domingo, 19 de julio de 2009

EL BARBARO - LOIS GREIMAN - CAPITULO 17

CAPITULO 17




Killian la sujetó por ambos brazos. Después de jadear, Fleur levantó la cabeza para enfrentar su mirada y, tal vez por haber pisado algo que le lastimó el pie descalzo, casi se cayó . Obedeciendo a un impulso, él la tomó entre sus brazos para estrecharla junto a su pecho. Los pechos femeninos eran firmes y suaves al mismo tiempo contra su carne musculosa, y los ojos , dos esmeraldas que...
- Mi ... mi lady? - alguien balbuceó .
Fleurette se dio vuelta ante el sonido de la voz temblorosa, pero fue Killian quien se dirigió al criado que se había aproximado:
- La dama podría haber muerto. Y era tu obligación protegerla.
El hombre dio un paso atrás . Aunque sus labios se moviesen, la voz no le salía.
- Trate de reunir los caballos - le dijo Killian. - Yo me encargo del bienestar de la dama.
El criado con ropas de dormir murmuró algo, pero no movió ni un pie de allí. Fue preciso que Killian avanzase un paso en dirección a él para hacerlo moverse y que él fuese a ocuparse de lo que le había sido pedido.
- No tienes derecho a hablar así a un criado mío... - Fleurette se calló ante a severidad de la mirada que la examinaba.
- Criados! - él desdeñó. - Un hombre con las pelotas bien puestas no permitiría que una dama indefensa se arreglase sola mientras su establo se incendia.
- No soy ninguna dama indefensa!
Como si no a hubiese oído, o no hiciese el menor caso de lo que ella acababa de decir, Killian la levantó en sus brazos y partió en dirección a la imponente mansión. Pero al sentir nuevamente los pechos tiernos junto a su pecho, tuvo que apretar los dientes para controlarse. La sensación le provocaba una lujuria insana. Un impulso contra el cual... no, mejor no pensar en eso. De qué le servia torturarse de esa manera?
Cuando Killian abrió la puerta y cruzó a umbral, Fleurette recomezó :
- Soy la baronesa de Briarburn. - su tono hacía pensar que estaba amonestando a un adolescente inexperto, no que estuviese anidada, frágil y exhausta, contra el tórax fuerte de un hombre gigantesco . - Soy la dueña de esta...
- Mi lady! - exclamó una criada que tenía los ojos pasmados de susto y los cabellos despeinados . - Mi lady, está...
- Por qué ustedes - que reciben un salario por su trabajo no mantienen a su ama segura dentro de la casa? - Killian la reprendió.
- Yo ... - el mentón da muchacha cayó. - Bien, nosotros...
Cansado de perder tiempo con gente inútil , él la interrumpió :
- Dónde queda el cuarto de ella?
Apartándose del camino, la criada indicó la escalera, murmurando:
- Allá arriba. Los aposentos de ella quedan...

Pero Killian ya subía los escalones de tres en tres. Allá en lo alto, al principio del corredor, encaró hacia la primera de las puertas se hallaba abierta. Una especie de lámpara de aceite , le reveló un cuarto con piso de madera lustrada y es-pejos de marcos dorados.
El sintió la aprensión de Fleurette aún antes de mirarla a los ojos. Ojos que, Killian se dio cuenta al verlos, contenían rabia y orgullo, pero también algo más. Algo que él no era capaz de discernir.
Ignorando el inmenso aposento, siguió adelante y la cargó hasta el final del corredor, donde también había una puerta abierta. Cuando entró en ese cuarto, él miró a su alrededor. La claridad que venía del corredor iluminaba suavemente el ambiente, adornado con espléndidas pinturas y tapices igualmente bellos. Desde debajo de la cama, un perro los espiaba.
Killian volvió su mirada a la mujer que traía en sus brazos. La inseguridad brillaba en los expresivos ojos de ella.
- Si te dejo aquí, prometes que vas a quedarte? - él preguntó.
- Quién sos? - Fleurette volvió a indagar, pero esa vez en un tono bajo, casi sereno.
El también se sentía un poco más calmado. Al final de cuentas , todo estaba bien. Aunque el establo ciertamente iba a precisar de varias reparaciones, ninguna vida se había perdido.
Cuando lo vio aproximarse, el perro desapareció debajo de la cama. Y hasta su hocico rosado desapareció debajo del amplio lecho cuando Killian se sentó en el borde del colchón.
Al sentir las nalgas de Fleurette sobre su regazo como una caricia íntima que la tela delgada del camisón parecía intensificar, él apretó los dientes. La constatación de que sentía la boca seca por el deseo apremiante que hacia tanto venía reprimiendo repentinamente lo puso un irritado.
- Dime, baronesa, no aprecias tu propia vida?
- Apre...
- O no lograste imaginar un método más sencillo para acabar con tu vida?

