miércoles, 8 de julio de 2009

EL BARBARO - LOIS GREIMAN - CAPITULO 3

CAPITULO 3



- Lady Glendowne. - Curvándose sobre la mano de ella, Finnegan le apretó los dedos levemente antes de cubrirlos con un beso baboso. - Estás absolutamente deslumbrante esta noche.
Fleurette pronto dedujo que él quería decir "deslumbrante". pues a pesar de las pesadillas que continuaban torturándola y de las horas sin fin de trabajo desde que había regresado de París, no había ahorrado esfuerzos para mostrarse bien dispuesta y elegante a la altura de la ocasión. El vestido de brocado color salmón que usaba tenía un bonito adorno de encaje en el borde inferior y debajo del busto, y Tessa, su criada personal , había usado sus habilidades mágicas para sujetarle los cabellos en un elaborado peinado todo adornado por perlas falsas, con algunas mechas sueltas sobre los hombros. Pero aún admitiendo que estuviese bastante bien con ese vestido y ese peinado alto , lo que más quería era volver a su casa y acostarse en la cama. Con o sin vestido de brocado y encaje, con o sin perlas en los cabellos.
Pero en vez de eso, ella se sintió en la obligación de agradecer:
- Gracias.- Y con eso retiró la mano que él insistía en apretar. - Vos también está tienes buena apariencia.
Bajo y barrigón a semejanza de un barril, Finnegan estaba casado con una mujer capaz de hacer que una rival se rindiese con una simple mirada. él era dueño de la pequeña flota de cargueros que de vez en cuando llevaba los carruajes de Fleurette hasta el otro lado del canal y desde allí por el continente europeo. Y estaba visiblemente embriagado.
- Que bueno que lo notaste. - Sudando, el comerciante volvió a curvarse en una reverencia.
- Sería imposible no notarlo, Finnegan.
- Vamos , siempre eres tan gentil...
Poco después de la muerte de Thomas, su marido, ella había vendido todo lo que tenía, a excepción de los ladrillos de Briarburn, para comprar una fábrica en mala situación financiera. Con el nombre cambiado a "Carruajes Eddings", esa empresa se había transformado en un empresa de reconocido éxito internacional y ahora constituía el núcleo principal de los negocios de Fleur.
- Es mi impresión, o estás mas delgado ?
- Un poco, probablemente. - Finnegan palmeó su abdomen voluminoso. - Uno debe ocuparse de su apariencia para que las damas reparen en uno . Sabías que la semana pasada...
Baja y aguda , la voz de él le hacía recordar al zumbido irritante de un insecto. Cansada de sonreír, Fleurette, dejó que sus ojos se deslizasen por el salón, vio a Stanford del otro lado del cuarto. Y apenas le bastó con hacerle una un leve seña con las cejas para que su concuñado dejase a Deacon hablando solo y viniese a socorrerla.
Cuando los alcanzó, Stanford la saludó con una reverencia mientras murmuraba:
- Lady Glendowne. - Con la luz de los candelabros que adornaban el salón de baile, los cabellos rubios de él brillaban como un trigal en otoño. - No imaginas hace cuanto tiempo estoy esperando para encontrarte para poder hablar con vos.
- Verdad ? - ella fingió sorpresa. - Oh, discúlpame. Si lo hubiese sabido, habría ido a buscarte cuando llegué . Finnegan, con permiso , por favor.
- Ah. - con los labios todavía entreabiertos para el monólogo que pronunciaba sin dar señales de cansancio, el comerciante no disimuló cierta contrariedad ante la interrupción. - Por supuesto. Pero prométeme que vas a bailar conmigo antes de irte.
- Ciertamente.


Stanford no perdió tiempo en tomar la mano de ella y, abriéndose camino en medio de los invitados, tuvo la suerte de alcanzar el área destinada al baile en el instante en que los músicos tocaban los primeros acordes de un vals. Entonces , al mismo tiempo en que llevaba la otra mano a la cintura fina de Fleur, cuidó de fijar sus ojos en los de ella .
- Una vez más estoy en deuda con vos - dijo Fleurette, sin dejar de notar que, además de bailar bastante bien, él sabía conducirla con suavidad y elegancia. - Qué sería de mí sin tu ayuda inestimable?

