miércoles, 18 de marzo de 2009

LA TREPADORA - CAPITULO 35

CAPITULO 35
Una mujer puedes esconder su amor por cuarenta años y mas, pero ni por un día su enojo y su disgusto.


El recalcitrante sol blanco caía impiadosamente sobre los edificios multicolores que se alineaban a lo largo de la pequeña ensenada. Ya eran las tres de la tarde, y hacían por lo menos 35 grados, pero ni el sol ardiente ni el calor evitaron que el pequeño y obstinado grupo de turistas se aproximase, por la calle estrecha , que iba de una punta a la otra del muelle. Anidado en una curva al final de esa calle, había un bar con mesas al aire libre ,un tejado precario de madera proveía sombra . En una de esas mesas, Janey Wilcox estaba sentada, bebiendo una Coca Cola y abanicándose con un ejemplar viejo de la revista Time.
A menos de un metro de ella, un gato anaranjado estaba sentado sobre una pila leña, la estaba mirando con sus enormes ojos verdes. Tenía una de las orejas partida y un arañazo sobre uno de los ojos, y cuando vio que ella no iba a pedir comida e iba a darle de comer, comenzó a lamer su pata y a lavarse lentamente la cara. Janey miró al gato irritada, mientras bebía su gaseosa con un sorbete. Ese lugar estaba infestado de gatos; cuando las personas se sentaba, ellos se cercaban, llegando a tener la osadía de ocupar una silla vacía de la mesa del cliente .
Janey suspiró y apoyó su cabeza en la mano, contemplando el puerto. Lo hallaba de cierto modo bonito, pero ese era el tercer día que pasaban anclados en el muelle, y ese escenario ya la estaba cansando . Las otras muchachas no entendían por qué necesitaban pasar tres días allí, pero no tenían el cerebro para deducir los motivos , incluso después que la mañana en que habían anclado en la bahía de una isla distante y aparentemente deshabitada, habían recibido órdenes de quedarse en sus camarotes con las cortinas cerradas.

