olores misteriosos en la brisa de la noche. Un aullido suave escapó de su boca entreabierta.

- Qué pasa? - indagó Killian, poniéndose rígido .
El animal avanzó unos metros, después se detuvo, con la cabeza erguida. Debajo de Killian, Treun contrajo sus fosas nasales antes de sacudir su relucientes crines en un gesto nervioso. Entonces , súbitamente, el lobo dio un salto en el aire y corrió por entre los arbustos.
Por un instante Killian dudó de lo que veían sus ojos, pero la verdad era que el caballo mordía el freno como para convocarlo, como para indicarle que tomase alguna actitud. Sin pensar en nada más , él soltó las riendas e, inclinándose sobre las crines , dejó que el garañón eligiese el camino a seguir. Treun se lanzó a un galope ligero, sus cascos negros repicando contra las hojas secas caídas en el suelo .
Mientras sentía las ramas de los árboles y arbustos altos le azotaban el rostro, Killian vio un venado cruzar el camino de su caballo, pero ni el caballo ni el lobo que seguía adelante de ellos disminuyeron la marcha.
No demoraron en llegar al camino que cortaba esa senda larga del bosque, y allí los dos animales tomaron hacia la derecha. Fue entonces que Killian sintió olor a humo. Insultando en voz baja, acicateó los flancos de Treun, pero el caballo ya iba a todo galope, sus cascos golpeando con fuerza la tierra del camino sinuoso. Poco después, la alameda que llevaba a Briarburn surgía como un riacho opaco en medio de la oscuridad y, al final de la primera curva de ese camino, ya se podía oír los gritos afligidos de las personas y los relinchos furiosos de los caballos en estado de pánico.
Aunque el crepitar áspero de las llamas y las densas espirales de humo escapasen de las puertas abiertas da establo, fue exactamente hacia allá que Killian guió a Treun. El criado en ropa de dormir que venía corriendo desde dentro del establo casi llegó a toparse con el garañón. El caballo se empinó , después se apoyó pesadamente en sus cuatro patas haciendo un estrépito y levantando una polvareda.
Allá dentro, el fuego se había esparcido hasta casi la mitad del pasillo que separaba las hileras los compartimentos en los laterales de la construcción. Amontonados junto a los compartimentos del lado izquierdo, los caballos relinchaban furiosamente; a derecha, un criado gritaba a los animales en la tentativa de hacerlos dejar el establo en llamas. Pero fue una joven mujer junto a una de los compartimentos en los fondos del establo en quien Killian concentró su atención . Parecía que ella, tambaleante y pálida como la delicado tela del camisón que a envolvía, acababa de levantarse del suelo y todavía estaba atontada. Aunque no pudiese verla claramente, él no tuvo la menor dificultad en identificar de quien se trataba. Y, cuando se dio cuenta que ella extendía sus brazos en dirección a la cabeza de la yegua, gritó a todo pulmón:
- Sal de ahí! Ahora mismo.
Como Killian presumía, su grito fue inútil. Dejando escapar un palabrota , él espoleó a Treun para hacer que el caballo avanzase por entre las llamaradas y, en un abrir y cerrar de ojos, alcanzaba a la baronesa y a su desesperada yegua. Al intentar girar sobre sí, la yegua casi se chocó su ama. Por suerte, Killian ya había levantado Fleurette del suelo e intentaba colocarla atravesado sobre la parte más alta de la montura. Pero la dama, forcejeando, logró ponerse sentada delante de él.
- Sácala de aquí! - Con la cara toda sucia de hollín , Fleur gesticulaba nerviosamente señalando a la yegua. Sus piernas, desnudas hasta la mitad de los muslos, se agarraban a los flancos de Treun. - Haz que Filie y los otros caballos salgan de este infierno!
Aunque casi llegó a contrariarla, aunque casi le arrancó las riendas de las manos, Killian pronto se dio cuenta que cada instante perdido era una vida comprometida y, entonces, giró su caballo en dirección a los animales agrupados en la parte lateral del establo. En la aflicción por escapar del fuego, los caballos intentaron dispersarse, pero entonces se vieron compelidos por Treun a seguir el rumbo de las puertas abiertas. El primero en disparar por la salida fue un alazán.
Mientras tanto, la yegua que iba justo detrás se asustó con las chispas de un fardo de heno que ardía a su lado y, al intentar desviarse de las llamas, pisó en falso sobre algo que había en el suelo y por poco se cayó con las patas delanteras dobladas.
- Juliet! - gritó Fleurette.
La yegua ya se ponía de pie, pero el capado que venía atrás terminó por chocarse con ella. Tumbada de lado, Juliet cayó recostada al fuego. Fleurette gritó nuevamente, y Killian sacudió la cabeza ante el olor a pelo quemado. La yegua volvió a levantarse en sus cuatro patas e intentaba volver para junto a los demás cuando el lobo entró en el establo. Mostrando los dientes , el animal soltó un largo aullido en señal de alerta antes de avanzar hacia Juliet. La yegua se preparó para dar patearlo , pero el lobo fue más rápido: lanzándose sobre ella, la obligó saltar un rastro de fuego creado por el heno en llamas y marchar apresuradamente rumbo a las puertas.

