lunes, 13 de julio de 2009

EL BARBARO - LOIS GREIMAN - CAPITULO 10

CAPITULO 10



Después de recostarse en el respaldo de la poltrona, Fleurette frotó sus ojos. Todavía no eran las diez de la mañana, y ella ya se sentía agotada. Tal vez Stanford tuviese razón. Tal vez debiese contratar a alguien para hacer los pagos y ocuparse de los libros contables, pero la verdad era que había poquísimas personas en quien confiaba lo suficiente para encargarse de tales tareas. Los comentarios que hablaban de funcionarios que robaban a sus patrones no eran raros, y ese era un riesgo que ella no quería correr.
Levantándose, Fleur caminó hasta a ventana. Por suerte en los últimos tres días, su rodilla había sanado sin mayores problemas: la hinchazón había desaparecido , y el dolor era mínimo. Lo mismo no podría ser dicho respecto de su orgullo. Sin notar que arrugaba la nariz, ella espió a través de los vidrios la calle allá abajo, donde dos hombres discutían y hacían gestos ampulosos A lo lejos , al este, donde la vía pública era cortada por un camino secundario , un señor de edad estaba sentado en una banqueta rústica con una botella entre las manos.
Tal vez Stanford también tuviese razón sobre la localización de la fábrica. Carruajes Eddings estaba situada a menos de quinientos metros de los horrendos calabozos de Londres. Tal vez fuese momento de mudar la compañía de esa vecindario a un lugar más elegante. Con otra mueca más, Fleurette se preguntó si Stanford tendría razón respecto a algún tema más.
Apoyando la frente en el vidrio de la ventana, ella entonces recordó lo que su concuñado había le dicho respecto a un nuevo casamiento. Rememoró la desagradable sensación de tener los labios del señor Finnegan junto a sus dedos y también la mirada depredadora de lord Lampor en el momento en que él la buscaba entre la multitud en el salón de baile de madame Gravier. Cielos! Estaba cansada de ser cazada como una presa, estaba harta de sentirse un trofeo.
Pues si por un lado era cierto que los hombres debían pensar que era impropio o inconveniente que ella administrase sus negocios sola, por otro lado, con el costo de vida subiendo día tras día, serían pocos los que podían darse el lujo de cerrar los ojos a los rendimientos que obtenía con su fábrica de carruajes .
Casarse otra vez... Fleur dejó que la idea llenase su mente por algunos momentos. Si volviese a casarse, ciertamente eso pondría fin a la persecución de los hombres que la asediaban. Y si hiciese un "buen" casamiento, tendría como continuar disfrutando de su libertad y también como proseguir en la conducción de sus negocios. Si, tal vez pudiese hacer un acuerdo amigable. Seguramente habría unos pocos caballeros decentes que estarían contentos de darle el título de esposa sin anular los "derechos" que su posición le aseguraba.
De repente, el recuerdo de lo que había ocurrido en la fiesta de madame Gravier le causó un sobresalto. El señor Kendrick realmente sería el primo de Thomas? Si lo fuese, qué esperaba conseguir al intentar intimidarla? O sería posible que... Oh, Dios. con un suspiro, Fleurette finalmente permitió que lo que verdaderamente la incomodaba dejase el lugar sombrío de su mente y asomase el primer plano de sus pensamientos. Sir Killian de Hiltsglen.
Cómo era posible que él tuviese el poder de causarle un torrente de emociones que amenazaba con descontrolarla ? De dónde había salido ese hombre? Qué quería? Además de las tierras de ella. La mera idea de que Hiltsglen pudiese robarle la pedrera justo debajo de sus narices la ponía sencillamente furiosa. Y volver a verlo en pensamiento llevándose su yegua la hacía querer estallar de rabia.
Cuando finalmente había logrado llegar al establo buscando a Filie, Hiltsglen ya se había ido de allí. Desde entonces no había sabido más de él, y aún así ese hombre continuaba acechándola en sueños. Tanto que, en una de esas ocasiones, se había despertado asustada en plena madrugada, segura de haber oído la voz profunda de él junto a su oído. Y por más que intentase refrenar su mente, no lograba dejar de pensar en la sensación que el pecho del escocés había dejado en la punta de sus dedos. Un pecho rígido, de músculos que parecían esculpidos en roca. Hiltsglen era diferente a todos los demás caballeros que ella conocía. Era imposible no imaginarlo como un guerrero de épocas pasadas, con su físico fuerte, sin un gramo de grasa, con un carácter obstinado como...
-Por Dios! - Fleur resopló entre dientes en su deseo de arrancar esos recuerdos de su mente.
Pero... en qué pensaba ? No quería saber nada de tener otro hombre en su vida. Mucho menos un hombre arrogante, con tendencias dominantes, que no vacilaba en censurar sus actitudes para después robarle su caballo y... no. Si quería ser absolutamente honesta consigo misma, tenía que reconocer que Hiltsglen no había robado a Filie de Vent. Además, él había mostrado una gentileza impar al acariciar el pelaje reluciente de Filie, un detalle que la llevaba a imaginar como sería sentir esas manos en su cuerpo en una noche de...
- Mierda!
Después de tomar la cartera que había dejado sobre el escritorio, Fleurette dejó la oficina pisando fuerte.
Diez minutos más tarde llegaba a la casa de Lucille.

- Fleur, querida. - con los ojos todavía somnolientos y vistiendo una bata de seda celeste, la condesa recibió a su amiga en su sala íntima. - Qué te trae por aquí en este horario tan impiadoso? Y vestida como si... - Lucille lanzó sobre Fleur una mirada que era una mezcla de incredulidad y reprobación.
- Bien. .. - Fleurette se acordó que usaba un vestido viejo y que se había olvidado de sacarse el delantal que solía usar cuando se hallaba en la fábrica . - Es que vine directamente de la fábrica acá.
- Y ? - después tomar una taza de té de la bandeja que la criada le ofrecía, Lucille ladeó la cabeza a un lado para continuar interpelando a su visita con la mirada.
- No tuve tiempo de cambiarme por un vestido que esté a la altura de tu implacable buen gusto.
Si la condesa identificó el sarcasmo en el comentario de Fleurette, no lo demostró, ya que no perdió tiempo en señalar:
- Eso no explica por qué fuiste a escoger un vestido tan poco atractivo, por así decirlo, para salir de tu casa esta mañana.
Aunque no tuviese ganas de tomar té, Fleurette también aceptó una taza. Las infusiones servidas en la casa de Lucille eran fuertes como la personalidad de ella.
- Sucede que... - comenzó Fleur, sintiéndose una tonta ahora que resolvía sacar el tema , pero aún así incapaz de resistir el deseo de desahogar las inseguridades que súbitamente la dominaban. Tal vez ya no quisiese vivir sola. Tal vez un marido la ayudase a cargar el peso de sus responsabilidades. - Creo haberme dado cuenta que, a pesar de todo, tal vez esté queriendo...
- Si? Qué quieres? - Lucille la incentivó, al verla con cierta dificultad para seguir adelante.
- Creo que estoy precisando ... - Y de repente se vio asaltada por antiguos recuerdos. Tan antiguos como dolorosos. Insoportables, en verdad. - Un sombrero nuevo.
Después de examinar el rostro de ella por interminables instantes, Lucille sacudió la cabeza en un gesto asertivo mientras decía:
- Yo podría señalar que tus prioridades están un tanto fuera de orden, pero vamos a dejarlas así. - Entonces , poniendo a taza de lado, la condesa se encaminó a su cuarto de vestir. - Por ahora, vamos a ver que podemos hacer con tu apariencia.

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