Naturalmente, ellas habían obedecido, pero Janey no, de pie sobre la cama, levantó cautelosamente una puntita de la cortina ,y espió . Vio tres soldados portando ametralladoras, descendiendo de un morro pedregoso y yendo hacia el yate. Después se dejó caer en la cama, cubriéndose la boca con la mano y haciendo fuerza para no gritar. Desde esa primera tarde, cuando ella volvió a la cubierta y ya no encontró a ningún invitado - a excepción de las tres jóvenes - y vio a la tripulación corriendo para aquí para allá, recogiendo las anclas, Janey se había convencido de que estaba por ser vendida como esclava blanca. Y durante las tres horas siguientes, encogida en su camarote - que era más o menos mil veces mejor que el camarote de ella en el yate de Sayed, hasta tenía una bañera de mármol en el baño , y todos los productos cosméticos imaginables - continuó convencida de que estaba metida en un caso de trata de blancas.
El almuerzo y la oferta de diez mil dólares sólo habían sido una estratagema para convencerla de subirse al yate y después venderla, pensaba Janey , gimiendo en la cama, en posición fetal . Después de todo , Rasheed era un traficante de armas - Paul le había dicho eso - y si estaba vendiendo armas clandestinamente, tal vez estuviese vendiendo mujeres también. Como si eso no bastase, nadie en el mundo sabía que ella se encontraba en el yate de Rasheed, a no ser Estella - y Estella no era exactamente el tipo de persona que iba a mandar alguien a rescatarla.
Naturalmente, nada de eso había le sucedido, pensó Janey, contemplando el agua de la ensenada. Del otro lado, los niños jugaban en una playa de arenas sucias, y detrás de ellos, dos obreros clavaban clavos en una tabla sobre un caballete. Todo tenía sentido: en qué otro lugar ellos se habrían atrevido a cerrar un negocio de trafico de armas sino era una isla desierta donde nadie jamás los vería? Ella iba a desaparecer de la Tierra como si jamás hubiese existido, y sólo Dios sabía lo que iban a hacer con ella. Muy bien , Janey decidió, ellos van a tener una pequeña sorpresa: pues ya había resuelto que sólo seguiría viajando con ellos muerta.
Y ahora, sentada en ese bar , sin nada que hacer, ella se acordaba de sus reacciones cuando había visto a los soldados . Era interesante lo que o pánico podía hacerle a una persona. Durante unos largos diez minutos, ella se había sentido atontada y confundida y había perdido completamente la noción de donde estaba . Y luego , por algún motivo bizarro, se había metido en la bañera y se había cubierto con toallas. Y aún tan aterrada como estaba, logró notar que las toallas eran de excepcional calidad. Incluso hasta había pensado en tomar un baño, pero rápidamente rechazó esa idea, porque, si ellos viniesen a buscarla, no iba a facilitarles las cosas , encontrándola desnuda y vulnerable . Finalmente, había salido de la bañera, y pensando más claramente, había resuelto que, si ellos iban a venderla, debería estar preparar en caso hubiese una oportunidad de huir. Se había puesto un short y había comenzado a llenar los bolsos con todo lo que podría servirle como armas - tijera de uñas, kit de costura y un minúsculo aerosol . Después había escondido todo debajo de la cama y había vuelto a espiar por la ventana.
Rasheed estaba en la playa, hablando con los tres hombres. No pudo ver su rostro , pero sabía que era él, porque desde que habían partido de la costa de Francia, él había dejado de usar el tradicional traje árabe (túnica larga y blanca y anteojos oscuros). Los dos guardaespaldas de Rasheed estaban detrás de él, también con ametralladoras. Todos gesticulaban mucho y , en seguida, todos se dieron vuelta y siguieron una senda dentro de la vegetación, desapareciendo de la vista de Janey.
Ella se había dejado caer otra vez en la cama. Se estaba enloqueciendo innecesariamente , sólo se trataba de una venta de armas más. Pero Rasheed era experto y astuto . Cuando a las muchachas se les permitió salir de sus cuartos dos horas después , el salón había sido adornado y representaba una escena de Navidad invernal. Había nieve artificial y troncos de madera pintados de blanco y adornados con lucecitas Navideñas. En el medio de la pista de baile había un inmenso cartel donde se leía “Feliz cumpleaños Irina” . Los veinte componentes de la tripulación se encontraban dispuestos en semicírculo, cantándole feliz cumpleaños a Irina, quien era una muchacha alta y morena, de pechos y caderas grandes, y una cintura milagrosamente delgada. Irina, por su lado, parecía confundida.
- No es mi cumpleaños - ella protestó.
- Señor Carmichael - dijo Rasheed a Ian (nunca lo llamaba por su primer nombre). - Es verdad. La Señorita Stepova está diciendo que su cumpleaños no es hoy.
- Yo mismo verifiqué el pasaporte de ella, señor. Es hoy, si - responde Ian, convencido.
- A lo mejor estoy equivocada - susurró Irina. Y entonces Rasheed les dio a todas las muchachas brazaletes de brillantes.

El sonido de un helicóptero trajo a Janey de vuelta al presente, y observó el helicóptero negro de Rasheed cuando pasó en un vuelo rasante sobre la marina, elevándose unos segundos después desapareciendo detrás de una escarpada montaña detrás de la villa. Si Rasheed no estuviese cerca , tal vez Ian la viese ahora. Ella había tramado un plan , anunciando durante el almuerzo que quería ir hasta la villa a comprar periódicos . Rasheed había levantado las cejas y, con una sonrisa leve, dijo : “Señorita Wilcox, no sabía que conoces el idioma turco. Tal vez tengas otros talentos ocultos que no conocemos”
- Ah, si , Rasheed - Janey respondió , maliciosamente . - Muchos talentos ocultos.
- Entonces cuéntanos, Janey - dijo la inglesa Sallie con la boca llena de pescado. - Está planeando desarrollar tetas mas grandes?
- Qué son tetas ? - preguntó Irina.
-
Y ahora Janey estaba segura de haber oído el sonido del helicóptero. Sujetando una revista encima de su cabeza para proteger los ojos, vio el transporte volver hacia el extremo del muelle , estaba pilotado por un hombre rubio y alto. A la distancia, la mayoría de los tripulantes, que eran australianos o ingleses, se parecían entre sí , pero Ian era más alto que los todos, y Janey tuvo la certeza que era él. Su corazón latió aceleradamente. Ian mostró que la había visto con una amplia sonrisa, y maniobró el helicóptero hasta posarse .
Janey volvió a la silla, girando nerviosamente el brazalete de brillantes en su muñeca.