Fleurette quiso cambiar de posición, pero se detuvo . A través de la fina tela del camisón que vestía, Killian podía sentir sus pezones erguidos rozar su pecho. Aún así , la baronesa continuaba mirándolo fijamente , como si no se hubiese dado cuenta de la situación en que se encontraban.
- Fuiste vos quien destruyó mi establo? - ella preguntó en un murmullo. - Fuiste vos quien provocó el incendio?
- El incendio del cual acabo de rescatarte?
Fleurette se quedó en silencio, sondeándolo con los ojos como si intentase adivinarle los pensamientos. Killian deseó fervorosamente que ella no fuese capaz de hacerlo, pues incluso hasta su cuerpo comenzaba a manifestar las ideas perturbadoras que lo asolaban. Cuánto tiempo hacia que no estaba dentro de una bella mujer? Desde cuando no sentía la piel sedosa de una joven contras sus carnes?
- Quién te mandó aquí? - preguntó ella, en el mismo tono que había usado anteriormente.
- Tal vez seas quien debas responder esa pregunta.
- Nadie me mandó al establo. - Fleurette se apartó un poco, y el movimiento hizo que su cadera presionase la erección que lo torturaba. - Esta propiedad me pertenece.
- Por más que seas la dueña y todo eso ... yo sé que no eres una tonta.... pero ....
-Muchas gracias por el elogio, sir Killian. Y yo me imagino que no eres un arrogante insoportable las veinticuatro horas del día, aunque a veces...
- No entendiste. Lo que quiero decir es que tal vez vos me puedas explicar por qué fui enviado aquí.
- Cómo? - Sorprendida con su comentario, ella se apartó un poco más.
- Creo que sabes mucho más de lo que pareces dispuesta a revelar - Killian continuó presionándola en busca de respuestas a sus aflicciones. Era más sensato que pensar en los efectos que los movimientos de la baronesa provocaban en su cuerpo.
El rostro de ella tenía facciones perfectas. Pero por más que los grandes ojos verdes aparentasen inocencia, ya hacia mucho tiempo que él había aprendido a no confiar en la ingenuidad de una mujer... Junto a esa conclusión le vinieron a la mente un par de ojos grises y una sonrisa cautivante, y, en el mismo instante, Killian sintió una puntada de dolor. Oh, si, las mujeres sabían explotar las flaquezas de un hombre. No sólo sabían, también las usaban contra ellos mismos.
- De qué estás hablando? - preguntó Fleurette en un susurro.
Sedosos con los pétalos de una rosa, los labios de la baronesa permanecían entreabiertos. Killian sintió los músculos de los brazos contraerse , y debajo de las piernas semi desnudas, sus muslos llegaban a dolerle de tan tensos.
- Sir Killian? - Fleur lo interpeló. A pesar del sobresalto, él logró afirmar:
- Creo que sabes por qué estoy aquí.
Ella pestañeó en señal de sorpresa, en seguida ladeó la cabeza, exponiendo un cuello muy gracioso que se asentaba sobre hombros bien formados . El lazo del camisón se había deshecho, y ahora las tiras de tela yacían sueltas sobre los pechos pequeños de ella. Aún a la débil luz de la lampara era posible ver los contornos de sus pezones rosados bajo la tela casi diáfana.
- No sabes por qué viniste aquí? - Fleurette no disimulaba cuan extrañada estaba.
Killian tragó en seco, intentando pensar, intentando calmarse. Pero entonces ella se movió otra vez, y su falo turgente palpitó.
- Por qué estás aquí? - ella insistió, redoblando la atención con que lo observaba.
Killian buscó acomodarse mejor sobre el colchón suave. Pero el movimiento sólo empeoró la situación en que se encontraba, pues ahora la cadera de ella estaba justo tocando el centro de su miembro.
- Y qué quieres lograr viniendo aquí? - Fleurette se corrigió .
Allí estaba, finalmente una pregunta que podía responder. La deseaba . Quería la suavidad de su cuerpo, su obstinación , su insolente atrevimiento, su risa luminosa. Oh, si, la deseaba desesperadamente. Sólo que eso era algo que no podía revelarle. Jamás. Entonces, mantuvo el semblante fruncido. Intimidar a alguien con el ceño fruncido era una táctica que no solía fallar. Por lo menos , no en el pasado.