Vacilante y cada vez más asustado, todo el grupo de animales observaba con las orejas en un movimiento tenso y los ojos vidriados por el pavor.
Poco después, como por milagro, los demás animales partían hacia las puertas. Se chocaban entre ellos, las fosas nasales inflamándose y contrayéndose, los cascos pisando con indecisión, los grandes ojos dominados por el pánico, pero marchaban hacia una segura salvación. Filie los vio dejar el establo en llamas y, después de un último instante de vacilación, corrió detrás de ellos y sólo se detuvo cuando alcanzó el resto de los animales afuera . Cuando Treun partió en dirección a los demás, Killian sintió a Fleurette sollozar en señal de alivio . Entonces cubrió el rostro de ella con el brazo para protegerla de las llamas, ajena al ardor del fuego que le quemaban el codo y el muslo, con el pensamiento fijo de sacarla de allí.
En cuestión de instantes, habían dejado atrás los límites del establo invadido por el humo. Debajo de los dos, Treun pateaba la tierra dura como si estuviese invadido por una renovada energía. En algún lugar en medio de la oscuridad un caballo soltó un largo relincho, un lamento que hacía pensar tanto en rabia como en desolación.
Después de toser, la baronesa tocó o brazo de él para decirle:
- Suéltame, por favor. Quiero bajar al suelo .
- Puedo saber que tontería estás planeando hacer? - Killian continuó sujetándola entre sus brazos.
- Tontería! - Fleurette se dio vuelta para encararlo.
- Si, tontería. - Killian reparó que las llamas del incendio se reflejaban en una danza alucinante en los ojos verdes de ella. - Qué diablos planeas hacer? Ponerte a correr por ahí descalza y en camisón para reunir a tus animales ? No tienes criados que puedan ocuparse de eso ?
En respuesta, Fleur comenzó a forcejear con la intención de soltarse de los brazos de él. Killian intentó sujetarla, pero ella parecía resbalarse por entre sus manos. El camisón inmaculadamente blanco se enroscó en la montura, y un zumbido de tela rasgándose irrumpió en el silencio de la noche antes que la baronesa fuese a parar al suelo con un gemido ahogado.
Por algunos instantes, aturdida, Fleurette se quedó sentada en la tierra dura con una mirada medio perdida. Pero, al notar que él acababa de apearse y venía en su dirección, se puso de pie con un salto y partió en dirección al grupo de caballos.
En una actitud irreflexiva, Killian le agarró el camisón para hacerla detenerse. En un instante, la baronesa se daba vuelta para envestir contra él como una gata rabiosa. Tal vez él debería haberse imaginado que esa gata furiosa iba a atacarlo, tal vez debería haberse preparado para esquivare golpe , pero como no hizo ni una cosa ni la otra, la bofetada lo alcanzó de lleno debajo del ojo izquierdo.
Sorprendido, Killian dio un paso atrás . Pero sus instintos de guerrero se inflamaron y, ante que su visión se aclarase, Killian ya estaba nuevamente enlazándola. Y no necesitó más que algunos pasos para que sus dedos se cerrasen alrededor de un puñado de cabellos suaves como la seda.
Fleurette detuvo en el lugar. Volviéndose hacia él, quiso fulminarlo con una mirada furiosa mientras lo interpelaba :
- Quién sos? O mejor dicho, quién te piensas que sos?
Killian contuvo la respiración. A la mierda con el ardor que le quemaba la mejilla . A la mierda con todo.
- Yo soy el idiota que te acaba de salvar la vida. - Soltando los cabellos de Fleur, la agarró por el brazo.
- Qué quieres? - sin notar, ella dio un paso atrás . - Qué viniste a hacer aquí?
La voz de la baronesa era un mero susurro en la oscuridad. Con el rostro manchado de hollín , los ojos brillando como la luna en otoño. Killian continuó observándola sin decir nada. Pero aunque también hubiese un cierto temor en la mirada que intentaba intimidarlo, de repente ella se aproximó hasta casi tocarlo. Como si en verdad no le temiese.
- Qué quieres conmigo ? - indagó Fleurette en un tono airado.

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