- Tonterías. Estoy absolutamente seguro que vos saldrías sola de cualquier situación . - En una sucesión de giros, Stanford la fue llevando cerca de las altas puertas balcón que daban acceso al inmenso jardín . - No era una excusa inventada; realmente quería conversar con vos.
- Oh. - Concentrándose en no hacer explícito su mayor temor, Fleur rezó fervorosamente para que él no expresase intenciones de profundizar la relación que los unía. Le gustaba mucho Stanford, si, pero como un hermano. Por más que su concuñado hubiese sido un apoyo indispensable en los meses que siguieron a la muerte de Thomas, ella no planeaba volver a casarse, pues el placer que había encontrado en la independencia era algo con que jamás se había atrevido a soñar.
Pero el barón ya le estudiaba la cara hacia algunos instantes, y Fleurette tuvo la sensación que el aire comenzaba a faltarle.
- Me gustaría que no cabalgases por ahí sola, Fleur. Principalmente para ir hasta Hampstead.
El alivio le hizo lanzar una carcajada gustosa .

- No me parece que se trate de un asunto gracioso - Stanford la reprendió. - Por el contrario, un viaje de esos puede ser bastante peligroso, aún durante el día. Sé del empeño con que te dedicas a los negocios y festejo tu éxito con la fábrica. De verdad. Pero no puedes prescindir de la prudencia en nombre del éxito de tu compañía.
- Es muy gentil de tu parte demostrar tanta preocupación por mi bienestar. - Después apretar levemente la mano de él, Fleurette apartó un poco el rostro para poder mirarlo a los ojos. - Pero toda esa preocupación no es necesaria. Creeme . Si yo calculase que hay algún tipo de riesgo, no lo pensaría dos veces antes de pedirle al señor Benson que me acompañase.
- Aunque sea un excelente supervisor de la fábrica - Stanford se fue apartando de un caballero embriagado que parecía bailar solo -El señor Benson tiene mas años que las montañas.
A pesar que sus zapatos amenazaban con matarla y que su cabeza comenzar a latir, ella se rió antes de admitir:
- Pensé en discordar, pero la verdad es que no tengo ni menor idea de cual es la edad de las montañas.
- Ni yo - le barón dio una sonrisa amplia -, Pero aún así estoy seguro que el señor Benson estaba presente en el momento de la creación de las montañas.
- Vos siempre haces que me sienta muy bien , Stanford. - Fleurette suspiró con la sensación de deslizarse con gran levedad por el piso de mármol. - No puedo dejar de agradecerte por eso.
- No deberías pasar tanto tiempo sola, Fleurette. A pesar de que Deacon a veces se comporta de un modo... - él hizo una pausa, como si buscase un término ni muy rudo ni muy suave , luego prosiguió : - A pesar que su comportamiento a veces es deplorable de Deacon, me veo obligado a concordar con el punto de vista de él. Deberías comenzar a pensar en casarte nuevamente.
Ella lo miró demoradamente. Thomas y Stanford habían sido como hermanos. Tan amigos y tan íntimos que le costaba creer que él estuviese preparado para verla completamente recuperada de la muerte de su marido y otra vez casada, ahora con otro hombre.
- Creo que todavía no estoy lista. Y espero que vos comprendas mis motivos.
- Fleurette...
- Thomas era... -Aunque lo hubiese interrumpido, Fleur no encontraba las palabras adecuadas con que expresarse. Por eso, y con una sonrisa tristona, apenas dijo : - Sería imposible
substituirlo.
Bien criado, refinado e inteligente, Thomas Eddings, el joven barón de Glendowne, había sido una opción caída del cielo para una joven dama que no contaba con nadie para preocuparse por su futuro. Fleurette no tenía ni quince años cuando sus padres habían perdido la vida en un accidente en un carruaje y, desolada y absolutamente sola, se había sentido muy feliz cuando Thomas había empezado a cortejarla. En esa época, los días de ambos estaban repletos de paseos, picnics y mucha alegría, mientras que las noches estaban repletas de música y conversaciones muy interesantes.