- Creo que sabes lo que deseo. - Killian se extrañó al darse cuenta que tenía la respiración pesada y la cabeza algo mareada. - No eres ninguna tola, aunque las evidencias digan lo contrario.
- Vos. ..
La baronesa se calló de repente, y sus labios se curvaron levemente en una media sonrisa.
Al imaginar que ella podría estar notando su erección, Killian volvió a intentar acomodarse mejor, apartándola un poco en dirección a sus rodillas. Intentando
equilibrarse, Fleurette llevó su mano al brazo de él.
- Por casualidad estás intentando elogiarme con un humor que sólo vos entiendes? - ella lo provocó.
Por poco Killian no dejó escapar una palabrota .
- No soy el tipo de hombre dado a las adulaciones fáciles, muchacha.
Y entonces ella se rió. Una risa cristalina, sincera, bonita como el canto de un pájaro.
- No, no pareces formar parte del grupo de hombres a quienes les gusta coquetear. - La baronesa bajó un poco su cara, mostrándole sus pecas diminutas, casi imperceptibles, esparcidas sobre la parte superior de su nariz respingada. La luz difusa de un par de velas sobre las mesitas al lado de la cama acentuaba el tono esmeralda de sus ojos. Y, de repente, ella se puso muy seria. - En verdad, no te pareces a ningún otro hombre que haya conocido.
Killian contuvo un suspiro. No era un hombre guapo, y eso lo sabía bien. Sin embargo , ella continuaba examinándolo desde una distancia tan corta como para ponerlo nervioso , pero aún así ella no parecía despreciarlo. Una vez más , sintió su miembro pulsar en el interior de sus pantalones que más lo incomodaban de lo que lo protegían. Carajo! Por qué los hombres usaban esa prenda tan incómoda ? Le sería mucho más fácil disimular la erección debajo de una falda escocesa.
Pero tal vez los hombres de ese lugar y de esa época no se dejasen impresionar fácilmente con los encantos femeninos. Si, seguramente ese era el caso, ya que esa mujer encantadora en su regazo se movía de aquí para allá en medio de ellos sin demostrar el menor temor a ser molestada. Y no solamente ella: un gran número de mujeres bonitas se mostraba por las calles con vestidos que más revelaban de lo que ocultaban sus formas femeninas y... Mierda!... Ahora que pensaba en las formas de la bella baronesa su comenzaba a demandar nuevamente.
- De dónde vienes? - ella le preguntaba.
De otra época, de otro siglo, de otra realidad. Pero no podía decírselo. Y, en el fondo, tampoco sabía explicárselo a sí mismo. Por eso Killian solamente declaró:
- Soy escocés.
Los ojos de ella continuaban estudiándolo . Y continuaban sin demostrar aversión. Por qué ? No era de hoy que los ingleses odiaban a los escoceses. Y lo opuesto también era verdad, hablando honestamente.
- Ya había notado eso - afirmó Fleurette, y la sonrisa que ella le dio hizo que Killian contuviese la respiración. - Pero me gustaría saber dónde queda Hiltsglen.
- Bien al norte de las Highlands , la región de las montañas. - Ignorando la oleada de lujuria que lo acometía, él soltó la respiración lentamente.
- Y dónde te hicieron esto ?
Ella pasó la punta del dedo sobre la cicatriz que le cortaba la ceja. El toque, tan suave, tan delicado, más parecía una caricia ejecutada con la varita de alguna hada.
- Sir Hiltsglen?
Como saliendo de un transe, él murmuró alguna tontería, se levantó y la depositó sobre la cama. El movimiento brusco hizo que el borde del camisón de Fleurette se subió desde las rodillas hasta lo alto de sus muslos y de allí a la parte baja de su vientre. Descubriéndose súbitamente inmovilizado, Killian sólo logró cerrar los puños en respuesta a la excitación que lo afligía.
- Qué... - Fleur se calló al verlo, no sin gran esfuerzo, dar un paso atrás .
- No enciendas el pabilo si no tienes intención de venir a apagar la llama - él murmuró entre dientes y , reuniendo la fuerza de voluntad que amenazaba con abandonarlo, giró sobre sus talones para desaparecer por la puerta .
Y ahora, qué diablos le pasaba a ese escocés loco?

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