Cómo había sucedido? Estaba locamente enamorada de Ian - cuando no estaba planeando formas de encontrarse con él, pasaba el tiempo tejiendo fantasías : ella e Ian teniendo sexo, huyendo del yate para irse a vivir juntos. Pero en los siete días que había pasado en el yate, ella no había conseguido estar más de medio minuto a solas con Ian . Pero en esos segundos fugaces que habían compartido , Janey tuvo a certeza que él era un hombre extremamente comprensivo, capaz de ver con el corazón quien realmente era ella .
Ian caminó en dirección a ella. Janey se había enamorado de él, en esa primera noche en el yate, cuando, temblorosa de miedo, se había encontrado con él en la cubierta cuando iba camino a la cena.

“Nos van a vender como esclavas blancas”, murmuró Janey enojada. Él se quedó tan sorprendido con el comentario de ella, que lanzó una carcajada . “ Ya sé lo que voy a hacer”, él dijo entonces. “Si ellos hacen eso, yo me ocuparé de vos . Juro que haré la oferta más alta por vos.” Después , se volvió a reír, sacudiendo la cabeza, incrédulamente . Ese incidente se había transformado en motivo de broma entre ellos - cada vez que Janey lo encontraba, le decía: “Espero que estés ahorrando dinero para comprarme ”, y él respondía: “Lo estoy guardando en el colchón”, y le guiñaba el ojo .

Ian casi estaba en el bar, cuando de repente dobló y entró a un edificio blanco con una placa de bronce , parecía una repartición oficial, la alcaldía.
Janey tomó un trago más de gaseosa e intentó obligar a su corazón a tranquilizarse. Él vendría hasta donde ella estaba - iba a venir. Había visto a Janey, ella era “huésped” en el yate, por lo menos él estaba obligado a acercarse para saludarla. Pero inmediatamente su cabeza comenzó a imaginar cosas. Ian al llevaría de vuelta al yate, y si Rasheed estuviese ausente, tal vez ella lograse entrar al camarote de él. Sallie le e había dicho que había cámaras de seguridad en todos los camarotes, pero tal vez no en los de la tripulación .
Quince minutos después , él salió de la alcaldía, y se aproximó a la mesa de ella.