Thomas era divertido, atractivo e irresistible. Desgraciadamente , era también un jugador compulsivo. Fleurette, que había heredado una modesta fortuna y la había entregado de buen grado al joven barón que la había pedido en matrimonio, al principio no se había preocupado demasiado con el pasatiempo predilecto de su marido, presuponiendo que tenían dinero de sobra para gastar. La devastadora verdad, sin embargo, había saltado a la luz poco después de la sorprendente y extemporánea muerte de Thomas.
A pesar de todo, ella no se había atrevido a hacer pública la bancarrota financiera en que la que se encontraba. Entonces, había vaciado todos los cuartos de Briarburn, la única propiedad que había logrado mantener, para vender sus bienes en el exterior sin ningún alarde. La única dependencia salvada había sido la sala de visitas, en la cual Fleurette había acomodado lo poco que le restaba, ya que ese era el lugar donde recibía a sus amigos y a los comerciantes con quien trataba los negocios. Cualquier cosa sería mejor que mostrar su ruina a sus conocidos, por más que confiase en ellos.
Stanford continuaba observándola atentamente. Y cuando se dio cuenta que Fleurette percibía su aprensión, él suspiró, comentando en un tono casi indiferente:
- Vos sabes bien que yo lo amaba como a un hermano. Pero él no era perfecto.
Algunos recuerdos afloraron en la mente de Fleur, y ella pronto se ocupó de devolverlos a la oscuridad donde había elegido guardarlos. Entonces se acordó que Thomas era un hombre bastante guapo. Todos decían eso.
- No, él no era perfecto - ella admitió. - Como yo tampoco lo soy.
La arruga que Stanford tenía entre las cejas se profundizó hasta casi transformar su semblante en un ceño malhumorado.
- Siete años no es tanto tiempo , verdad? - apretando levemente la mano de su concuñado, ella se forzó a sonreír. - Vamos , es mucho menos que la edad... de las montañas.
Stanford sacudió la cabeza en un gesto de reprobación antes de comentar:
- No sé bien por qué , pero tengo certeza absoluta que nos estamos equivocando en ese número.
Ella se rió, él dio una leve sonrisa.
- Yo sólo quiero que seas feliz, Fleurette. Nada más.
- Lo sé . Y soy feliz, Stanford. Puedes creer.
- Pero una mujer como vos viviendo sola... Me parece tan... - él volvió a sacudir la cabeza, como si las palabras no le saliesen.
- Me gusta estar sola. Y cuando me canso de la soledad, siempre busco la compañía de mis amigos.
- Pero ese empeño con que te dedicas a los negocios... eso debe dejarte exhausta. Por qué no...
- Si no fuese por Carruajes Eddings, de qué me ocuparía? - ella lo interrumpió. - Más triste sería pasar todo el tiempo bordando, no crees ? Si no fuese por mis negocios, a esta altura ya tendría toneladas de mantelitos bordados esparcidas por toda la casa.
- Sé sincera: por casualidad has bordado un solo mantelito en toda tu vida?
Ella pestañeó fingiendo sorpresa antes de afirmar:
- Claro que si.
- Cuándo?
- Bien, cuando tenía sete años yo...
- Oh, por favor!
- Cuando yo tenía siete años - volvió a empezar Fleurette, conteniendo una sonrisa -, Bordé un chal para darle de regalo a mi madre. Fue cuando ella cumplió treinta y dos años. En verdad me que quedó espantoso, tanto que hoy en día lo uso como trapo para secarme las manos en el establo. Bien, por lo menos los caballos no se quejan.
- Estás tomando un tema extremamente serio como si fuese una frivolidad.
- Es como prefiero ver la realidad, Stanford. Es mejor intentar ver el mundo con un poco de liviandad que tomarme todo bajo una perspectiva de amargura o fatalismo, no te parece?
- Me preocupo por vos. - él suspiró.
- Pues no deberías. Todo está yendo bastante bien. Tengo salud. Estoy satisfecha.
- Lo estás? - Stanford volvía a sondear el rostro de ella.
Al intentar arrancar de si una sonrisa que expresase tanto sinceridad cuanto determinación , Fleurette se sorprendió al darse cuenta que no era tan difícil hacerlo.
- Estás siendo muy gentil en preocuparte por mí , Stan. Pero no deberías.
- Soy el único pariente que tienes. Es mi deber preocuparme por tu bienestar, sobre todo teniendo en cuenta que quedaste viuda tan joven.