- Te gustaron los periódicos turcos? - Ian indagó.
- Ah, descubrí que no puedo leer turco por mas que lo intente - respondió Janey tranquilamente.
- Bien , la buena noticia es que vamos partir hacia Mónaco esta tarde. Ya estuviste en Mónaco?
- No, pero tal vez Rasheed me expulse del yate.
- Creo que estás equivocada - dijo Ian, inclinando la cabeza hacia un lado. - él parece quererte mucho .
- Probablemente le gusta el modo en que juego al póker... debemos volver al yate ahora?
- Voy a dejarte terminar la gaseosa - respondió Ian.
- Entonces la voy a tomar muy lentamente - dijo ella, mirándolo y sonriendo. Adoraba cuando él usaba un tono de voz autoritario con ella. Aquello hacía que se sintiese una niña a quien se le promete que todo va a salir bien. - Por qué no tomas una? - Janey preguntó, haciéndose la inocente.
- Porque - dijo él, inclinándose sobre la mesa - No es bueno que seamos vistos juntos.
- Podemos ir allá adentro .
- Eso sería peor todavía. Van a pensar que nos estamos escondiendo.
- Están espiándonos?
- Por supuesto - respondió él en un tono que podía o no ser jocoso. - Está viendo a ese sujeto allí ? - Ian preguntó, señalando a un hombre robusto con cabeza rapada. - Lo has visto antes?
- No.
- él está en el yate. Es uno de los guardaespaldas de Rasheed.
- No!
- Janey, por favor - suspiró Ian. - no sabes lo que los Árabes hacen con las mujeres que cometen adulterio ? Ellas son arrojadas a una piscina vacía y son apedreadas hasta que mueren.
Janey dejó escapar un gritito de susto y miró horrorizada al hombre de cabeza rasurada, quien estaba ocupado pateando a un gato que se había aproximado demasiado.
- No lo creo - respondió ella.
Ian se encogió de hombros .
- Tal vez me tome una Coca Cola . - él fue hasta el mostrador y volvió con una botella y un vaso vacío; se sentó delante de ella , apartando cuidadosamente a silla de la mesa. - Vamos a hablar sobre Mónaco - Ian sugirió .
- No quiero hablar de Mónaco.
- Te va a encantar - aseguró él, tomando un trago del pico de la botella. - Vas a poder hacer compras fantásticas. Hay grandes casinos...
Janey apoyó los codos en la mesa y se inclinó en dirección a Ian.
- No estoy interesada en hacer compras. no quiero ir al casino. Ni siquiera quiero ese brazalete! - dijo ella, sacudiendo la muñeca.
Sus ojos se entrecerraron cuando él tomó un nuevo trago de la botella.
- A todas ustedes les gusta la ropa, las compras , las joyas y el dinero.
- Ian - murmuró Janey suavemente . - Yo te amo.
Ella jamás le había confesado a ningún hombre que lo amaba. Pero la situación era tan irreal que las palabras simplemente salieron de su boca sin que pudiese impedir. Y fue un alivio pronunciarlas. Si estuviesen enamorados uno del otro, aquello haría que la realidad fuese romántica, en vez de sórdida. Y ese viaje no iba a ser otra cosa que un incidente gracioso que le contarían a sus hijos...
Ian desvió la mirada , y cuando la miró nuevamente, preguntó:
- Qué estás haciendo en este yate, Janey?
- No sé...
- Desde el primer minuto en que te vi, me pregunté : “Qué diablos está haciendo esta muchacha aquí ?” Quiero decir, entiendo por qué la mayoría de estas mujeres están en ese yate. Pero vos, Janey ... - dijo él, sacudiendo la cabeza. - No necesitas hacer esto. Eres linda. Pero también eres inteligente. Tienes cerebro. Por qué no vuelves a Estados Unidos... podrías ser médica o ...
- Médica?
- Alguien sabe a donde estás ?
- Ya te lo dije : prácticamente fui raptada...
- Tienes parientes .. amigos?
- Mi familia...
- La mayoría de las muchachas que están viajando en el yate no tienen a nadie que se preocupe por ellas, nadie v notaría si desaparecen ...
- Ian - dijo ella, jugando nerviosamente con el bracelete. - Qué estás haciendo en este yate?
- Deberías bajarte del yate en Mónaco - le aconsejó él. - Va a ser mas fácil que te vayas allá. Vuelve con tu familia.
- Vi a Rasheed cerrando un negocio de armas.
Ian colocó la botella casi vacía en la mesa. Se levantó lentamente.
- Voy a fingir que nunca oí eso. Y vos vas a fingir que jamás dijiste eso.
- Ian - murmuró ella. - Si dejo el yate en Mónaco, vendrás conmigo? Podemos irnos juntos?
Ian se rió, rompiendo la tensión.
- Es mejor que volvamos al yate.
- Respóndeme . Podemos irnos juntos? - insistió ella. - Sé que estás loco por mí. Ya me di cuenta como me miras...
- Si ? - dijo él, con un aire extraño y perplejo. - Entonces es mejor que nunca mas te mire así nuevamente.

Pero Janey no se bajó del yate en Mónaco.
En vez de eso sólo se dedicó a jugar un juego peligroso - ser el centro de su propio drama - y tonta como una colegiala, se convenció que no podría soportar estar lejos de Ian. Estaba segura que él secretamente estaba enamorado de ella, y Janey hacía lo posible e imposible para causarle celos . Día tras día, había vuelto al yate cargada con bolsas de Dior y Christian Lacroix, buscando llamar la atención de él donde quiera que Ian estuviese .
- Qué estás haciendo, Janey? - preguntaba él, al pasar por al lado de ella.
- No es nada tan malo - respondía ella, encogiendo los hombros .
- No para los que te miran desde afuero , pero nosotros dos sabemos que cual es la verdad de esto, o no ?
- Estoy enamorada de vos, Ian - susurraba ella, suspirando.
Naturalmente ella escondía sus verdaderos sentimientos de Rasheed. Pero eso era parte de la diversión , esa traición la hacía sentirse viva; le agudizaba los sentidos de forma que cada momento parecía una escena particularmente intrigante de un película. En Monte Carlo, ella se vestía de largo para acompañar a Rasheed al casino. Siempre atraía miradas masculinos, los hombres que la miraban, intentaban hablar con ella, y con la arrogancia de los jóvenes Janey finalmente tuvo la absoluta certeza de que era bella, y le agradeció a Dios por haber sido hecha así, incapaz de imaginarse un destino peor que el de ser una mujer fea.
Hasta que, cierta noche tuvo una sorpresa desagradable.
Estaba con Rasheed y un grupo de mujeres en la disco Jimmy’s. Cuando se dirigía al toilette , un hombre súbitamente se aproximó a ella y la empujó contra la pared . Olía a alcohol, él dijo, con tono de desprecio: “Debes ser muy buena en la cama para estar con Rasheed. Ya oí decir que él sólo toma a las mejores putas...”
Janey lo empujó, enojada, y corrió al baño . Con las manos temblorosas, abrió la cartera Chanel y sacó su lápiz labial Pussy Pink, se retocó el maquillaje para calmarse. Estaba atónita; el sur de Francia estaba lleno de mujeres como ella, lindas y sin medios económicos , pero siendo Francia, nadie cuestionaba su presencia ni las llamaba putas . No podía ser tan obvio, ella pensó , mirando de reojo a dos muchachas atractivas que claramente eran americanas. Las ropas de ellas, según Janey notó, estaban lejos de ser caras como las suyas, y de reojo vio que las dos muchachas estaban observándola y después cuchicheaban algo.
Ella se dio vuelta furiosa, desafiándolas a enfrentarla.
- De qué están hablando ustedes dos ? - Janey quiso saber.
- Nada - respondió una de ellas, encogiendo los hombros . Pero cuando pasaron por al lado de ella oyó que la otra murmuraba bajito “puta”.
Por un momento, Janey no logró respirar. Retrocedió un paso y se miró en el espejo horrorizada. Entonces era obvio qué ella se había convertido en una puta . Usaba un vestido caro de Thierry Mugler, con accesorios de Chanel. Había pensado que estaba elegante, pero ahora se daba cuenta que su vestimenta era el traje típico de las prostitutas, y tuvo ganas de arrancarse el vestido. Pero entonces la razón habló más alto. La ropa era bella y las joyas eran muy caras, y ella quería cubrir su cuerpo de cosas bonitas... Y no había otro modo de conseguirlas sin entregar su cuerpo y su belleza a cambio . Esto es tan diferente de lo que hacía una mujer como Kim? Janey se preguntó con osadía. Kim se había casado con un ricachón para poder comprar cortinas de 20 mil dólares. La única diferencia real era que Kim estaba casada, y ella no...
Esa noche Janey volvió al yate demudada.
Se encontró con Ian en el salón - él arreglaba todo para una fiesta que sin duda iba a tener lugar allí más tarde.
- Ay, Ian - lloriqueó ella. - Unas muchachas malvadas...
Viendo su rostro y adivinando lo que había sucedido, Ian, sacudió la cabeza.
- Janey, hay un viejo dicho que dice: no se puede tapar el sol con un dedo.

Y sin que Janey supiese como, julio se hizo agosto, y en agosto, todo se desmoronó.
Ella estaba en Cannes con Rasheed y otras dos muchachas (siempre había otras mujeres entrando y saliendo del yate, y Janey había aprendido a hacer lo máximo por ignorarlas, llegando al punto que ni siquiera recordaba sus nombres), caminando por el bulevar de La Croisette en dirección al restaurante playero de Carlton. Janey usaba un vestido Ungaro sin mangas, con hombreras muy pronunciadas; sus cabellos estaban sujetos en un rodete y llevaba un pesado collar de perlas Chanel en el cuello. El grupo conversaba sobre una fiesta a la que habían asistido la noche anterior cuando de repente ella sintió que alguien le agarraba el brazo y una voz masculina perturbadoramente familiar gritaba:
- Janey?

Ella se detuvo , y entonces, casi en cámara lenta, el resto del grupo también se detuvo y giró , mirando curiosamente al joven de barba , con una mochila pesada colgada en sus hombros.
Era su hermano, Pete.

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