- Aún así , pero no quiero que te sientas en la obligación de... - De reojo , Fleur vio a lord Lampor abriéndose camino por entre los invitados en dirección a ellos dos. - Oh, maldición. Stanford, llévame hasta la puerta mientras bailamos.
El lo hizo sin cuestionar el motivo de tal pedido. Cuando se vio fuera del campo de visión del lord, Fleurette detuvo el paso.
- Algún problema? - Stanford miró discretamente a su alrededor.
- No, no. Es que... - ella sacudió la cabeza con un gesto desanimado. - Oí decir que Lampor anda buscando una nueva esposa.
Stanford pasó sus ojos por los invitados y, como si no viese nada alarmante en lo que ella había dicho, comentó :
- Lord Lampor no sería una mala elección. El tiene una casa bella cerca de Hyde Park y...
- Yo tengo una casa maravillosa cerca de Earlsglen.
- Vamos .Estás fanfarroneando?
- No, sólo quise decir que no estaba interesada. Evitando comentar la declaración de ella, Stanford comentó :
- Lampor es hijo primogénito , lo que significa que va a heredar la propiedad del viejo lord.
- Tampoco estoy interesada en la propiedad del padre de él.
- Pues bien. - Stanford daba señales de comenzar a impacientarse. - Pero anda sabiendo que allá se cosechan los mejores tomates de la región.
- Tomates! Estás sugiriendo que me case con un hombre de apariencia grotesca y que vive oliendo a aceite de pescado por las verduras y hortalizas que cultiva?
- En la propiedad de él también se hace un excelente un vino.
- Creo que debo dar gracias a los cielos porque Lampor no tenga un burdel, caso contrario me habrías vendido a él como esclava.
Fleurette se puso en puntas de pies para besar levemente el rostro de él antes de anunciar:
-Ahora tengo un dolor de cabeza que hace mis ojos latan y una ampolla en el pie del tamaño de uno de los fabulosos tomates de Lampor, de modo que me voy a casa.
- Ven, voy a acompañarte hasta su carruaje.
- Lord Lessenton! Espéreme, por favor. Quiero hablar una palabrita con usted. - Lord Sebastián ya venía agitando en el aire el pañuelo de encaje que siempre traía en la mano.
Fleurette se dio vuelta , esperando que el marqués los alcanzase. Y cuando vio que Lampor venía un poco mas atrás que Sebastián, lanzó unas buenas noches apresuradas a su concuñado y quiso apartarse.
- Aguarda sólo un instante - pidió Stanford. Ella negó con la cabeza, diciendo:
- No necesitas acompañarme. Cuídate. Nos veremos en breve, espero. - Y con eso dejó rápidamente la suntuosa residencia de madame Gravier.
Afuera , la caricia proporcionada por la brisa húmeda indicaba que no demoraría en llegar la lluvia a la región costera. A la derecha, los conductores de los carruajes de alquiler fumaban cigarros mientras esperaban a sus patrones. Un caballo relinchó a la distancia y, aún en medio de las penumbras, Fleurette vio a su pareja de caballos grises.
Eran de hecho una bella dupla. Ella los había descubierto en una pequeña villa decadente en Suffolk, donde venían siendo criados por un caballero anciano lleno de deudas y sin el menor tino para los negocios. El hombre había quedado bastante satisfecho de intercambiarlos por un carruaje de dos ruedas y un caballo muy dócil que...
- Lady Glendowne.
El susto de oír su nombre la hizo girar sobre sus talones. A su espalda, y a un poco más de un metro de distancia, un hombre tenía su rostro oculto por las sombras.
- Lady Glendowne? - él repitió.
- Si - confirmó Fleurette, intentando dar un tono firme a su voz mientras enderezaba los hombros. - Soy yo.
El se aproximó un paso. El primer impulso de Fleur fue apartarse de allí. Lo que, ella se apresuró a convencerse, sería una gran tontería, pues después de todo se hallaba en el jardín de la casa de madame Gravier, estaba rodeada por muchachos y no muy lejos de su devoto cochero.
- Permita que me presente - dijo el caballero, inclinando levemente la cabeza. - Soy William Kendrick.
Fleurette esperó que él dijese lo que quería. Pero Kendrick continuó callado. Esforzándose por no demostrar que tenía la respiración acelerada, ella entonces indagó :
- Desea algo de mí, señor Kendrick?
- Que me hable respecto a la muerte de su marido. - él se aproximó otro paso.

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